Lluvia, oigo el sonido de la lluvia
cayendo por la carretera, las gotas rebotando en la metálica barra que marca
los límites de la terraza, resuena ese eco en las cañerías inundadas, corriendo
casi con recelo calle abajo. El sonido de la lluvia relajando mi pulso,
atenuando el bombeo de mi corazón. De una forma tan simple, tan lisa y
llanamente fácil.
Natural como el vapor de agua que sale de
mi boca al suspirar, como mis pensamientos acompasados con el frío, esperando a
ser reanimados y tener esos treinta y seis grados de nuevo. Entro en coma
emocional esperando fundirme en un sueño con la lluvia de fondo, con esas gotas
cayendo del cielo a cámara lenta y que culminan en el suelo sin esperarlo su
efímera existencia.
No deseo que termine este ansiado estado,
protegida por esta invernal música que nunca acaba, donde sus notas rezagadas
siguen resonando en mi mundo a partir de medianoche, pues ya han sido las doce
y nada ha cambiado. Los segundos han continuado y el reloj no se ha parado.
Pero todo acaba, incluso la canción se
acaba. En ese infinito tiempo la lluvia me devuelve al mundo real, rechazando
mi entrada a esa dimensión paralela donde cada gota sustituye cada idea en mi
cabeza. Como una descarga eléctrica mis constantes vuelven a marcar ese pulso que
ya creía disminuido. Tan sólo dos pasos me alejo de esa terraza y el sonido de
la lluvia se difumina hasta hacerse casi imperceptible. Plácidamente sigue
cayendo a pocos metros de mí, retando a la función de mis oídos, hasta casi
puedo saborear su victoria al desaparecer del mundo de mis sueños, pero no me
importa, porque yo sigo soñando con soñar con la lluvia.
Precioso. Muy emotivo, es pura poesía en prosa.
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