Le gustaba acudir a aquel café, sentarse en la mesa de
siempre -la del rincón- y fumarse un habano. Atrincherado tras el humo miraba hacia el pequeño escenario
donde todavía le parecía ver y escuchar
a aquella preciosa joven, que con su perseverancia y admiración consiguió
conquistar poco a poco. Ahora era su mujer.
De aquella relación nada quedaba, solo el gran amor que él
le seguía profesando. Ella ya no recordaba ni su nombre.
Me gusta el trasfondo de melancolía.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho!
ResponderEliminarMe gustó!
ResponderEliminar