domingo, 29 de marzo de 2015

Nocturno por la mañana




Armando por fin había encontrado trabajo. Empezaba ese día a las nueve de la mañana en una clínica privada. Iba a tener un flamante despacho con su título de psicólogo colgado en la pared lateral, junto a la mesa. Detrás había un gran ventanal que daba a un hermoso parque. El decorado era perfecto.
Se despertó temprano. Desayunó junto a Teresa, su mujer, y su hijo Pablo de nueve años.
            -¿Lo tienes todo preparado? Qué guapo  estarás con ese traje nuevo. Vas a enamorar a todas las pacientes. Me pondré celosa.
            -Querida, sabes que para mí no hay más mujer que tú en el mundo.
            -Vamos, no exageres y ve a vestirte, no quiero que llegues tarde el primer día.
            -No llegaré tarde, cariño.
            -Entonces, papá, ¿ya me podrás comprar la nintendo?
            -Claro que sí, te la regalaré para tu cumpleaños, lo prometo.
En la radio sonaba un Nocturno de Chopin. El pronóstico del tiempo era bueno, veinte grados, propio del mes de marzo en el Levante. En la casa se respiraba un ambiente de paz y esperanza del que no habían gozado en mucho tiempo.
            Armando había estado trabajando dos años en un restaurante como lavaplatos. El puesto se lo dio una antigua amiga después de que él le suplicara. Fue su primer trabajo a los cinco años de haber acabado la carrera.
            Después de esto le dio por montar su propio restaurante y convenció a Teresa. Puso a su disposición todos sus ahorros incluyendo el dinero de la herencia de su padre. Lo guardaba para costear los estudios de Pablito o alguna emergencia que pudiera surgirles. Lo arriesgaron todo, pero el restaurante no funcionó y, al año de su inauguración, tuvieron que cerrarlo.
            Armando quedó abatido, arruinado, se sentía culpable. Vivían del sueldo de auxiliar de enfermería de su mujer. Bebía más de lo que era aconsejable. Perdía el tiempo. Esperaba que sucediera un milagro.
            El día que le anunció a su mujer que había encontrado trabajo, fueron juntos a comprar un traje nuevo y una cartera de piel. Teresa lo pagaría en tres meses arañando su sueldo. Luego fueron a comer a una pizzería para celebrarlo mientras Pablo estaba en el colegio. Pidieron una botella de vino de veinte euros, por una vez, y brindaron por el fin de sus problemas.
 A la hora de la siesta hicieron el amor con más intensidad que nunca. El haber superado tantos problemas juntos los unía. Se sentían leves y felices de nuevo.
            Aquella mañana se dio una ducha escuchando todavía a Chopin. Se había llevado la radio al cuarto de baño. Necesitaba esa música, lo relajaba. Se perfumó con una buena colonia que guardaba para las ocasiones y se puso el traje. Parecía una persona distinta.
            -Estás impecable –le dijo teresa cuando lo despidió en la puerta.
            -Deséame buena suerte, cariño.
            -¡Claro que te  deseo toda la suerte del mundo! –exclamó Teresa sonriendo- Todo va a ir bien ahora. Se acabaron nuestras preocupaciones. Vamos a empezar de cero. Los malos tiempos van a quedar atrás –añadió esperanzada.
           

-Será como un mal sueño que pronto olvidaremos –dijo él y acercándose, la besó. –Te quiero, tesoro. Lo celebraremos esta noche con una cena especial que yo mismo te prepararé.
            Salió del piso y se agarró a la barandilla de la escalera como si le faltara el equilibrio. Se metió en el ascensor. Pulsó el botón de bajada con la mirada perdida. Un fuerte mareo estuvo a punto de dejarlo allí mismo tirado, pero hizo un esfuerzo y salió al aire fresco de la calle. Se reanimó. Anduvo unos metros. Fue  al parque de Viveros. Se sentó en un banco y esperó  con la cartera sobre su regazo.

Olvidó mirar el reloj. A las diez de la noche, un policía lo llevó a un hospital desde donde llamaron a Teresa. Pasaron varios meses hasta que él pudo volver a enfrentar su mirada. El título de psicólogo sigue, treinta años después, en la casa de un amigo donde lo dejó el día que iba a ponerle un marco.

5 comentarios:

  1. A mí también me ha gustado mucho!

    ResponderEliminar
  2. ¡Buena historia, Lu! La he leído aquí y a los dos minutos, revisando las escenas de la web de literautas de este mes, te he vuelto a encontrar. ;) No sabía que participaras en el taller. ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno Lucrecia, creo que este relato debería continuar.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar