Un descomunal armario humano de
treinta y cinco años encierra el cerebro de un niño de ocho. Se llama Antonio,
Toni para la familia, Zapatones para
el resto de su reducido universo, esto es, para los demás vecinos del pueblo.
Muchos de quienes le conocen dicen
que Zapatones es víctima de las
lesiones cerebrales que sufrió durante su nacimiento. Aseguran que ese día Don
Ricardo llevaba una copa de más y no anduvo fino con los fórceps. Sin embargo,
Félix y Maruja, los padres, ni acusan ni guardan rencor a nadie. Aman demasiado
a Toni como para reprochar nada y sostienen que es una bendición tener un niño grande,
todos anhelan hijos que no crezcan y ellos, aunque a medias y sin buscarlo, lo
han conseguido.
A Zapatones lo que más le gusta es que su madre le peine y repeine entre
caricias cada mañana después de desayunar. Luego marcha al campo con su padre,
al que echa una mano bien arando, sembrando, desbrozando...
En el pueblo no tiene amigos. Prácticamente
todos aquellos compañeros de juegos de la infancia se casaron, y los que no
emigraron andan demasiado ocupados como para prestarle cinco minutos de atención
cuando se lo cruzan.
Toni se entretiene dibujando y
pintando, enseñando silbidos a su periquito Pancho
y escuchando música en la radio que les regaló un hermano de su madre que vive lejos,
en la capital. Los fines de semana juega al parchís con su tío Andrés, el viejo
carpintero célibe que siempre se deja perder y que no canjea por nada el alegre
semblante de su sobrino tras cada victoria.
Una mañana de julio, cuando Zapatones ya se emociona pensando en las
fiestas que empiezan la semana siguiente, llega un camión al pueblo con unos
tipos armados que dicen que son militares, que ha estallado la guerra y que
necesitan soldados para defender a la patria de los traidores. Entran en las
casas y sacan a culatazos a todos los varones entre veinte y cuarenta años, obligándolos
a subir al camión. Maruja llora, suplica. “No
es un hombre, es un niño”, grita. “No
se preocupe, señora, que nosotros enseñaremos al grandullón de su hijo a ser un
hombre, a matar ratas y a servir a España”.
Una emotiva historia Rafa. Las guerras no respetan nada y los mayores nunca entendemos el por qué de ellas, menos lo van a entender los niños
ResponderEliminarExcelente historia, como siempre, Rafa.
ResponderEliminarPrecioso.
ResponderEliminarMuy bueno, Rafa. Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias a las cuatro. Sois estupendas.
ResponderEliminarMuy real, nos retrotrae a La España del siglo pasado.
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