Ni siquiera podía mirarse el final de la melena en el espejo, pero no le importaba. Como tampoco, que le fuera arrastrando por el suelo. Mejor -pensaba Justina- dos tareas hechas al mismo tiempo. Así que correteaba por toda la casa, subiendo y bajando escaleras, para sacarle bien el brillo. El pelo le había crecido, pero los años también y ahora ya no podía echar la trenza por el balcón para que subiera su amado, sin riesgo a quedarse lumbálgica para siempre. Y menudo novio, señoras, la obligó a dejarse el pelo largo hasta su regreso. Él, que se había quedado a hacer las Américas sin mencionarle lo de las mucamas. Y ella, que tenía que mantener viva su promesa. Pero ya no se cuidaba la cabellera, se había cansado de peinar y esperar. Incluso le gustaban los animalitos que vivían en ella. Un día encontró un nido con sus polluelos; probablemente -pensó- la madre confundió mi melena con la espesura de un bosque. Ya tampoco podía bailar el folklore de su tierra, los boleros, su auténtica pasión. Así que harta, devolvió las cartas de ultramar, rompió su sagrada promesa y se cortó el pelo. Desde que se quitó ese enorme peso de encima, se elevó allende los mares y tierras. Y flota liviana, feliz y contenta, en el cielo con los suyos.
Muy bonito, Maga.
ResponderEliminarRealismo mágico... pareces García Márquez. Me ha gustado, Malén
ResponderEliminarJa, ja, ja, gracias, solo lectora, ya me gustaría ser discípula y desbordar imaginación!! Pero ya me contarás, que la foto tiene miga!!
EliminarPretendía que fuera humorístico!!
ResponderEliminarMuy guay, Malén, yo sí le pillé el puntillo cómico.
ResponderEliminarGracias, RAfa, menos mal!!
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