Mi historia diaria con la radio empieza en el desayuno, con
la crónica del día anterior. No sé si estoy en Wimbledon o en Roland Garros. Si
soy Rafa Nadal o David Ferrer.
Camino al trabajo me
convierto en Lorin Maazel interpretando con la Filarmónica de Viena la Cuarta
Sinfonía de Brahms. Al llegar a mi trabajo en la Delegación de Hacienda oigo a
Robin Hood, el que roba a los pobres para repartir a los ricos. Perdón, ese es Montoro, contando sus mentiras en RNE.
De vuelta a casa, me
subo a un escenario. Una canción soy Serrat y la siguiente, Sabina. Pero
siempre cuento con un público fervorosamente fiel. Por la noche, mientras hago
la cena, el aparato me resume las
trapisondas del día. Tarjetas incoloras pero con olor a podrido,
reclasificaciones fraudulentas, Eventos deportivos ruinosos, Cajas de Ahorro quebradas,
en fin.
Y a la hora de acostarse, con las noticias deportivas, me
acuerdo de ti, añoro tu compañía, tus voluptuosos vestidos, aquel discreto encanto de la Señorita Francis. Cuando,
sutilmente, me decías:
-Apaga ese chisme,
coño, y déjame dormir, hostias.
Desnudo en la cama, solitario,
escuchando las historias de gente como yo, vuelvo a ser Pepe, una oreja pegada
a un radiotransistor, un pobre tonto.
Muy bueno Pepe.
ResponderEliminarMuy bueno, nos haces soñar con detalles tan cotidianos, hasta darnos de bruces con nosotros mismos.
ResponderEliminarMe encanta, Pepe!!
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