viernes, 12 de julio de 2013

El viejo músico




El viejo músico se queda mirando, pasmado, la portada de ese antiguo disco de vinilo en la que aparecen sonriendo un hombre blanco y otro de color. El primero de ellos sujeta una trompeta, el segundo un saxo. El fan, que adora esa grabación y se moría por un autógrafo, desconocía que su ídolo, con el brazo derecho paralizado y la mente en otro universo, baila el último vals sobre la silla de ruedas que conducen las enfermeras de un geriátrico en un apartado pueblo del medio oeste. El artista sigue observando en silencio la cubierta de esa joya imperecedera y comienza a acariciar con su mano izquierda el que hace décadas fue su propio rostro. En la otra, en la mano muerta, los dedos resucitan un instante: sus yemas tamborilean sobre el pantalón del pijama, como si quisieran pulsar unos pistones invisibles. De repente gira la cabeza y, dirigiéndose a su admirador, le pregunta: “¿Dónde está mi trompeta, Harry?”. El visitante, que ni se llama Harry ni tiene la más remota idea del paradero del instrumento aunque daría todo lo que posee por averiguarlo, no consigue reprimir una lágrima. Con la voz entrecortada le responde: “Mañana te la traigo, Buck”. Entonces el anciano sonríe, tal y como hacía el joven de la foto cincuenta y cinco años atrás. El buen samaritano le abraza y se aleja apesadumbrado. Sabe cabalmente que dentro de diez minutos Buck ya no recordará nada.


miércoles, 10 de julio de 2013

UN MARAVILLOSO BESO



Un pequeño carraspeo me distrae de mi lectura y al girarme lo veo apoyado en la esquina de la estantería. Miro esa cara, a la que quiero tanto, hipnotizada por la intensidad y el miedo que refleja su mirada; es como si el dolor y la esperanza inundaran todo su cuerpo. Se acerca con prudencia, sin saber como voy a reaccionar. Sus manos temblorosas se posan en mi espalda sin dejar de mirarnos, se inclina, cierra los ojos y me besa, suavemente. Yo, me dejo llevar... Olvido que horas antes nuestros corazones se rompían a cachos tras una larga discusión. Su cercanía despierta mi libido... Verle así, anulado por mí... Oh. Dios mío... de repente la naturaleza del beso cambia; ya no es dulce y prudente por miedo al rechazo. Ahora se vuelve carnal, profundo, devorador... Su lengua me invade la boca, en un beso desesperado y necesitado. Mientras, el deseo se va extendiendo por mi sangre, despertando todas las terminaciones nerviosas, haciendo que se tensen tanto los músculos como los tendones a su paso, acerco más las caderas a las suyas y noto su necesidad. Ahora me siento bien, amada y deseada, y no quiero pensar en nada más, tan solo, disfrutar de este momento.