lunes, 4 de marzo de 2013

ADELINA




El marido de Adelina regresó de las selvas amazónicas afectado de una rara enfermedad. Los médicos, desde el principio, auguraron un fatal desenlace ya que no existía ningún remedio para  curarla. Las altísimas fiebres y los espantosos dolores, la obligaban a permanecer pegada a su lecho, sin apenas salir de la habitación. En los momentos de lucidez, él le  decía lo mucho que le gustaba su precioso pelo, negro como la noche y lo hermosa que era. Le pedía que lo mantuviera siempre largo y cuidado, tal y como lo llevaba el día en que se conocieron.

Un día, mientras se miraba al espejo, Adelina juró que si él no mejoraba, jamás se cortaría el cabello. Lo mantendría largo, brillante y perfumado sólo para que, al acercarse, el enfermo percibiera su aroma y pudiera acariciar los sedosos bucles.

Los días pasaban, el pelo de Adelina había  crecido tanto que le llegaba hasta la cintura. Ni siendo una jovencita lo había llevado tan largo. Todas las noches lo cepillaba con sumo cuidado, hasta cien veces antes de ir a dormir, como su madre le había enseñado. Por las mañanas, después de cepillarlo otras cien veces, acercaba sus labios a la frente del enfermo y le besaba con cariño, tomaba su mano y la dejaba descansar en su regazo, cerca de sus rizos, para que él se percatara y pudiera rozarlos.

Las estaciones del año, se sucedían. Adelina no perdía la esperanza, su larga melena ya sobrepasaba la longitud de sus rodillas, dentro de nada le llegaría hasta los tobillos. Tuvo que contratar los servicios de una doncella, sus fuerzas empezaban a flaquear y no por cuidar de su marido, precisamente, sino por lo costoso que resultaba mantener la limpieza  de su pelo. El peso, sobre los hombros y la columna, comenzó a producir mella en su compostura; su cuerpo comenzó a doblarse, debido también a la posición adquirida durante el  tiempo que permanecía reclinada sobre la cama de su esposo. Por ningún motivo se apartaba de su lado.

Un día la doncella le sugirió que recogiera su melena. Las puntas ya rozaban el suelo, era difícil evitar que se mantuviera limpia de polvo, incluso algún pequeño insecto había intentado anidar en ella y era muy costoso que las púas del cepillo pudieran terminar con éxito la tarea de deshacer los nudos que se le formaban . Ella se negó, le dijo que era así como le gustaba a su marido y que por nada del mundo se lo iba a recoger y menos aún cortar.

Una fría mañana de invierno, él dejó de luchar. Su corazón se paró y sus párpados se quedaron cerrados para siempre. Adelina lo zarandeó repetidas veces entre gritos de angustia y sollozos. El sufrimiento hacía que se arañara la cara y diera estirones a su pelo hasta conseguir arrancar mechones enteros. La doncella no podía detenerla, tal era la fuerza de su propia enajenación.  El forcejeo entre ambas desembocó en una pelea, que terminó con el cuerpo de la muchacha rodando escaleras abajo. Quedó inmóvil, tendido en el suelo y con una brecha abierta en la cabeza de la que manaba gran cantidad de sangre.

                                                        ***


-Leopoldo, creo que es en esta casa donde nuestra hija entró a trabajar...

- Parece abandonada... no puede ser. Puede que estés equivocada. Saca la carta, anda.

- Es aquí, el número diez de la calle de San Lázaro ¡Qué raro!

- La puerta está cerrada. Vamos a llamar al timbre.

- ……………………

- No hay nadie, no se escucha ruido alguno ¿Qué es lo que sale por debajo de la puerta?

- No sé, parece… Es pelo, mechones de pelo negro… ¡Voy a derribar la puerta!

Leopoldo y su mujer entraron en la casa. Lo primero que percibieron fue un desagradable olor.  El cadáver de su hija yacía a los pies de la escalera. No se lo podían creer… Aún así, el padre subió la escalinata, quería saber qué había sucedido. En la habitación principal encontró en la cama dos cuerpos: un hombre y una mujer. Ella llevaba en una de las manos unas tijeras, largos mechones de pelo negro como la noche cubrían el suelo. En la otra mano, un papel, en el que aún se podía leer “tuya para siempre…”








9 comentarios:

  1. Derrochas imaginación. Es genial.
    -Leopoldo, creo nuestra hija vino a trabajar a esta casa…
    * Falta 'que': creo que nuestra hija.
    - En el primer párrafo se confunde cuándo se habla de él o de ella.

    ResponderEliminar
  2. Voy, volando... De tanto autogorregirme, olvidé el que.
    Matizo el primer párrafo. Ya te digo...

    ResponderEliminar
  3. Amparo, muy original tu relato, me ha gustado esa descripción de los cuidados de la melena, como nexo de unión entre dos vidas. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Promesas de amor cumplidas, menos mal que ya descansa en paz de la carga que se había impuesto. Felicidades!!

    ResponderEliminar
  5. Muy bien, Amparo, lo que no he entendido es por qué muere la doncella. Será que estoy muy espesa hoy.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En el último párrafo antes de lo asteriscos lo pone bien claro, creo

      Eliminar
  6. Desde luego, Amparo, como dice Eulalia, tienes una imaginación desbordante. ¿Se te ocurrió a raíz de la foto o buscaste la foto después? Me ha gustado mucho. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Rafa. La foto la puso Lu en el face de amigos de valencia escribe como quien no quiere la cosa. Primero me pareció espeluznante, pero luego le ví cierto "rollito" y salió este texto.Un abrazo...

      Eliminar