viernes, 21 de octubre de 2011

Y EL AIRE ERA ROSA PORQUE NO TENÍA PIEL*

El vestíbulo se hallaba repleto de visones y alpacas. Un lujo mezclado con perfume destilaba por todas aquellos cueros bronceados y digamos... poco tersos. Pero lo que más llamaba la atención era la ausencia de cualquier forma manifiesta de juventud, ni tan siquiera el servicio podía decirse que estuviera renovado.
Foi y vino de miel, caviar y champagne, y ostras y Campari con Perrier en fino cristal de Bohemia con talla catalana.
Marcel Marceau, con su habitual atuendo, explicó desde guardarropía, con sus gráciles y precisos gestos que sólo faltaban 5 minutos para que empezase el espectáculo; los invitados podían pasar ya al foyer.
En la inmensidad de la sala en penumbra destacaba en el centro un bulto cubierto por una sábana blanca iluminada por un cañón de luz. Charlot, Pamplinas y Mr. Bean capitaneados por Bip surgieron de entre las sombras y retiraron la sábana donde descubrieron un vagabundo borracho inconsciente. El hedor de su cuerpo y de sus ropas se hizo manifiesto incluso para las últimas filas de los asistentes. Olía a sudor ácido, a sudor húmedo, a sudor viejo... como una mezcla entre mantequilla rancia, jabón corrompido y limón descompuesto.
Los mimos lo desnudaron, y un nuevo foco les indicó el camino para meterlo en un enorme barreño de acero galvanizado. Entre sus habituales pantomimas fueron aseándolo para el regocijo de los asistentes, que no disimulaban la comida a medio masticar de sus bocas mientras reían. Sus ropas fueron quemadas mientras tanto y reducidas a cenizas. Toda esa inmundicia resurgió de las aguas como un bello cuerpo de piel tersa y pliegues orondos. A la orden de Bip, Charlot sacó su bastón de sus pantalones y lo estampó contra el renacido vagabundo con tal fuerza y virulencia que no se tardó en vislumbrar como la sangre fluía por su piel. Mister Bean lo sostenía mientras Pamplinas, con un enoooooorme cuchillo de matarife fue despellejando aún en vida ese cuerpo que se tornó de un intenso color rojo, como las vetas blancas de la lutita calcárea negra del suelo de la sala. El disperso fluido vital de aquel desgraciado quedó registrado para la posteridad en infinidad de fotografías mentales realizadas por los asistentes, a quienes parecía que los globos oculares se les saliesen de sus órbitas como zooms de cámaras fotográficas.
     Nueve esbeltos jóvenes alados travestidos con lencería negra y zapatos rojos de tacón infinito descendieron del anfiteatro para recitar un epitafio al unísono: “la tragedia y la comedia, fundidas un uno, no pueden ser más que el drama, que gira y gira cada vez más rápido en el carrusel de este mundo hasta la eternidad. A dios gracias".
     Adiós, gracias.

*Estrofa del poema de Javier Corcobado “Ritmo en la ciudad”

6 comentarios:

  1. Me he quedaddo muda, sólo se me ocurre decir que para mí ha sido una gran lección literaria. Imaginación y puesta en escena fantásticas. Un diez.

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  2. Como si fuera un asistente más. Me levanto de mi asiento para aplaudir tal magistral obra literaria. Caray se me irizarón los pelos de la nuca. FANTASTICO

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  3. Solo me gusta el título, no lo que se relata a continuación.

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  4. Me recuerda a las pelis de Alex de la Iglesia

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  5. La escena me recuerda a la de "Entrevista con el vampiro", cuando en el teatro de vampiros devoran a una joven a la vista del público, que aplaude entre aturdido y escéptico la escatológica puesta en escena. Es muy crudo, la verdad es que lo he disfrutado.

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  6. Me dejó sin palabras. Sorprendente!!!

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