Se habían escogido como marco los
principales vertederos de Nueva
Delhi. Daban mucho juego visual. En la ciudad se mezclaban las coloridas telas
de las gentes, el tráfico colapsado de vehículos y seres, y el entramado de cables cruzando sus calles,
limitando la visión de un supuesto cielo ya de por sí contaminado por la
industria y los gases de los escapes. Pero sin duda, el mejor efecto
publicitario iban a ser sus vertederos.
Plenos de colorido, sus desechos denotaban
el gusto policromático de su gente.
El hedor ambiental no era etéreo. Parecía una sopa en la cual
en lugar de nadar se caminaba a través de ella.
Los camiones dejaban caer su carga. Junto a ellos, hombres,
mujeres, animales y niños. Todos revolviendo la basura buscando entre los
restos, aquellos que pudieran ser recuperados o transformados. Desde la lata de
aluminio, hasta el trozo de cable de cobre que aparece en medio de la
podredumbre de la carne mezclada con
espinas y papillas con hongos. Papeles, restos de telas, objetos
inservibles ya antes de su destino en el vertedero. Todo parece ser moneda de
trueque para el sistema. Unos buscando entre los barros de una mina a cielo
abierto. Estos, en la podredumbre de un
incontrolado vertedero.
Con mirada de sorpresa, desconcertados, los harapientos seres
detienen su tarea. Los transportistas sus camiones. Entre olores y calores, el
ruido ensordecedor de las aspas de tres helicópteros que van descendiendo hasta
llegar a aterrizar en un espacio plano y abierto. De uno ellos salen de forma
muy rápida y perimetrando el área, uniformados y armados, los equipos de
seguridad. Su misión: mantener aislada la zona evitando la proximidad de los
recolectores. Del otro, se desplaza personal de apoyo técnico que tiende una
serie de escalones flotantes sobre la basura de uno de tantos montículos,
además de aquellos que ya se mueven con
cámaras para captar las imágenes. Por último, descienden las afamadas modelos
conocidas por las revistas internacionales, publicidades y demás,
impecablemente vestidas con los modelos
de la próxima temporada. Todos con mascarillas aislantes a causa de la
insoportable pestilencia.
Las modelos son acompañadas, facilitándoles la subida por los
peldaños de la improvisada escalera, situándolas en posición. Listos para
obtener las imágenes, les dan la señal
de quitarse las mascarillas. Con cada inspiración, el rostro se les va
transfigurando. En unos minutos no
pueden contener su estómago y los vómitos producen un efecto de
contagio. Los disparos de las cámaras así como la grabación no se interrumpen.
Mareadas, pálidas, casi pétreas, con los vestidos salpicados por los jugos
gástricos, retornan con ayuda a los helicópteros.
Los buscadores de las minas de basurales continúan su tarea de
supervivencia. Los camiones se marchan.
Lejano es el ruido en el cielo.
La nueva campaña de “BEN-TONTON” aparecerá en todo tipo de
anuncios y cortes publicitarios. El siglo XXI necesita emociones de impacto. Un toque de normalidad en las fiestas de
botellones y borracheras juveniles con algunas ropas manchadas por el vómito. Las modelos no fallaron, ni su caché
tampoco.
Fue todo un éxito.
Excelente relato. Tremendas imágenes de una realidad brutal utilizada para el espectáculo. La sociedad actual ya tiene su lema: Todo por el consumo.
ResponderEliminarA mi también me parece excelente el relato, pero con una realidad terrible. ¿Todos nos adaptamos a "todo"? Publicidad, mentiras, corrupción aceptada y palmeada ....?
ResponderEliminarTremendo relato, Jorge. Felicidades!!!
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