Aquella última esquina iluminada del pueblo señalaba el límite. Más allá la nada, la oscuridad. Como en las historias de marinos que se habían de enfrentar a misterios impenetrables, plagados de monstruos, tras el último cabo conocido; así no sentíamos nosotros, cada vez que nos decidíamos, emulando a los héroes de nuestras novelas, a rebasarla.
El misterio se iniciaba como al abrir las páginas de nuestros libros de aventuras. Los más osados y aguerridos abrían la marcha, el resto seguíamos su rumbo para no caer a la deriva.
El mar era la estepa solitaria y nosotros, piratas en busca de cofres repletos de maravillas…
La fuerza de la lectura nos empujaba.
Sigue, Magdalena, sigue escribiendo que por aquí unos están de vacaciones y otros han abandonado la lectura y la escritura para dedicarse a faenas burocráticas menos reconfortantes pero necesarias.
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