viernes, 13 de diciembre de 2013

EL HUERTITO DE CANITO











Esta es la historia de un joven emprendedor de un pequeño pueblo, ubicado en la España profunda y tantas veces olvidada, que un día tuvo un sueño.
A su madre le encantaban las películas de romanos que los sábados, en su juventud, proyectaban en el cine/casino de la Plaza Mayor. Quizás por eso tuvo muy claro, durante el embarazo, que si era niña se llamaría Claudia y Augusto si venía con colita. Al padre de la criatura nadie le iba a mover de sus arraigadas tradiciones familiares: Su bisabuelo fue Nicanor, el Nabo, su abuelo, su padre y el mismo, llevaban con orgullo el nombre de Nicanor. Su vástago sería Nicanor, por supuesto. El apodo “Nabo” les venía por su oficio: Agricultores. Mayoritariamente se dedicaban a la cosecha de calabazas, rábanos, pepinos y nabos.
El pequeño Nicanor Augusto Sánchez Abundio quedó huérfano a la temprana edad de cinco años, siendo su abuelo Nicanor el que  se hizo cargo de su educación y cuidado, enseñándole todo lo que debía saber acerca de los cultivos de la huerta, creciendo rodeado de brasicáceas, vainas, cucurbitáceas y hortalizas. Bueno, en realidad no es que creciera demasiado, sus compañeros de colegio le llamaban cariñosamente “Canito”, por lo esmirriado, enclenque y gilitocho que era. A él no le importaba, vivía en su nube (en la pola, decimos por aquí) y siempre sonreía a todos. Aparte es la mención a la costumbre que tenía de firmar los exámenes con sus iniciales: N.A.S.A.
Como decía al comienzo del relato, Nicanor, Canito o el Nabo, como prefieran ustedes, tenía un sueño: Quería ser astronauta, viajar a través de las galaxias… Y plantar sus nabos por todo el universo, conocido y desconocido.
A los quince años comenzó a desarrollar nuevas inquietudes y a experimentar nuevas técnicas de cultivo. Motivado en parte por el cambio climático, en parte por un claro síndrome de Diógenes, además de una evidente falta de amor maternal acompañada en este caldo (al que siempre le faltaron un par de hervores), la férrea disciplina de su abuelo, tristemente fallecido el invierno anterior. Era frecuente verle recogiendo envases plásticos o de vidrio de las basuras, y pintando con spray de colores en vallas y muros sus iniciales, N.A.S.A.
- Canito, ¿Dónde vas cargado con todo eso? – Le preguntaban.
- Tengo que preparar mis nabos.
- ¿Con botellas plásticas?
- Claro, tienen que aprender a sobrevivir en cautividad. En las naves espaciales hay muy poco espacio y cuando me los lleve conmigo no quiero que se mueran. Deben hacerse fuertes.
Aquel jueves de septiembre, Antonia estaba sentada en el banco de la parada del autobús de línea. Era muy temprano. Antonia era ya una mujer más que  madura cuyo único objetivo en la vida era el de recibir y despedir a los viajeros del autobús.
¿Quién sabe si no esperaría a su príncipe azul?, aunque imagino que ya le daría igual que fuera rojo, amarillo, verde o lila. Era la solterona del pueblo; parecía hecha en la misma cazuela que Nicanor y con la misma cocción… Incompleta. Todos la conocían como Antoñita “la Fantástica”.
- ¿Te vas de viaje, Canito? – Preguntó al muchacho cuando este se sentó a su lado en el banco, colocando la pesada maleta entre sus piernas.
- Me voy a las Américas, pero no se lo cuentes a nadie.
- Vale. – Ya no pronunciaron palabra hasta la llegada del autobús que habría de cubrir la primera etapa del largo viaje del chico.
Apenas arrancó el vehículo, a Antoñita la Fantástica le faltó tiempo para salir por piernas y despertar a gritos a todos los vecinos.
- ¡Nicanor se marchó a Nueva York!, ¡Nicanor se marchó a Nueva York!
Esto sucedió hace un par de años, y hasta hace unos días, en que  se produjo el suceso, el pueblo vivía en su apacible y rutinaria tranquilidad. Todos vieron la noticia en la televisión y los periódicos. No había más comentario en los corrillos, tabernas y secadores de pelo de la peluquería de Angelita.
“La NASA plantará nabos en la Luna en el año 2015”.



martes, 10 de diciembre de 2013

FONDO



Fondo, que hondo me sueñas
y lejos que me despiertas.
Acurrucado en tus brazos me arrullo
mientras mi boca dibuja una nube
que poder posar en tus pechos…
Un susurro.
Fondo, que tanto me tientas
y que tan dulce es tu lamento.
Atrapado entre tus piernas me venzo
mientras mis ojos posan en los tuyos
una chispa de pasión y deseo…
Un murmullo.
Fondo, que lento me llevas
y sin excusas que me dejas.
Ahogado en el ansia me duermo
mientras mis manos esculpen a ciegas
de caricias tu rostro…
Tan sereno.
Sinfonía en el tiempo, incompleta,
dulce melodía al viento,
verso suelto de un poema…
Así es como te siento.
Noche de luna eterna,
lluvia mágica de estrellas,
desde lo profundo de mi corazón…
Sin fondo

es así como te quiero.

MIRADAS EN EL ANDÉN



Nota del autor: Amparo Hoyos, Rafa Sastre, gracias por hacer de este aprendiz de escritor la persona más feliz del mundo. Asun Ferri, no estuviste físicamente pero siempre estás en nuestra mente.

                                   …………………………………

Puntual, como cada día, el expreso de Barcelona inicia la marcha al tiempo que suena el silbato del jefe de estación. Un anciano despistado, que lee la prensa en una esquina del apeadero, se sobresalta con el pitido dejando caer el periódico al suelo. Me acerco apresurado y se lo recojo. Son las cinco de la tarde y sigue lloviendo. El olor del cemento empapado se mezcla y funde con el diésel de los motores de la locomotora.
Continuo con la ronda; no me gustan las sorpresas por lo que espero que sea una tarde tranquila. Desde la entrada principal miro y admiro la belleza de la plaza de toros. Vacía. Tan próxima que casi parece una extraña prolongación de la estación, silenciosa y atenta a todo el que entra y sale de su andén.
De pronto mi atención se centra en una pareja. No son jóvenes, pero tampoco parecen demasiado mayores. Siguen con atención, como yo, el trajín de transeúntes… él está nervioso y no es capaz de disimularlo. Mi instinto policial se activa. Al cabo de un rato alguien se les acerca. El gesto con la mano y el asentimiento de cabeza son muy sutiles pero suficientes para identificarse. Se miran y se funden en un largo abrazo. Esto me desconcierta por completo, el primer movimiento es el típico de una cita a ciegas de desconocidos, pero ese abrazo es inequívoco de una fuerte y estrecha relación. Permanecen plantados bajo la lluvia, charlando, hasta que se les une una cuarta persona, una mujer de mediana edad,  apariencia normal y vestida sin lujos aparentes. El abrazo se repite. Seguro que pertenecen a alguna secta.
Alguien en el interior reclama mi atención. Me giro y veo a una hermosa jovencita que solicita mi ayuda:
- ¡Mozo! ¿Sería tan amable de subirnos las maletas al vagón? – La joven está acompañada por una anciana con una mirada tan dulce que es imposible negarse (Más por la sonrisa de la joven que por la mirada de la abuelita).
Cuando regreso a la salida el grupo ha desaparecido. Mejor así. El desfile incesante de gente va en aumento a medida que avanza la tarde. Es el momento perfecto para permitirme cinco minutos de descanso y tomar un café bien caliente, más tarde será del todo imposible. Entro en la cafetería de la estación y le hago un guiño a Tomás, el camarero; ya sabe cómo me gusta el café. Un rápido vistazo me basta para averiguar qué tipo de personas me rodean (A veces me pregunto qué fue lo que me impidió hacerme policía)…
- ¡La leche! – Exclamo sin poder evitar que mis ojos se disparen fuera de sus órbitas.
- Pero Benito, si siempre lo tomas solo – Protesta Tomás mientras me sirve el café.
- Perdona, no es contigo. Está bien así – Respondo sin desviar ni un milímetro la mirada de la mesa del fondo. Allí están otra vez, los cuatro de la entrada, en una animada charla.
Le digo al camarero que me sirva la consumición en la otra punta del mostrador y hacia allí dirijo, disimuladamente, mis pasos. Tengo que escuchar esa conversación. Nunca se sabe. El local está casi lleno y tanto murmullo de fondo me hace afinar bien el oído para poder captar el contenido de la conversación.
Libros, cuentos, poesías… Pero ¿De qué carajo están hablando?
Historias de barcos piratas, relatos de apariciones; humor negro, policías y gánsteres americanos. Duendes, hadas, países que no existen, princesas…
¡Menuda pérdida de tiempo!
¡Malditos intelectuales bohemios!
No me extrañaría encontrármelos a la salida del turno haciéndose fotos en el Mercado Central o en la Lonja, incluso pasando debajo de las Torres de Serrano o tomando un agua de Valencia en el Café del Negrito.
- ¡Mozo!
- ¡Ya voy! – Me reclaman. Dejo la taza en el mostrador y salgo al andén. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El final de un sueño





Se durmió soñando que él también podía volar. La inconsciencia le ayudaba a olvidar la terrible condición del paria en que se había convertido por mor de una sociedad cada vez menos humana, más insensible. Le salió caro conservar la dignidad cuando golpeó al encargado de la fábrica después de ser insultado repetida e injustamente ante sus compañeros. Aquel sujeto solo perdió una maldita muela, él su trabajo. Y aunque no estaba dispuesto a desperdiciar el futuro, la violenta realidad pisoteó todas sus esperanzas. Soñaba que podía volar, y si bien al principio fue bello, acabó planeando sobre el interminable cementerio del optimismo.

(Relato presentado al Concurso Relatos en Cadena, de la Cadena Ser y Escuela de Escritores)

Ojalá los sueños




Se durmió soñando que él también podía volar, que era un marabú más surcando el luminoso cielo que cubría su comarca. Imaginó que desde la altura divisaba su poblado, las cimas de montañas sagradas y una nutrida manada de ñus desplazándose hacia el sur. Observó a los niños jugando alegremente en las riberas y a un grupo de cazadores adentrándose en la espesura del bosque. Creyó distinguir a sus padres, que lloraban angustiados a la entrada de la choza. Y cuando se disponía a acercarse para confortarlos, un golpe de mar primero y un latigazo después desvanecieron cualquier ilusión.

(Presentado al concurso Relatos En Cadena de la Cadena Ser y Escuela de Escritores)


lunes, 2 de diciembre de 2013

La Cuarta Dimensión





Desde que a Herbert se le ocurrió comenzar a narrar en una sencilla gaceta titulada “La Cuarta Dimensión” las experiencias de sus continuos viajes a través del tiempo, los habitantes de la pequeña ciudad de Blackville esperaban fervientemente aquella publicación. Con el artilugio que había inventado, el científico iniciaba casi a diario nuevas travesías que le llevaban, a su antojo, tanto al pasado como al futuro. De la más rancia antigüedad rescató memorias trascendentales, reconstruyó los perfiles de los más grandes personajes y demolió consolidadas teorías sobre el auge y ocaso de algunas civilizaciones, revelaciones todas ellas que insignes historiadores con acceso al boletín tacharon de patrañas absurdas e inverosímiles. Del porvenir trasladó, indistintamente, las noticias más ilusionantes pero también las más funestas predicciones que eran, asimismo, descalificadas y reprobadas por los gobernantes. En la última edición, Herbert escribió algo que sonaba a despedida. Al día siguiente viajaba al año 2014. Nunca nadie después supo más de él.


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tres metros de cuerda



Era una mañana soleada y abrumadoramente calurosa en pleno mes de noviembre, parecía que el frío había olvidado acudir a la cita otoñal de todos los años. Las playas estaban llenas de bañistas jubilados o de parados que pasaban al sol todos los días de la semana. Juan Pedro estaba trabajando en su ferretería sofocado porque se negaba a poner el aire acondicionado, gastaba mucha luz. Entró un joven con aire despistado en el local y se dirigió a él.
-         Buenos días, necesito tres metros de cuerda.
-       ¿Cómo la quieres? –le contestó solícito.
-         Que sea fuerte, que me sostenga.
-        ¿Qué la quieres para ahorcarte? –le dijo en tono  socarrón.
-         Sí –le contestó el cliente.
El ferretero no le dio importancia a lo que pensaba que era una broma y le despachó la cuerda introduciéndola  en una de sus bolsas. Al cabo de un rato recibió la llamada de un amigo que le informó de que la policía había impedido el suicidio de un joven en el último momento. Se estaba intentando colgar en el Parque del Oeste, de un árbol, y la cuerda parece que provenía de tu tienda –le dijo- la han identificado por el envoltorio. Juan Pedro se quedó impresionado y anduvo todo el día cabizbajo. Parece que era una verdad, silenciada por los medios de comunicación, que la crisis atroz que sufría el país estaba produciendo un montón de suicidios. Se dijo que tendría más cuidado en adelante al vender sus cuerdas.

domingo, 24 de noviembre de 2013

VERTIGO

Se asomó a aquel frágil e inconsistente balcón. Una rápida mirada al vacío le hizo recordar, una vez más, su gran fobia: El vértigo.

Resbaló un poco, apenas lo justo para quedar a merced del destino. Sabía que no era necesario dejarse caer, un leve empujón sería suficiente y este, seguro, llegaría.

No fue capaz de recordar cómo había llegado a aquella situación. Los motivos eran muchos, y ninguno en concreto; se ponían de acuerdo cada noche para llevarla hasta allí. Todas las noches.

La avalancha estaba a punto de llegar y precipitarla al abismo.

¿Por qué tenía que ser ella la primera? No era justo, estaba completamente indefensa.

Sucedió sin más, llegaron a borbotones y ni tiempo tuvo de mirar atrás… Se deslizó por la mejilla hasta la almohada, empapándola una noche más.

NUNCA MÁS

No oyeron los primeros golpes en la puerta, ni la llamada nerviosa de la vecina. No vieron como aquellos hombres reventaban la entrada, pisoteando los restos del jarrón donde horas antes morían, secas, las dos rosas que le regalaran el día de la madre. Nunca acertaron a comprender el por qué de tanto ruido.

Aquella noche la orgía desenfrenada de odio y golpes se convirtió en un baile de cuchillos. No hubo motivo, nunca era necesario.

Los policías entraron hasta la cocina, donde Lucia, acurrucada en una esquina, ajena a todo, inmovil, inerte, les esperaba desde hacía muchas horas; desde hacía ya demasiados días. No contestó cuando el más alto se agachó y la tocó. Ya no le quedaban palabras que pronunciar, se le escaparon todas por el tajo que tenía en el cuello.

Desde su escondite, debajo de la mesa, no pudieron ver las piernas, vestidas de uniforme azul, que las querían rescatar... Tan tarde ya. Marta y Maria, de tres y cuatro años, ya no pudieron colorear el cuento que dormía a su lado, como ellas...Inacabado

Mil y una




Mil lágrimas derramadas

en un rincón de la cocina,

disimuladas, escondidas,

entre escobas y mandiles.

Mil suspiros ahogados

bajo el agua de la ducha,

entre el batín y la toalla,

tras la puerta del baño.

Mil esperanzas perdidas

en el quicio de la ventana,

viendo pasar la vida

tras el cristal, encerrada.

Mil noches en blanco

huyendo entre las sombras…

Mientras, aquellos ronquidos

hunden su cuerpo en la cama.

Una mano cruza el aire

viciado de la estancia.

Un insulto rompe el silencio;

una patada la remata.

Mil gritos se ahogan, mudos,

en lo más profundo de su alma.

En el suelo mil lagrimas se funden

con la sangre allí derramada...

¡Por nada!

viernes, 22 de noviembre de 2013

La inconsciencia



                                             
Nacho y Cristina formaban una pareja feliz. Ambos procedían de familias adineradas, vivían en una casa cómoda y grande, más que suficiente para albergar a su numerosa prole.
Aunque Nacho procedía del mundo del deporte, pronto empezó a despuntar como un avispado empresario gracias a la astucia de su profesor de economía. Juntos, fundaron una empresa  –sin ánimo de lucro- encargada de fomentar y ofrecer ayudas para los deportistas con bajos recursos. Cristina, aunque se hacía la remolona, pronto entró a formar parte de dicha sociedad.
La vida transcurría de forma dulce y placentera para todos. Tan solo existía una pequeña nube gris: Cristina era sonámbula. Nacho era el único conocedor de este trastorno, los niños vivían sin estar al corriente de las caminatas nocturnas de su amantísima madre. Un día, su marido casi se vuelve loco buscándola por toda la casa. Sus ocho habitaciones, con sus respectivos cuartos de baño, fueron inspeccionadas una por una. También el salón de cine, los dos despachos y el gimnasio. Una ventana abierta de par en par en pleno mes de enero, fue lo que le alertó para asomarse al exterior y ver a Cristina de pie en la cornisa, con su camisón trasparente de La Perla. Parecía encantada de que un grupo de jóvenes que andaban de botellón, la piropearan y le hicieran proposiciones muy pero que muy indecentes. Lejos de sentir miedo a las alturas, sonreía y guiñaba el ojo izquierdo a los chicos. En el intento de hacerla desistir de su exhibición, fue Nacho el que estuvo a punto de perder su vida.
Los niños crecían a la par que lo hacían los negocios familiares. Cristina no podía entender cómo entraba en la casa tal cantidad de dinero, teniendo en cuenta la finalidad de la fundación. Sin embargo, la alegría de ver a sus hijos crecer sanos y contentos borraba de su pensamiento cualquier duda.
Un día de tantos, Cris volvía a casa después de dejar en el colegio a sus hijos, cuando vio en la puerta de su casa a cuatro señores bien vestidos, incluso, dos de ellos, llevaban uniforme de la policía. Ella pensó que velaban por la seguridad de todos los vecinos del elegante barrio, pero uno de ellos, tomándola por el brazo, le dijo que se la tenían que llevar a la comisaría para hacerle algunas preguntas. Supuso que tendrían que ver con el seguro de la casa y de los innumerables cuadros de altísimo valor que, últimamente, Nacho colgaba en las paredes del enorme salón y que, según decía, correspondían a sendos obsequios de empresarios agradecidos.
Sin embargo, las preguntas que le hacían, aparte de incluir la procedencia de los cuadros, iban dirigidas a comprobar por qué su firma, aparecía en todos los documentos relacionados con la fundación y otras sociedades que desconocía y en las que… ¡figuraba como administradora única! No lo podía entender, ella nunca firmó ningún documento que la vinculara directamente, estaba segura.
Nacho acogió la noticia sin manifestar sorpresa alguna. Mientras meditaba sobre lo acontecido, recibió la llamada de su profesor, socio y amigo: “ Hola, Diego. Tranquilo, todo está ocurriendo como lo planeamos. Sí, sí, al doctor también le daremos algún pellizco. A ella tampoco la encarcelarán puesto que todo lo hizo de forma inconsciente, sonámbula, vamos. Nosotros no aparecemos por ningún lado. Se me ocurren verdaderas locuras para continuar aprovechando el trastorno de mi mujer…”*


*Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



lunes, 18 de noviembre de 2013

Confusión u olvido




Fuera por confusión u olvido, Amanda programó a la misma hora y en el mismo lugar sus citas a ciegas con Robin y Derek. En el paseo marítimo de Norwalk los tres se conocieron, fumaron unos pitillos, charlaron y rieron durante un buen rato. Después cenaron juntos y mientras, entre los hombres surgió el amor.

Amanda sigue recurriendo al mismo tipo de encuentros, solo que ahora lleva mucho cuidado en evitar inoportunas coincidencias.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sofrito


El aroma a cebolla frita, pimiento y tomate natural, el sonido de aquel bolero en la vieja radio, la luz del medio día colándose por la ventana...le atrajeron hasta la cocina. Se apoyó en el marco de la puerta y la observó trajinar mientras murmuraba al compás de la música. El olor del sofrito y su leve "Chopchop" desde la sartén le recordaban que aquel amor seguía vivo, que ella seguía viva. Se acercó sin hacer ruido y le rodeó la cintura con los brazos, ella sonrió sin poder evitar que el vello de su piel se erizase con aquel contacto y se giró lentamente alzando los brazos al aire.

Así estuvieron largo rato, abrazados, meciéndose el uno con el otro, con el vaivén de la música.

Unos segundo después, el bolero terminó, el sofrito se quemó y ella contuvo lágrimas ahogadas por no volverle a ver.

martes, 12 de noviembre de 2013

Los hijos de perra





Tenía la pistola cerca y aún así no estaba tranquilo. Esa maldita histérica estaba rondando por allí, buscándome y aunque no supiera en que bungalow estábamos y aunque estuviera lloviendo a cántaros y las malditas chapas del techo nos dejaran dormir y fuera de noche desde hacía varias horas, aún así sabía que ella podría encontrarnos.

Estábamos todos muy cansados después de huir y escondernos durante días y cuando llegamos por fin a Saint Jean de Luz elegimos un camping y nos alojamos en la cabaña 506.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Revelación




Madre, necesito contarte algo: acabo de conocer a una joven excepcional y me he enamorado de ella. Se llama Giuliana, es más o menos de mi edad, está excelentemente educada y por lo que hemos hablado compartimos muchas aficiones, pues le encanta la literatura clásica, adora las composiciones de Paganini y las óperas de Verdi. Es de muy buena familia, no te vayas a pensar, sus padres eran unos ricos lombardos que se instalaron en nuestro país después de verse envueltos en un conflicto político cuyos detalles desconozco. Giuliana Marini es una damita preciosa, sus cabellos ambarinos me recuerdan los tuyos. Le pediré que pase a verte. Cuando la conozcas también te sorprenderán sus maravillosos ojos de azabache. Viste como una auténtica princesa y es sencilla, gentil, tierna. Y aunque no le encuentro el más mínimo defecto, existe un inconveniente que podría amenazar esta ilusionante relación: ella murió en 1882 y asegura que bajo ningún concepto puede traspasar las puertas del cementerio. Así es que, de ahora en adelante, os visitaré más a menudo. Aquí dejo unas flores, espero que te gusten. Hasta mañana, madre.


lunes, 28 de octubre de 2013

Crónica de guerra



Esta madrugada, al rededor de las tres de la mañana ha estallado la guerra mundial definitiva. El bien conocido general de las fuerzas armadas aliadas ha lanzado el ataque con misiles. Está planeado que continúe durante dos días, hasta diezmar completamente el poderío de los insurgentes. Según datos de la agencia de inteligencia, los estados implicados tienen armas químicas, misiles de largo alcance y artillería pesada aunque no se tiene conocimiento de la existencia de armas de destrucción masiva o biológicas.



En una operación que lleva meses de estudio, se lanzaron misiles teledirigidos sobre los principales puntos de conflicto, ubicados a varios miles de kilómetros uno de otro. Las dianas o puntos objetivo de los misiles han sido marcados con sistemas locales de direccionamiento para minimizar el efecto de dispersión y error que tienen los sistemas teledirigidos sin ajuste local. Estos sistemas de posicionamiento local están formados por células de militares infiltrados en el territorio enemigo que son capaces de apuntar al blanco de los misiles con una precisión de décimas de metro siendo marcados los puntos desde diez o doce kilómetros de distancia, asegurando así que el radio de acción de los misiles no afecta al personal de marcado. Los «marcadores» son militares expertos entrenados en el arte de encontrar blancos partiendo de imágenes satélite. Una vez visualizado el blanco, apuntan sus marcadores láser sobre los objetivos y permanecen durante horas esperando el impacto de los misiles. Su misión comienza en la búsqueda de la diana y termina con la confirmación —vía satélite— de la destrucción del punto marcado.

A partir de las tres y media de la mañana los «marcadores» comenzaron a dar las primeras confirmaciones de blanco. El enemigo, sorprendido por los misiles —recordemos que estaban aún en fase de negociaciones con los aliados y la ONU no ha aceptado ningún ataque preventivo—, no ha tenido tiempo de reacción ante los primeros ataques. Alrededor de las cuatro de la mañana, comenzaron los impactos en zonas no marcadas, según nos confirmó una fuente local de una de las zonas atacadas. Parece ser que los insurgentes, conocedores de la técnica de marcado de los aliados, usaron la misma para encontrar primero a los marcadores y luego hacerse con los equipos. Los aliados, sin ser prevenidos del hecho y sin esperar confirmación de la segunda tanta de impactos, lanzaron la tercera y esta es la que ha sido determinante en la batalla del día de hoy. El fuego amigo ha destruido cientos de aldeas de países vecinos. El ingenio de los insurgentes ha dado tiempo suficiente para adherir a drones —aviones normalmente no tripulados— a tres de los «marcadores» —junto a sus expertos militares aún con vida— que habían sido robados a los aliados hace unas semanas. Estos drones fueron teledirigidos a las principales ciudades aliadas y el saldo de muertes es aún desconocido pero según nuestras estimaciones podría rondar el millón y medio de personas.

La situación actual es desconcertante. Los aliados han decidido hacer un alto el fuego mientras estudian la forma de asegurar que los «marcadores» no vuelven a ser interceptados y, por otro lado, tratan de explicarse lo sucedido. Los gobiernos de los aliados están sumidos en el caos tratando de consolar a las víctimas y a la vez actuar contra un enemigo invisible, según ellos, que ha provocado el rearme de los insurgentes. La opinión pública y los medios de muchos países cuestionan en estos momentos la idea del desarme de los enemigos, dado que aunque ya no disponían de armas de destrucción masiva, sólo su ingenio les ha valido para usar las de los aliados en su contra.

Algunos medios —entre los que se encuentra nuestro rotativo— piensan que los aliados están perdiendo una guerra que comenzaron con objetivos económicos y que por lo tanto no fue ni planificada ni necesaria a nivel internacional. Llevamos ya cinco horas de alto el fuego y las manifestaciones contra la guerra están siendo multitudinarias, sobre todo en las ciudades que han sido masacradas. La gente en occidente sale a las calles con los féretros de sus muertos, con la sangre de sus muertos sobre la cara y clama, a los gobiernos de los aliados, que paren esta matanza sin sentido.

Más allá de las transmisiones en cadena del líder del gobierno de nuestro país y de los demás aliados, transmitiendo tranquilidad y que lo sucedido era un hecho aislado que no volvería a repetirse, lo que la masa reclama es volver a la normalidad antes de la guerra. Diezmados por la inflación y los impuestos, los ciudadanos de las naciones occidentales exigen paz. Ya no se trata del bienestar común o las libertades individuales en riesgo, el pueblo exige a sus estados que vuelva la paz y las negociaciones entre las partes. Aún no tenemos respuesta de los aliados ante este reclamo y según nos aseguran nuestros reporteros a pie de calle, la gente se está organizando y probablemente esta exigencia pacífica pronto se trasforme en algo más. Seguiremos informando.

Pernando Gaztelu

domingo, 27 de octubre de 2013

The LOVE Brothers


-Chicos, chicos, chicos, creo que os estáis precipitando... Mirad que en esta vida para todo hay remedio menos para la muerte, les dije.
-¡Y una mierda!, contestó a pleno pulmón el que parecía más gallito y al mismo tiempo menos espabilado.

Todo empezó por mi inveterada adicción a la nicotina. Ya lo repetía una y otra vez Deborah, mi última novia: “El tabaco te va a matar, cariño”. Aunque era cerca de la medianoche, decidí acercarme al bazar a por un paquete de Marlboro. Fue de vuelta al apartamento cuando me interceptaron y acorralaron en un apestoso callejón, próximo a la Avenida Tremont. Había oído hablar de ellos, eran cuatro matones llamados Leonard, Otis, Vincent y Ernie. Por algún motivo se les ocurrió utilizar las iniciales de sus nombres y autodenominarse The LOVE Brothers, aunque en los fondos por los que yo me movía todos les conocían como The Democrats. En el fondo eran cuatro paletos de pueblo que el destino había reunido en el Bronx. La suma total de sus masas encefálicas era inferior al seso de un canario. No constituían una banda organizada, imposible que planeasen nada racional con su despreciable coeficiente intelectual; simplemente trabajaban para otros bajo pedido e iban sembrando el barrio de cadáveres. Siempre el mismo sistema: un disparo en la cabeza, otro en el corazón, otro en el vientre y otro en los huevos. Nunca comprendí lo del disparo en los huevos, tal vez era su firma, su marca, vete tú a saber. Les llamaban The Democrats porque, aunque operaban por encargo, antes de liquidar a alguien siempre votaban entre ellos para decidir si lo hacían o no. Parece una estupidez y de hecho lo es, pero no se nos olvide que estamos hablando de unos tipos estúpidos hasta decir basta. Me contaron que en su último trabajo, la votación para decidir si se cargaban a Danny DiPaula quedó en empate. Seguramente más de uno de aquellos sicarios todavía necesitaba aprender las vocales. Lanzaron entonces un dólar de plata y Danny perdió. Eran imbéciles, pero también duros de cojones. Se rumoreaba que una vez que arrestaron a Otis y le aplicaron el tercer grado no solo no pió nada, sino que consiguió volver majareta a uno de sus interrogadores, el cual acabó confesando un delito de pederastia.

Pues bien, allí estaba yo, esposado a una tubería del gas en la callejuela más asquerosa y oscura de Nueva York, delante de ese póker de zoquetes que se presentó de parte de Wesley Murphy, un usurero al que adeudaba desde hacía meses la módica cantidad de veinte de los grandes más intereses. Como ni tenía la pasta ni preveía tenerla en un próximo futuro, Murphy decidió cargar esa cantidad en su libro de pérdidas y ganancias, no sin antes tacharme de su lista de morosos. The democrats ya habían votado y el resultado fue de tres a uno en mi contra. Alguien había aprendido el a-e-i-o-u desde el último asesinato. Ahora, después de rezar para que el disparo en los huevos fuese el último de los cuatro, probé a gastar saliva, que es sin duda el procedimiento más asequible para alargar la vida cuando ni puedes salir corriendo ni tienes un centavo en el bolsillo.

-Chicos, chicos, chicos, creo que os estáis precipitando... Mirad que en esta vida para todo hay remedio menos para la muerte, les dije.
-¡Y una mierda!, contestó a pleno pulmón el que parecía más gallito y al mismo tiempo menos espabilado.
-Creo que cuando habéis votado no tuvisteis en cuenta una información muy importante, decisiva, diría yo.
-¿Qué información ni qué ocho cuartos?
-Chicos, tengo información privilegiada sobre la sexta carrera de mañana.
-¿Información privilegiada? ¿Qué rayos es eso?
-Que alguien se ha ido del morro y me ha soplado cuál será el caballo ganador.
-¡No jodas!
-Sí, os lo juro por mis huesos, ¡que contraigan un cáncer si es mentira!

Aquellos palurdos se miraban entre sí embobados.

-Eso significa que si me dejáis vivir hasta mañana, por la noche os duplicaré los honorarios de Murphy, incluso es posible que salde con él mi deuda. Creo que deberíais considerar la posibilidad de votar de nuevo.
-Nunca votamos dos veces, Buchanan. Es nuestro método.
-Pero ¿qué me estás contando, hermano? Si hasta en las Cámaras repiten las votaciones, tronco. Vuestro método está anticuado, es inflexible y poco práctico. Deberíais ir pensando en cambiarlo. Este sería un buen momento para hacerlo. Recuerda que se trata de pasta, amigo.
-Espera.

Los tipos se apartaron unos metros y, colocados en círculo, con los torsos inclinados hacia adelante y cogidos de los hombros, como si estuviesen estudiando una jugada de fútbol, empezaron a cuchichear por lo bajini. Al cabo de dos minutos se incorporaron dirigiéndose hacia mí.

-Hemos decidido por unanimidad que, excepcionalmente, haremos una segunda votación. Pero no nos vengas luego con más gilipolleces, porque no habrá nuevas votaciones.
-OK, hermano. Estoy convencido de que habéis tomado una inteligente determinación. Siempre me ha encantado la democracia, por eso amo este país. ¡Dios bendiga América!

Me invadió una absurda alegría. Me veía camino de Seattle en el primer Greyhound de la mañana cuando, después de murmurar de nuevo, se giraron para informarme.

-Buchanan, el resultado ha sido de dos a dos.

Joder, ¡me cago en la leche que mamaron! Estos tipos no tenían arreglo. ¡Vaya pandilla de anormales!

-Juro que no os entiendo, chicos. Pienso que…
-¡Basta ya de rajar y tocar las pelotas, Buchanan! Me duele la cabeza de oírte. Creo que si pronuncias una sola palabra más, te estrangulo. Acabemos con esto, necesito una aspirina. Nuestro método estipula que en caso de empate lanzamos un dólar de plata. Tú eliges: cara o cruz. Si aciertas, te las piras bien lejos. Al quinto pino. No queremos volverte a ver. Pero si pierdes la espichas, ¿entiendes?
-Capito, hermano. Pero antes de escoger tengo dos preguntas que haceros.
-Adelante.
-La primera es por qué el disparo a los huevos.
-Eso fue una idea de Ernie, mejor que te lo cuente él.
-Es una explicación fácil. Si le pegas un tiro en los testículos a un tío, se concentra en el dolor que eso le causa y los demás disparos ni los nota. Digamos que es una terapia pre-mortem, destinada a rebajar el sufrimiento. ¿Comprendes?

De esa descabellada aclaración solo deduje que el primer tiro era en los huevos. Mierda.

-OK. Y la segunda pregunta es qué eligió Danny DiPaula.
-Cara.
-No, cruz, dijo otro.
-Cara, seguro que fue cara.
-Que no, que te digo que fue cruz.
-¡Maldita sea! ¡Yo tiré la moneda y sé lo que salió! ¡Salió cruz, había elegido cara!
-Eres un capullo integral, Leo. ¡Vamos a votar a ver qué es lo que eligió Danny!

La escena era completamente delirante, surrealista. Cuatro chalados discutiendo por semejante sandez.

Nunca he creído en milagros y siempre he aborrecido a la pasma, pero reconozco que esa noche la irrupción de un coche patrulla en el callejón, mientras los mentecatos murmuraban y votaban de nuevo, me hizo recobrar la fe en Dios. ¡Ah! Y además desde entonces no he vuelto a fumar.

viernes, 25 de octubre de 2013

Vidas robadas


¿Cuándo supiste que suplías un deseo? ¿Cuándo percibiste la ausencia de amor verdadero, el amor que rebosa sin tapaderas? Si fuiste un niño al que no le faltó de nada…, faltándole todo percibías una barrera infranqueable. ¿Cuándo notaste los besos fríos, la caricia huraña, la mirada baja, el silencio abierto a un océano oscuro? Ahora comprendes porqué eres extranjero en tu propia tierra, tu peculiar acento te forjó forastero, naciste aquí e inmediatamente te transportaron, arrastrando tus raíces, simulando el feliz alumbramiento en cualquier país lejano, vano intento de transformar el pasado, para siempre instalado, como un muro derrumbado, en el anhelo de una pareja de avaros que te criaron como ancianos.

Strangers in the night



Hacía una noche perruna. Llovían chuzos de punta y Santa Bárbara, San Pedro o quien coño fuese soltaba unos pedos monumentales allá arriba. Crucé corriendo el parking, subí al coche y puse la radio. Comenzaba Strangers in the night cuando sentí en el cogote el duro y frío cañón de un revólver.

-Estate quitecito y evitarás que te fría los sesos, dijo una voz cavernosa a través de un pasamontañas.

-¿Quién eres y qué cojones quieres?

-Calla y obedece, mamón. Hay un fiambre y una pala en tu maletero. Conduce hasta el bosque de Tinkerville. Allí abrirás una fosa y lo enterrarás. 

-¡Ah! Pensaba que con esta música te apetecía un bailecito...

-¡Cierra el pico, idiota! Y mueve el culo, ¡rápido!

Puse el auto en marcha y tomé la federal. A medio camino rompí el silencio.

-Acabo de decidir que va a excavar tu condenada madre.

-Pero ¿qué dices, capullo?

-No hay ningún cadáver. Piensas liquidarme, pero pretendes que antes cave mi propia tumba. Un encarguito de Floyd, supongo.

-¡Bingo! No eres tan gilipollas como pensaba, Buchanan.

-Pues infórmate primero de quién te pagará este recado, listillo, porque hace una hora que obsequié a tu patrón con unos tickets de plomo y está de viaje en el otro mundo.

El fulano enmudeció y me pidió que le dejase en el primer área de servicio.