El marido de Adelina regresó de
las selvas amazónicas afectado de una rara enfermedad. Los médicos, desde el
principio, auguraron un fatal desenlace ya que no existía ningún remedio
para curarla. Las altísimas fiebres y
los espantosos dolores, la obligaban a permanecer pegada a su lecho, sin apenas
salir de la habitación. En los momentos de lucidez, él le decía lo mucho que le gustaba
su precioso pelo, negro como la noche y lo hermosa que era. Le pedía que lo
mantuviera siempre largo y cuidado, tal y como lo llevaba el día en que se
conocieron.
Un día, mientras se miraba al
espejo, Adelina juró que si él no mejoraba, jamás se cortaría el cabello. Lo mantendría
largo, brillante y perfumado sólo para que, al acercarse, el enfermo percibiera su aroma y
pudiera acariciar los sedosos bucles.
Los días pasaban, el pelo de
Adelina había crecido tanto que le
llegaba hasta la cintura. Ni siendo una jovencita lo había llevado tan largo.
Todas las noches lo cepillaba con sumo cuidado, hasta cien veces antes de ir a
dormir, como su madre le había enseñado. Por las mañanas, después de cepillarlo
otras cien veces, acercaba sus labios a la frente del enfermo y le besaba con
cariño, tomaba su mano y la dejaba descansar en su regazo, cerca de sus rizos,
para que él se percatara y pudiera rozarlos.
Las estaciones del año, se
sucedían. Adelina no perdía la esperanza, su larga melena ya sobrepasaba la
longitud de sus rodillas, dentro de nada le llegaría hasta los tobillos. Tuvo
que contratar los servicios de una doncella, sus fuerzas empezaban a flaquear y
no por cuidar de su marido, precisamente, sino por lo costoso que resultaba
mantener la limpieza de su pelo. El
peso, sobre los hombros y la columna, comenzó a producir mella en su compostura;
su cuerpo comenzó a doblarse, debido también a la posición adquirida durante
el tiempo que permanecía reclinada sobre
la cama de su esposo. Por ningún motivo se apartaba de su lado.
Un día la doncella le sugirió que
recogiera su melena. Las puntas ya rozaban el suelo, era difícil evitar que se
mantuviera limpia de polvo, incluso algún pequeño insecto había intentado
anidar en ella y era muy costoso que las púas del cepillo pudieran terminar con
éxito la tarea de deshacer los nudos que se le formaban .
Ella se negó, le dijo que era así como le gustaba a su marido y que por nada
del mundo se lo iba a recoger y menos aún cortar.
Una fría mañana de invierno, él
dejó de luchar. Su corazón se paró y sus párpados se quedaron cerrados para
siempre. Adelina lo zarandeó repetidas veces entre gritos de angustia y
sollozos. El sufrimiento hacía que se arañara la cara y diera estirones a su
pelo hasta conseguir arrancar mechones enteros. La doncella no podía detenerla,
tal era la fuerza de su propia enajenación. El forcejeo entre ambas desembocó en una pelea,
que terminó con el cuerpo de la muchacha rodando escaleras abajo. Quedó
inmóvil, tendido en el suelo y con una brecha abierta en la cabeza de la que
manaba gran cantidad de sangre.
***
-Leopoldo, creo que es en esta casa donde nuestra hija entró a trabajar...
- Parece abandonada... no puede
ser. Puede que estés equivocada. Saca la carta, anda.
- Es aquí, el número diez de la
calle de San Lázaro ¡Qué raro!
- La puerta está cerrada. Vamos a
llamar al timbre.
- ……………………
- No hay nadie, no se escucha ruido
alguno ¿Qué es lo que sale por debajo de la puerta?
- No sé, parece… Es pelo, mechones de pelo negro… ¡Voy a derribar la puerta!
Leopoldo y su mujer entraron en
la casa. Lo primero que percibieron fue un desagradable olor. El cadáver de su hija yacía a los pies de la
escalera. No se lo podían creer… Aún así, el padre subió la escalinata, quería
saber qué había sucedido. En la habitación principal encontró en la cama dos
cuerpos: un hombre y una mujer. Ella llevaba en una de las manos unas tijeras,
largos mechones de pelo negro como la noche cubrían el suelo. En la otra mano,
un papel, en el que aún se podía leer “tuya para siempre…”
Derrochas imaginación. Es genial.
ResponderEliminar-Leopoldo, creo nuestra hija vino a trabajar a esta casa…
* Falta 'que': creo que nuestra hija.
- En el primer párrafo se confunde cuándo se habla de él o de ella.
Voy, volando... De tanto autogorregirme, olvidé el que.
ResponderEliminarMatizo el primer párrafo. Ya te digo...
Amparo, muy original tu relato, me ha gustado esa descripción de los cuidados de la melena, como nexo de unión entre dos vidas. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Dori. Una alegría verte por aquí!!
EliminarPromesas de amor cumplidas, menos mal que ya descansa en paz de la carga que se había impuesto. Felicidades!!
ResponderEliminarMuy bien, Amparo, lo que no he entendido es por qué muere la doncella. Será que estoy muy espesa hoy.
ResponderEliminarEn el último párrafo antes de lo asteriscos lo pone bien claro, creo
EliminarDesde luego, Amparo, como dice Eulalia, tienes una imaginación desbordante. ¿Se te ocurrió a raíz de la foto o buscaste la foto después? Me ha gustado mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Rafa. La foto la puso Lu en el face de amigos de valencia escribe como quien no quiere la cosa. Primero me pareció espeluznante, pero luego le ví cierto "rollito" y salió este texto.Un abrazo...
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