miércoles, 29 de febrero de 2012

EL SACRIFICIO




La música de Michael Nyman invade la sala y ocupa nuestros asientos; nos conmueve tras arrebatarnos la consciencia y, súbitamente, nos introducimos en la historia: Nueva Zelanda en el siglo XIX, playas inhóspitas y lugares solitarios y remotos.  La adusta figura de negro  -muda desde hace años-  es Ada, su hija revolotea a su alrededor como una mariposa. El amor y la pasión que  Ada siente por su piano nos  hipnotizan  desde la primera nota que surge de sus dedos.  Mediante él, ella adquiere la  voz que no posee. El paisaje agreste, la selva y  las intransigentes normas sociales, que no atenderá, serán el contrapunto a tan maravillosa inconsciencia. Todo esto devendrá un obstáculo que únicamente será superado por la genial locura que la impulsa  hacia la vida y la muerte: su piano.

Otros cielos

Mamadou y Yawo esperan pacientes poder vender algún DVD para llevarse unos euros al bolsillo. Somalia y el hambre han quedado lejos pero la vida aquí no les ofrece muchas satisfacciones. Domingo tras domingo ofrecen su mercancía en esta playa durante el invierno. Suerte que en Valencia los domingos suelen ser soleados. Se tienen el uno al otro, vinieron en la misma patera y ya no se han separado. Conviven hacinados, junto a otros compañeros, en un pequeño piso del barrio de Ruzafa. Tienen la suerte de tener agua corriente, luz eléctrica y una cocina de gas donde se preparan cada tarde una olla de verduras, legumbres y algo de carne. Allí, reunidos en torno al guiso, rememoran los cielos estrellados de su tierra, sienten pena y nostalgia de los que allí quedaron y se alegran de seguir vivos.

Encuentro frente al mar





Era una cita a ciegas. Nos conocimos por internet. A mí me daba miedo el encuentro. Temía que fueras uno de esos psicópatas que terminan asesinando a la rubia ingenua después de abusar de ella. Habíamos hablado por teléfono y te sugerí encontrarnos en uno de esos soleados restaurantes de la playa de la Malvarrosa. Asentiste y elegí yo el lugar: a las dos y media en el restaurante La Dorada.
A las dos en punto ya me encontraba lista para salir, pero decidí llegar diez minutos tarde, para poder espiarte desde algún rincón y decidir si quería o no sentarme contigo en la mesa que yo misma había reservado.
Camuflada tras mis gafas de sol, temía que me reconocieras. Te vi sentado y leyendo el periódico con tu copa de fino delante. Dudé, no parecías el mismo de la fotografía, pero sabía que eras tú. Pensé que las fotos sólo captaban un instante de ti. Quería arriesgarme, tampoco parecía tan peligroso comer rodeados de gente, frente al mar. Me acerqué pronunciando tu nombre: Alfonso. Te pusiste de pie y dibujaste una dulce sonrisa. Me sentí prácticamente rendida al tono suave de tu voz, de tu mirada. Comenzamos rápidamente una animada conversación mientras escogíamos dos o tres platos del menú y una botella de vino blanco muy frío.

Hoy seguimos acudiendo todos los sábados al mismo restaurante cogidos de la mano, tú con un bastón en la otra. Han pasado veinte años.

lunes, 27 de febrero de 2012

La viuda


Mi nombre es Dhara, que significa tierra. Nací en Calcuta en 1900. A los ocho años me casaron con un muerto, al menos yo nunca llegué a verlo vivo. No fui consciente del destino que ese acto, para mí ininteligible, me depararía. Me ingresaron en un ashram, un refugio para viudas. Era la mejor opción, ya que mi esposo no tenía un hermano menor con el que se me hubiera permitido contraer nupcias y, puesto que pensaban que la mitad de mí murió con él, arder junto a su cuerpo hubiera sido la otra solución; pero debió de parecerles demasiado cruel y gracias a ello logré mantenerme con vida. En el refugio cortaron mi lindo pelo largo y negro y me afeitaron la cabeza. Debía pasar allí toda mi vida conviviendo con otras viudas, algunas ancianas y enfermas. Me convertí, según supe luego, en un altar viviente consagrado a la memoria de mi difunto esposo. Pero el destino me deparaba otra vida que inicié el día que vi los negros ojos de Narayan junto al río sagrado. Me las arreglé para encontrarme con él muchas veces, escondidos de todos. A través de él empecé a entender el mundo, mi mundo, de otra forma y sobre todo aprendí a tener esperanza. Él era un idealista seguidor de Gandhi. Un día cogimos un tren y nos unimos a Mahatma y a su lucha hasta que conseguimos la independencia de la India y con ella nuestra libertad.

domingo, 26 de febrero de 2012

EL BUENO, EL FEO Y EL MALO

Erais tres dentro del círculo, rodeados de muerte, preparados para la muerte. El aire seco y el graznido de las aves presagiaban lo inevitable. Para nosotros, la música de Ennio Morricone, para vosotros el sabor amargo del desenlace. En las miradas, el nerviosismo del más débil, la dureza del más vil y la seguridad de aquél que domina la situación. Los cuerpos en tensión, las armas esperando la mano del más rápido y del más inteligente. Los dedos, cerca de la culata, nos hacen sentirnos tirantes ante el inminente final. Suena el primer disparo y cae, quizás, el más duro de los tres, el más peligroso, el que iba a permitir que, el más inteligente, el dueño del escenario salga victorioso sobre el codicioso, el deleznable. Aún se permite jugar con su vida. Podría matarlo, pero decide perdonarle la vida, abandonarle en aquel circo polvoriento...a su suerte.

LAS HERMANAS ENFADADAS


Entre hermanas es inevitable pasar de etapas amistosas a dejar de dirigirse la palabra un tiempo, ¡porque mira que es tonta! Te enfadas y después la perdonas o te la comes a besos -aunque no es mi caso, siempre reacia a besuqueos innecesarios-. Con mi hermana, más pequeña que yo, sucedió algo similar. -¡Para qué la necesitábamos! -me preguntaba, cuando nació. Ya tenía dos hermanos mayores que me hacían la vida imposible y ahora, además, otra enana que se convertía en el centro de atención del mundo. De jovencitas no nos entendíamos, de adolescentes, menos, me quitaba la ropa y hasta los novios, si me descuidaba. ¡Imperdonable! Ha sido más tarde, ya mayores ambas, cuando la aprecio por ella misma y descubro en cada uno de sus gestos el poso común de la familia, la educación y las vivencias compartidas. Aunque nos separe distancia, la vida me invita a perdonárselo todo, porque, al fin y al cabo, como ella misma me recuerda por si lo olvido: ¡soy tu hermana!

sábado, 25 de febrero de 2012

EL ABUELO



Cuando al final de nuestros días, el tiempo, en lugar de alojarnos en una cómoda mecedora a ver la vida pasar, nos enfrenta a deudas pendientes y a demonios que nos atenazan, nos encontramos con una carga difícil de arrastrar. Estos dos ancianos no encuentran esa mecedora en la que sentarse a esperar. Uno se apoya en el valor del otro para poner fin a sus miserias. El otro se agarra a su tesón para recuperar lo que considera suyo. Ambos encuentran la salvación en el amor.
Esta película me encanta. Creo que no ha recibido los reconocimientos que merece. Tiene mucha fuerza, está llena de profundos sentimientos que mezclados con un humor inteligente y fino, le añaden calidad. Supongo que la conoceréis, en caso contrario, os la recomiendo.

Fuera de África



No hay palabras suficientes para describir África. Me enamoré de su luz y de esa atmósfera tan diáfana que inundaba todo lo que nos rodeaba. Me encantaron sus contrastes de colores, del intenso verde de las selvas, al amarillo profundo de las sabanas. No existe cielo tan azul como el africano, tampoco tan inmenso. Jamás desaparece de mis recuerdos. No cambiaría por nada los paisajes infinitos y esa luz de puesta de sol de caramelo. Me transformé en otra y reverberaba porque era feliz. Formaba parte de la tierra, la amé, podía respirar  y  sentirme libre, alejada de las constreñidas convenciones de la buena sociedad danesa. Allí transcurrieron los mejores años de mi vida porque estaba enamorada.  Yo tenía un amigo y una granja en África...

jueves, 23 de febrero de 2012

Medios coercitivos.

Hoy la jornada empezará más temprano de lo habitual, el comisario nos ha citado a las 06:00 A.M. en la comisaría. Somos los antidisturbios de Valencia, un grupo de élite, la solución al problema. Somos a quienes llaman cuando todo lo demás ha fallado.

Las consignas por parte del comisario han sido bien claritas, por lo visto, la orden viene de arriba:

“Valencia no es Madrid y menos aun Londres. En los últimos tiempos se ha vivido una relación utópica entre la fuerza pública y los manifestantes, nuestros nuevos jefes quieren limpiar la imagen blandengue que está dando la policía. Por esa misma imagen en Londres pasó lo que pasó este verano y eso en España, sencillamente, no puede pasar. Se ha convocado una protesta estudiantil a las 12:00 A.M. amparada en los recortes de la educación y todos sabemos que lo que va a haber allí, no va a ser estudiantes de instituto con sus carpetas llenas de fotos de famosos, minifaldas y trencitas. La izquierda aprovechará la ocasión para caldear el ambiente, aprovechará la ocasión para criticar al gobierno, para fragmentar y poner en duda nuestra capacidad de reacción, nuestra capacidad para solucionar problemas. La masa, como bien sabéis, es fácilmente manipulable. Tenemos carta blanca por primera vez en ocho años. La Sra. Delegada del Gobierno nos deja actuar con la contundencia que requiera la ocasión. Los nacionales estarán en la primera línea de fuego, si el enemigo lleva infiltrados, nosotros llevaremos infiltrados, policías nacionales de paisano con walkies camuflados que tendrán un canal habilitado con nuestras “lecheras”. Cuando llegue el momento y creedme, llegará, actuareis en consecuencia con el máximo rigor, todos a la vez, sin preguntas, no habrá tiempo para preguntarse por la culpabilidad del enemigo. Todo el que esté liándola en la manifestación será culpable. Esta vez los putos indignados no se saldrán con la suya. No veremos ni una sola tienda de Quechua en las plazas de nuestra ciudad. Hoy van a aprender esos lo caro que sale vivir del cuento.

Sois la élite del Cuerpo de la Policía Nacional, salid a las calles y ganaros vuestra productividad”.

Dos horas encerrado en la “lechera” junto a quince compañeros, en el más completo silencio. El único que habla infundiéndonos valor es el capitán. A cuarenta grados de calor humano, con ese olor acre que emana la adrenalina metiéndose por la nariz, con el equipo anti disturbio puesto, con el casco derritiendo nuestro pensamiento, con los medios coercitivos agarrados con fuerza, los nudillos blancos, la boca seca. Escuchando las sirenas, los gritos de los manifestantes, los megáfonos insultándonos, llamándonos “cerdos”, cagándose en nuestras madres…

Alguien habla por el walkie, han descubierto a un “secreta” y le están “metiendo la del pulpo”, abren la puerta del furgón, salimos en estampida.

No veo nada, sólo golpeo con mi tonfa. No distingo a nadie, todos son carne. A mi izquierda un compañero sangra en el suelo. El capitán está dando más hostias que ninguno. Un presunto estudiante con rastas desaliñadas me agarra del chaleco, de un solo golpe le parto la cabeza. A sus pies una chica llora, me insulta, se levanta, me golpea el pecho con sus puños y con su carpeta forrada con fotos de Rafa Nadal. Tiene la blusa ensangrentada, me mira con odio, no tiene miedo, sólo odio. Entonces, lo entiendo todo, miro a mi alrededor y me sorprendo al descubrir una batalla tan desigual. Tiro la tonfa al suelo, arrojo el escudo, me quito el casco y ayudo al chaval a levantarse.

El capitán me grita, no le escucho. Hoy no pienso ganarme la productividad.

VIVIENDO CON SU ENEMIGO

Carla sostenía la pancarta. Estaba orgullosa de sí misma, pero a la vez un miedo desconocido corría por sus venas. Se sentía inquieta entre tanta multitud. Pronto respiró aliviada al ver llegar a su compañero.

- Creí que no ibas a venir. Anda, sujeta esto un momento que me pueda fumar un cigarrillo.
Le cedió a su compañero Gregorio la pancarta, que parecía convertirse por minutos en una hoz. Aún no había terminado de dar la última calada al cigarrillo, cuando Carla observó, atónita, cómo dos policías empujaban a Gregorio contra una papelera y le golpeaban en la espalda.

- ¡ Corre, corre…!- Gritó Gregorio.

Carla aligeró el paso, pero comprendió que dejar tirado a un camarada era un acto de cobardía. Se acercó hasta Gregorio para intentar quitarle de encima a los dos monstruos azules. Agarró por la espalda a uno de ellos y éste se giró bruscamente.

El rostro de carla se trasmudó cuando oyó la voz que salía de aquella bestia con forma de hombre.

- ¿ Qué coño haces aquí Carla? ¡ Corre, vete para casa! - Dijo una voz azul.


Horas más tarde, Carla y su familia comían en su típica armonía de cristal. Ella con los ojos puestos en la sopa de letras y formando la palabra decepción y su hermano Juan, el ogro azul, con la boca llena y el alma vacía.

Orgullo

Aguardaba inquieta a que fueran las seis de la tarde. Era la primera vez en mi vida que asistiría a una manifestación junto a mis compañeros de clase.

Sólo tengo catorce años pero desde niña he escuchado, primero a mi abuela -maestra de escuela en tiempos de la República-, y después a mi madre –que siguió los pasos frustrados de su progenitora-, los esfuerzos que gran parte de la población tuvo que realizar, y en especial las mujeres, para que las cosas cambiaran en este país.

-Salimos del instituto. Volveré para la cena. Hablamos luego, ¿vale?-dije con aire orgulloso. Me sentía importante.

Mi madre asintió, me colocó una bufanda de suave tejido alrededor del cuello y me dio un beso de despedida.

****

Todo ocurrió muy deprisa. Recuerdo que de las consignas uniformes que todos juntos coreábamos, se pasó a los gritos descontrolados. La policía arremetía con las porras, los escudos. Los chavales corrían despavoridos, incrédulos. Yo, aterrada, sin poder reaccionar; mis manos sujetaban todavía la pancarta cuando recibí el primer golpe seco en el estómago. Caí de rodillas. Una lluvia de mamporros redobló en mi cabeza, como si de un tambor se tratara. Traté de protegerla con los brazos. Mi cuerpo se dobló todavía más. En posición fetal, acurrucada, oía a mi alrededor los pasos apresurados, las carreras, las voces ásperas de los policías, los gemidos quejumbrosos de mis compañeros contusionados. Con los ojos cerrados pensé en mi abuela, en mi madre, y maldije en voz baja que, después de todo, las cosas no hubieran cambiado tanto en este país. Mi orgullo dejó paso a la vergüenza.

miércoles, 22 de febrero de 2012

DECISION ERRONEA

Vuelven los recuerdos al ver los acontecimientos actuales.
Empecé a trabajar al acabar la E.G.B, la opción de seguir estudiando era imposible, con esa edad trabajaba de aprendiz en un taller de sastrería, una de mis misiones era entregar los trajes a domicilio.

 Cuando los estudiantes corrían delante de los grises, yo también corría, cuando las manifestaciones eran de los trabajadores a mi me tocaba correr.
Recuerdo que una de las revueltas de los trabajadores, nuestro jefe cerro el taller, al igual que todo comercio que no quería verse en problemas, las cosas estaban muy feas, una compañera de trabajo y yo  decidimos ir por una calle que nos parecía mas tranquila, “Error de decisión”, enfrente de nosotros una avalancha de trabajadores y no trabajadores corrían delante de los grises en nuestra dirección, una expresión de terror se dibujo en nuestra cara, al dar la vuelta para escapar vimos con espanto que otra gran avalancha venia por el lado contrario, en poco tiempo vimos como silbaban las porras en el aire y caían sobre los cuerpos, nos agarramos de la mano para no tener oportunidad de que nos separaran entre tanta locura, mi compañera mayor que yo me arrastro hacia un portal, corrimos escaleras arriba con la esperanza de que la policía no nos viera, detrás de nosotras sentimos el taconeo de las botas, cuando llegamos al último piso sin apenas poder respirar nos acurrucamos una contra la otra esperando a que nos encontraran. Nuestro alivio fue cuando oímos decir a uno de ellos “déjalo, no merece la pena”, nuestros cuerpos se relajaron al mismo tiempo que nuestras lágrimas se desprendían de nuestros ojos. Después de no se cuanto tiempo que estuvimos inmóviles, decidimos bajar con sumo cuidado, la calle estaba completamente despejada

LA REPRESION

Para mi hermano. Seguro que, desde dónde esté, leerá con gran agrado este blog. Gracias, porque me lo has enseñado casi todo.


               El tenía dieciocho años, una mente llena de inquietudes, de ganas de luchar y de nuevas expectativas para los más desfavorecidos. Estudiaba ciencias económicas en la universidad de Valencia y, aunque había nacido en una familia acomodada, ingresó en el partido comunista.
Cuando su padre se enteró, le dijo que se borrara de sus filas, que eso era peligroso, pero él no le hizo caso y continuó ayudando al partido todo lo que le permitían sus estudios.
Un día, su madre, limpiando su habitación, descubrió en uno de sus estantes un montón de octavillas informativas de las actividades clandestinas del partido. La hoz y el martillo, junto a la bandera republicana, hicieron que se asustara tanto, que las hojas de papel se derramaron por el suelo. Ella ya había saboreado desde los doce años la represión que significaba el gobierno del “generalísimo”. El pánico volvió a fustigarla, con nerviosismo, colocó todo en su sitio y terminó de limpiar la habitación.
Cuando él llegó a casa, su madre le estaba esperando. Le hizo que se sentara y, en medio de sollozos, le pidió que se deshiciera de todo, que bastante había sufrido por sus hermanos durante la guerra, que fuera consciente de que si en la facultad alguien se enteraba de sus actividades, podría denunciarlo y terminaría en la cárcel.
Se llevó todo lo que tenía en su cuarto para que su madre no sufriera. Lo hizo sólo por ella. El continuó, solapadamente, trabajando para el partido. Su hermana, que entonces contaba con trece años, asistió, en silenció, a todo lo acontecido. Ella le admiraba, era su modelo a seguir y quería ser su cómplice, pero tenía que crecer más.
Pasaron algunos años, el dictador murió. En las aulas de las facultades los ánimos estaban encendidos, se protestaba por casi todo…porque casi nada había cambiado. Los grises, a caballo, patrullaban diariamente por el campus y los estudiantes continuábamos reclamando nuestros derechos y también los de los demás. Las cargas policiales  y las detenciones eran diarias. Ahora, los dos hermanos ya eran cómplices. Ella había leído todos los libros que tenía su hermano en la biblioteca. Veían las mismas películas y a la hora de comer, discutían de política con sus padres sin que ellos se enteraran de que, ahora, era ella la que corría delante de la policía.   

martes, 21 de febrero de 2012

Observadoras no tan impasibles



Hacía tiempo que ni la modernista estación valenciana ni su vecina plaza de toros veían tanto poderío, salvo en el mes de marzo, en la explosión fallera. Desde su privilegiada posición jamás perdían detalle de cuanto acontecía en  sus calles:
-Esto no parece de la misma índole –comentaban extrañadas–. Trae a mi memoria las manifestaciones antifascistas, de aquellos terribles años  que no quiero mentar.
-Pues yo diría que es algo similar. Aunque parezca una corrida, la temporada taurina no se inicia hasta la primavera.
-Tanta gente y pancartas… Además profieren consignas… Escucha: hablan de la educación y la enseñanza. De  recortes y utopías. ¡Pero si son jóvenes con libros en las manos!
-¡Estudiantes! ¡Pobrecillos! No me lo puedo creer.
Ambas, amigas y solidarias, volvieron a hacer lo de siempre, participar con sus respectivas megafonías a pleno volumen. Como si el tiempo no hubiese transcurrido. Como antes.
La policía buscó sin resultado a los artífices de semejante tropelía. 

Los recuerdos de Amanda

Voy a contaros hoy un recuerdo que conservo muy vivo. Sucedió hace muchos años, cuando estudiaba en la Universidad de Valencia. Andábamos por las calles profiriendo gritos en contra de la represión a la que la dictadura franquista nos sometía. Cuando atravesábamos la calle de Primado Reig, se produjo una gran desbandada por la carga contundente de los grises que nos estaban esperando escondidos en una bocacalle. Empezamos a correr como locos. Pero el miedo paralizó mis piernas y tuve que meterme en un portal con cinco o seis estudiantes más, subimos escaleras arriba y la policía subió también pisándonos los talones, llamamos a una puerta y un ángel encarnado en modista nos abrió. Entramos todos en tromba y la mujer cerró la puerta y se volvió hacia nosotros con un dedo en los labios para que permaneciéramos callados. Como muertos nos quedamos, rígidos y yo estaba a punto de echarme a llorar aterrada. Llamaron al timbre, nadie se movió.

-¡Abran a la policía! –escuchamos acompañado de golpes en la puerta.

La mujer seguía mirándonos con el dedo todavía en los labios. Estuvimos inmóviles un buen rato. Luego se oyó el rumor de pasos agitados, supusimos que se debían a la retirada de la policía, nos relajamos un poco pero seguimos en la casa durante un par de horas sin hacer ruido. Entonces me percaté de la habitación en la que estábamos, era grande y muy luminosa con grandes ventanales tapados con finos visillos. Había una mesa en el centro con telas, patrones, hilos y demás enseres propios de un taller de costura, dos chicas jóvenes estaban sentadas junto a una ventana con la labor en el regazo y la que parecía la dueña, nuestra salvadora, era una mujer alta y esbelta de unos cuarenta años con un rostro afable y hermoso que nunca olvidaré. Al cabo de ese tiempo la mujer se fue por un pasillo y volvió con una chaqueta y un bolso, nos dijo en voz baja que iba a salir para ver cómo estaba la calle. Volvió al cabo de uno diez minutos.

-La calle está en calma. He recorrido los alrededores y no he visto nada sospechoso. Yo creo que podríais ir saliendo de uno en uno.

Así lo hicimos no sin antes mostrarle nuestro profundo agradecimiento. A lo que ella contestó:

-No es nada, no es nada, hoy por ti, mañana por mí. Yo también tengo una hija en la Universidad, todavía no ha vuelto, espero que esté bien.

Yo salí de las últimas con el miedo todavía corroyéndome las entrañas. Anduve unos pasos y cuando estaba a tres manzanas de la casa empecé a recobrar la tranquilidad.