Para todos los que, día a día, luchan contra los malos momentos personales.
Nunca puede dormir la noche antes de un combate. El nudo en el estómago solo desaparece cuando suena la campana y su mano izquierda busca el rostro de su adversario. Pero esa noche es especial y distinta a todas las demás. Mañana será su último combate. Por última vez se subirá a un cuadrilátero, por última vez le untarán vaselina en el rostro, por última vez intentará evitar que se le cierre el maldito ojo derecho, por última vez buscará en su rival un espejo en el que mirarse. Por eso camina por la ciudad a las tres de la madrugada, acompañado tan solo por el camión de la basura y algunos gatos que buscan comida o amor por los rincones. Llega a un parque y toma asiento en un banco lleno de pintadas contra el gobierno de turno. Enciende un cigarrillo y mira sus manos. Y entonces se acuerda de ella. Parece que todavía puede sentir sus pequeñas manos acariciando sus nudillos después de cada pelea. Un crochet golpea su garganta. Traga saliva y llora, porque ni los boxeadores están a salvo de las lágrimas.
Extraordinario, Marco. Eres un gran escritor. Te admiro, de verdad, lo digo en serio.
ResponderEliminarEs cierto, Marco, es un relato precioso.
ResponderEliminarHermoso relato, Marco.
ResponderEliminarJo, Marco, me ha encantado!!
ResponderEliminarY menos mal que tampoco ellos están a salvo de las lágrimas.
ResponderEliminarLa ternura precisamente suele esconderse debajo de la piel de aquellos que aparentan ser más duros.
Un abrazo Marco.