El viejo músico se queda mirando,
pasmado, la portada de ese antiguo disco de vinilo en la que aparecen sonriendo
un hombre blanco y otro de color. El primero de ellos sujeta una trompeta, el
segundo un saxo. El fan, que adora esa grabación y se moría por un autógrafo,
desconocía que su ídolo, con el brazo derecho paralizado y la mente en otro
universo, baila el último vals sobre la silla de ruedas que conducen las enfermeras
de un geriátrico en un apartado pueblo del medio oeste. El artista sigue observando
en silencio la cubierta de esa joya imperecedera y comienza a acariciar con su
mano izquierda el que hace décadas fue su propio rostro. En la otra, en la mano
muerta, los dedos resucitan un instante: sus yemas tamborilean sobre el
pantalón del pijama, como si quisieran pulsar unos pistones invisibles. De
repente gira la cabeza y, dirigiéndose a su admirador, le pregunta: “¿Dónde está mi trompeta, Harry?”. El visitante,
que ni se llama Harry ni tiene la más remota idea del paradero del instrumento
aunque daría todo lo que posee por averiguarlo, no consigue reprimir una
lágrima. Con la voz entrecortada le responde: “Mañana te la traigo, Buck”. Entonces el anciano sonríe, tal y como
hacía el joven de la foto cincuenta y cinco años atrás. El buen samaritano le
abraza y se aleja apesadumbrado. Sabe cabalmente que dentro de diez minutos
Buck ya no recordará nada.
viernes, 12 de julio de 2013
miércoles, 10 de julio de 2013
UN MARAVILLOSO BESO
Un pequeño carraspeo me distrae de mi
lectura y al girarme lo veo apoyado en la esquina de la estantería. Miro esa
cara, a la que quiero tanto, hipnotizada por la intensidad y el miedo que
refleja su mirada; es como si el dolor y la esperanza inundaran todo su cuerpo.
Se acerca con prudencia, sin saber como voy a reaccionar. Sus manos temblorosas
se posan en mi espalda sin dejar de mirarnos, se inclina, cierra los ojos y me
besa, suavemente. Yo, me dejo llevar... Olvido que horas antes nuestros
corazones se rompían a cachos tras una larga discusión. Su cercanía despierta
mi libido... Verle así, anulado por mí... Oh. Dios mío... de repente la
naturaleza del beso cambia; ya no es dulce y prudente por miedo al rechazo.
Ahora se vuelve carnal, profundo, devorador... Su lengua me invade la boca, en
un beso desesperado y necesitado. Mientras, el deseo se va extendiendo por mi
sangre, despertando todas las terminaciones nerviosas, haciendo que se tensen
tanto los músculos como los tendones a su paso, acerco más las caderas a las
suyas y noto su necesidad. Ahora me siento bien, amada y deseada, y no quiero
pensar en nada más, tan solo, disfrutar de este momento.
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