Primero
empezó a leer en los diarios las quejas de las personas que reclamaban el
dinero de sus ahorros en acciones “preferentes”. Él mismo, sentado en su silla
ergonómica había aconsejado, por orden de su
director, la venta de este producto. Comenzó por ofrecerlas a sus mejores
clientes, luego a sus amigos y finalmente a sus padres y hermanos incluso, él
mismo, había invertido una pequeña cantidad.
Ahora
se encontraba en una situación desesperada. Todos sus compañeros de trabajo
habían sido destituidos o trasladados a otras oficinas. Era mejor que las
reclamaciones de los afectados fueran atendidas por personal nuevo, sin ningún
atisbo de empatía con los clientes. Él sería el último en caer.
Se
levantó despacio de su cómodo asiento y abrió la ventana. En la calle, una
multitud gritaba y agitaba los puños rodeados por agentes antidisturbios. Le
llamaban ladrón y asesino y no andaban demasiado equivocados. Terminaba de
leer una noticia de última hora: un jubilado de setenta y cinco años con hijos
y nietos a su cargo, se había lanzado desde la ventana de su domicilio, un quinto
piso.
Pensó
en sus padres jubilados, quienes habían perdido la mayor parte de sus ahorros,
en su primo Javier al que acababan de despedir de su trabajo, en su hermana
separada madre de dos hijos, en la amiga de su hermana con una hija afectada de
parálisis cerebral, en Juan el hornero de su barrio, en los padres de Juan…
Primero asomó la cabeza y su torso. La gente
le miraba sin dejar de reclamar su dinero. A
continuación sacó una de sus piernas y la apoyó en el alféizar, después le
siguió la otra. La multitud, confusa, bajó el tono de sus protestas; no paraban
de mirarle. Los rostros de las personas a quienes había atendido durante años,
se agolpaban en su mente uno tras otro, sintió cómo se le nublaba la vista y
una sensación de amargura en su estómago, sus fuerzas le fueron abandonando y
entonces… se dejó caer.
El título adelanta el desenlace. ¿Una víctima más del sistema aunque se siente en una silla de 1500 euros? Es posible.
ResponderEliminarBueno, es una ficción... Supongo que en algunos casos, sí que puede existir el sentimiento de culpa. Son humanos al servicio de los más poderosos que no tienen que ver, a diario,las caras de los clientes a quienes están estafando.
EliminarDios! Me ha hecho estremecer... Muy crudo pero a la vez me ha gustado. Enhorabuena, Amparo!!!
ResponderEliminar¡Gracias, Lara!
EliminarAmparo, trabajo en un banco y te puedo decir que poca gente puede tener una silla de ese precio y menos un "gestor comercial" como el que pintas. Pero al margen del detalle, me ha parecido un relato sensacional. Un tipo al que le pesa la conciencia, que ya es difícil encontrar en estos días, que asume con su propia vida el engaño que, consciente o inconscientemente, pero seguro que bajo una tremenda presión, ha perpetrado con muchas personas. Ya te digo, excelente. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Rafa. Sí, el detalle de la silla era para dramatizarlo un poco más, si cabe. Veo las sillas y son "normalitas", eso es cierto.
EliminarMuy bueno!! Ojalá todos tuvieran la conciencia de tu protagonista que tomó una muy buena decisión.
ResponderEliminarVoy a dejar el calificativo de ergonómica y quitaré el precio. No hace tanta falta en el relato...
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