miércoles, 31 de octubre de 2012

LAS SOMBRAS


La casa perteneció a mi tatara…tatarabuelo y, como nadie de mi familia quiere poner el pie en ella, me la han cedido sin concesiones.
Dicen que desde la época del abuelo ya se escuchaban ruidos extraños, roces en las paredes o cosas así; no es de extrañar pues en épocas pretéritas ya fue usado el edificio como hospital de sangre en alguna guerra olvidada y he leído que ciertos lugares se impregnan de las emociones que allí acontecieron.

Lo cierto es que la casa impresiona; tiene las paredes tapizadas de retratos sepias: son lejanos parientes que hace muchos, muchos años dejaron de estar aquí; quizás sus restos descansan en el cementerio cercano al lugar entre las lápidas desgastadas por el viento.

No tratar con tus semejantes acaba pasándote factura, las horas se eternizan y la mente no deja de rumiar ideas extrañas; el aislamiento y la soledad hacen mella en tu espíritu y acabas hablándole  a las paredes o los retratos…y ellos te responden.

Lo peor son las noches, su silencio…sus ruidos...yo quiero atribuirlo a los roedores, pero sé que ellos no desplazan sillas ni muebles.

De un tiempo acá siento que me estoy volviendo loco, tengo pánico a las horas nocturnas; les confesaré algo: hace tiempo que siento un presencia en mi habitación, una sombra que al principio se deslizaba sigilosamente y ahora se sienta en una esquina del cuarto a observarme.
Yo tiemblo y me sumerjo entre las sábanas de la cama, deseando que amanezca en un instante.

Cada noche aparece una sombra más que acompaña a la otra; al principio me dejaban en paz, se divertían tan solo con percibir mi terror y sufrimiento, pero ahora disfrutan empujándome y moviendo la cama e incluso golpeando mi cuerpo; muerdo las sábanas para no gritar. Cuando ya no puedo más, emito un alarido y salgo corriendo de allí al instante.

Sé que no soy bien recibido en el lugar, pero yo tampoco soporto a las entidades moradoras que me hacen la vida imposible.

No hay vecindario cercano en quien apoyarse, no sé por qué pero nunca nadie quiso construir en su radio.
Me niego a entrar más en mi habitación, pero cuando el sueño me vence y me duermo sobre la mesa del comedor, me despierto en medio de una algarabía de silla y mesas danzantes.

He puesto la casa en venta, a un precio muy asequible, pero nadie quiere comprarla. La regalaría, incluso, a cambio de un miserable cuartito en medio de la ciudad.
¿Alguien de ustedes está interesado en ella? ¡Cómprenla, por favor! O me volveré loco.

La vida fuera del tiempo



El tiempo se quedó detenido bajo las ramas de una jacaranda. Sus verdes hojas se mecían al ritmo de una suave brisa otoñal al mismo compás que sus pletóricas flores moradas. El día era ceniciento. Mariana tomó asiento en un banco del parque y dejó pasar las horas con  aire ausente olvidándose  de ellas por completo. Luego llegó la lluvia, una lluvia fina que la roció suavemente sin calarla y ella siguió allí porque no recordaba ni su nombre. Acertó a pasar por el lugar uno de sus vecinos, Andrés, un jubilado que frecuentaba aquel parque y que se quedó extrañado al verla con la mirada perdida y un descuidado aspecto. Se acercó a ella y le preguntó si le sucedía algo. Ella le miró como quien vuelve de un largo viaje sin reconocerlo y le dirigió algunas frases sin sentido. El hombre llamó a una ambulancia y se fue con ella al hospital más cercano. Allí declaró que Mariana vivía sola en el mismo edificio que él, que nunca la había visto en aquel estado, que era una mujer afable aunque solitaria y que hacía un año que se había retirado de su trabajo de maestra en una escuela del barrio. Les habló de una hija que la visitaba con frecuencia pero no pudo decirles cómo localizarla. Entre tanto, Mariana apretaba su mano con delicadeza como si lo hubiera hecho toda la vida y Andrés supo que su existencia acababa de adquirir un nuevo sentido: ayudarle a recordar quién era ella.   


martes, 30 de octubre de 2012

El éxodo


Valencia escribe sobre

De filigranas en plata y amargura tengo el cuerpo labrado. Las lágrimas que se ahogaron en la garganta de ella, viajaron rumbo al corazón repujando pulcramente mi forma. Pasó noches en vela, bordando una hermosa y angosta jaula con la única entidad de cobijar, todo el tiempo que le sobraba.
Al almendro del jardín, le suplicó que le permitiera acercarse a una rama, contemplarla, tocarla cada vez que lloraba su ausencia, le pidió humildemente, anuencia para utilizar su elegante planta y prender en uno de sus brazos, el tiempo inmóvil, el éxodo de Miguel huyendo del desánimo de un país sin sentido.
El cerezo se quejó, quería ser arriero de su tristeza, de su tiempo de espera, pero el desconsuelo de ella, eligió al almendro y su tesón como compañero.
Luego, intervino la niebla que terminó por oxidarme las venas; más tarde, fue la lluvia la que me acarició, asomando su carita cristalina y posando nostalgia. Por último, el impetuoso cierzo lo arrasó todo de cuajo, también, la caja de retener el tiempo, la misma que ella, elaboró y colgó del almendro en un ritual de alivio.
El jardín se sintió desnudo, y yo, a la una y cuarto, me estrellé con el mundo, perdido para siempre anegado en lodo.
Miguel, dice que en Düsseldorf, el tiempo está siendo largo y duro. Ella, viajará rumbo a su corazón, consumidos seis meses.

lunes, 29 de octubre de 2012

El telegrama










Mi vida se acabó, exactamente, a la una y cuarto.

Me encontraron, aferrada al telegrama, en el banco del jardín -testigo privilegiado de nuestras tardes de confidencias y anhelos-  con la mirada fija en el reloj que colgaste del manzano, la ausencia en el gesto y el abandono en mi cuerpo.

Al cabo de los días, cuando consideraron que ya no era un peligro para mí misma, me trasladaron a la habitación con vistas al patio. Creyeron que así, alegrarían mi existencia envenenada de silencios; sin embargo, cada vez que mis ojos se posaban en aquella rama, mi corazón daba un vuelco.

Con el tiempo me recuperé, pero jamás volví a sentarme bajo el manzano. Allí quedaron, prendidos de una rama: tu reloj y la hora de mi muerte.

Solución



No quería volverme loca a causa de tu abandono, por ese transcurrir de las horas sin saber nada más de ti. La categoría temporal para mí   tenía existencia por sí misma y no dejaba de mirar los minutos que pasaban a engrosar el tiempo perdido. Te habías convertido en mi obsesión y monomanía. No hallando respuestas por tu parte, decidí colgar el pequeño reloj que me regalaste de uno de tus viajes a Suiza en la rama de un árbol del jardín. Allí estaría mejor que conmigo, formaría parte de la naturaleza, mediría el paso de las estaciones, la alternancia del día y la noche o lo que duraba el nacimiento de una flor. Fue el mejor regalo que me pude hacer a mí misma.

viernes, 26 de octubre de 2012

UN SINSENTIDO EN EL MUSEO DE CERA

Cuando fuimos al museo de cera nos llamó la atención el gran parecido que tenían las figuras con sus personajes genuinos; la casa real, diferentes figuras del toreo y de la farándula, cantantes..., aunque lo qué más nos llamó la atención fue un grupo de personas dirigiéndose en fila india hacía un rincón de la sala. Parecían gallinas con sus constantes susurros, la ordenanza suplicaba silencio, y como las gallinas, cuanto más las mandabas callar más cacareaban. Se dirigían hacía un lugar retirado donde se encontraba hecha de cera, una mesa y dos sillas: en una de ellas se encontraba sentada una mujer anónima, de una edad que no supe determinar, parecía abatida y en su pose tenía el brazo derecho sujetando la cabeza y con el izquierdo revolvía un café y la otra silla estaba vacía pero con un periódico suspendido, como si se encontrara el hombre invisible; los niños hacían referencia a este, en esa parte de la mesa también se encontraba una taza con su plato correspondiente. La foto, sentad@ en la silla vacía, era el premio a la espera.


jueves, 25 de octubre de 2012

UN LUGAR SECRETO


 

                                                        

Antes pensaba que, a partir de los cuarenta, me convertiría en una mujer invisible para ti y para los demás hombres. Una mujer de ésas que, cuando pasas junto a ella, jamás volverías la cabeza para mirarla. Ahora, mientras tomo el desayuno, como todos los días frente a ti, soy yo la que experimento esa sensación al mirarte.

Te dedicas a leer el periódico todas las mañanas, mientras tu café se enfría en la taza. Día tras día. Es una silenciosa rutina que me ha convertido en una mujer diferente. He sido yo quien ha cambiado; la que ahora tiene éxito en el trabajo, aficiones, amigos nuevos. Recibo todos los días invitaciones para asistir a conciertos, exposiciones de pintura y estrenos de teatro a los que tú te niegas a acompañarme. Prefieres quedarte en casa con las pantuflas y tu batín de raso, delante de una película de James Bond. Así satisfaces tus sueños de tener un potente coche y una atractiva mujer en tu cama, cada día.

Tú no te preocupas de si tengo o no algún amante y, a mí, no me importaría que  tú te vieras con alguien, incluso lo desearía. Te doy un beso en la frente siempre antes de irme. En la frente… porque ya no sería capaz de besarte en los labios con pasión, como cuando nos conocimos. Porque has pasado de ser mi pareja a ser el hermano que jamás tuve. No sospechas que necesito irme todas las tardes en busca de algo que me haga sentir más viva, aún si cabe, de lo que ya me siento.

Ya en la calle, camino con ímpetu hacia un lugar secreto para ti, ansiado para mí. Donde quién me recibe sólo desea complacerme y hacerme sentir única. No necesito hablar de ti ni de nuestra relación, puedo reír o llorar, gritar, compartir ideas, deseos y confidencias. Puedo soñar cada tarde en lo que me plazca mientras saboreo una bebida caliente y especiada, mientras escucho melodías que me trasportan a otros tiempos y a otros lugares lejanos y exóticos; mientras barajo entre mis manos, los naipes de la partida de canasta junto a mis amigas.

martes, 23 de octubre de 2012

Sordera funcional

Tu sordera funcional ha llegado a afectarme a la vista Roberto. No consigo verte, ahora, solamente te adivino atrincherado tras un muro de vulgaridad cotidiana. Hoy, llevo doce vueltas de cucharilla en el café sin conseguir oír más sonido que el choque del metal contra la porcelana. El tuyo: caliente, amargo, fuerte y espeso; quedó frío hace rato.
Debo confesarte que estoy confundida, llevo tres días sin pastillas, olvidé tomarlas…
Mi terapeuta dice que no existes, que nunca has formado parte de mi vida. Me ha convencido de que conviviendo con la tristeza, he parido un marido de piedra, un compañero perfecto.
¿Tú que opinas Roberto?

Te he dado mi vida entera


-¿Otro café? ¿Una tostada?
-…
-Al menos podrías contestarme. ¡Qué harta estoy de tus silencios, pero qué harta!
-…
¿Qué te gustaría comer hoy? Un paella, voy a hacer una paella de verduras, sé que te gusta aunque no me respondas.
-…
-Mauricio, ya no puedo más, no soporto tu indiferencia. Cuando me dijiste que ibas a abandonarme por esa puta joven, no pude soportarlo. Entiéndelo, te he dado mi vida entera, mis mejores años. Quiero envejecer contigo. Me lo debes, Mauricio, me lo debes…, me lo juraste en el altar el día que nos casamos. No podía consentirlo. Estamos condenados a vivir el uno junto al otro para siempre. Conmigo no se juega, no, no se juega… He tenido que poner un fuerte ambientador  para que los vecinos no sospechen. No quiero que se te trague la tierra ni que seas alimento de las llamas. Te quedarás aquí, a mi lado. Soportaré tu aire ausente. Saldremos juntos de esta casa como entramos el primer día, aquel en que me alzaste en tus brazos para cruzar el umbral. ¡Fuimos tan felices, tan felices…! No podía permitir que lo arruinaras todo por un capricho pasajero. Eres mío, Mauricio, eres mío… lo que Dios unió no puede separarlo el hombre y mucho menos su entrepierna…

Rutinas




Le servía el café de media mañana que tomaban juntos, cuando él regresaba de comprar el periódico. Dejaba sus tareas domésticas y compartían los dos un rato. Él  leía en voz alta los titulares y ella siempre respondía: ¡cómo está el país!
Una mañana ya no volvió. Lo buscó sin éxito. No se acostumbró a su pérdida, así que continuó con su vieja costumbre de dejar lo que estuviera haciendo por la casa, servir el café y comentar las noticias.  Ahora le hablaba a la radio.

domingo, 21 de octubre de 2012

Una carta



“A mi querida madre:

Hoy hace un año desde que dejé el pueblo y vine a buscar fortuna a la ciudad y debo decirle, madre, que no pasa un minuto sin que desee volver a su lado. Pensé que en la ciudad encontraría un buen trabajo y las oportunidades necesarias para desarrollar mi prosa, pero desde que he llegado solo he encontrado miradas de desprecio y soberbia, seguramente por ser mujer. Tenía que haberle hecho caso, madre, cuando me dijo que la ciudad no era el lugar para una mujer solitaria.
Aquí, además de las pocas oportunidades que he encontrado, el clima me hace estar triste cada día. Los días son lluviosos y húmedos, las noches son frías y solitarias.
¡Ay! Madre, conocí a un hombre que me enamoró hasta el alma, si pudierais escuchar las cosas tan bellas que me susurraba al oído…dijo que me ayudaría a encontrar editores para mis escritos, pero un día se marchó y no volví a verle más.
Creo que volveré al pueblo con usted, madre, tengo muchos deseos de verla.

Su hija que la quiere.”

Sofía observó el papel mientras las lágrimas le surcaban el rostro, recorrieron sus mejillas, emborronaron su maquillaje y mancharon la carta.  La alzó para verla mejor, aquella carta era la confirmación de su fracaso. Unas risas le llegaron a través de su ventana, dos niñas jugaban a la comba, recordó cuando ella tenía su misma edad y soñaba con triunfar y ser una gran mujer. Sonrió para sus adentros y tomó una decisión. Arrugó la carta y la tiró al suelo, mojó de nuevo la pluma en el tintero y se dispuso a escribir.

“A mi querida madre:

Hoy hace un año desde que dejé el pueblo y vine a buscar fortuna a la ciudad y debo decirle, madre, que no pasa un minuto sin que recuerde su sonrisa. En la ciudad he encontrado un  buen trabajo y algunas oportunidades para publicar mis escritos, la gente me mira con respeto y admiración, quizás por ser mujer. Estaba equivocada, madre, cuando me dijo que la ciudad no era lugar para una mujer solitaria.
Le encantaría el clima, los días son soleados, invitan a pasear por los parques y las noches aunque frías son muy acogedoras.
¡Ay! Madre, he conocido a un hombre maravilloso, estamos muy enamorados, me dice unas cosas preciosas, como padre se las decía a usted. Me ayudó a encontrar algunos editores interesados pero ninguno lo consideré suficientemente bueno.
Creo que pasaré una temporada más aquí, en la ciudad. Tengo muchos deseos de verla.

Su hija que la quiere.”

Una tarde cualquiera


A pesar de ser otoño, aún hace calor, a pesar de que el sol brilla de forma diferente, sigue calentando todo aquello que envuelve, pero, no lo veo, mi cuarto tiene una ventana miope, un agujero  que asoma a un patio interior en el que es difícil saber si es día o noche. Es una claraboya gris, la luz que desprende está velada, el color sepia lo impregna todo, sería imposible describir una tonalidad más insípida.
Llevo toda la tarde sentada frente a un montón de hojas de papel anónimas, conforman un abanico sujeto a un cuaderno muy especial. Es el cuaderno de los secretos. En él, practico pensamientos, escribo intenciones y también sueños. Es mi cuaderno de vida.
De vez en cuando, levanto la vista y contemplo como pasan y traspasan personas por delante de mi ventana, son vecinos de otros pisos, ellos, seguro que también me ven, pero, bajan la mirada, se sienten culpables al sorprenderme sentada siempre en la misma pose.
Llevo toda la tarde ensayando la forma de contarle una vez más a Juan que le quiero, que no he olvidado su presencia a pesar de la tenacidad de su ausencia, que mi estómago se alborota segundo a segundo con su recuerdo. Escribo frases y luego las tacho, escribo palabras y luego las borro. Así muchas veces.
Nunca leerá mis notas.
Aquel día, en aquel accidente, él, perdió la vida y yo, las piernas.

sábado, 20 de octubre de 2012

Dilema de salud


Tengo que estar a las nueve en el Casino y no acierto a articular palabra. Le prometí a Pablo que le acompañaría a esa fiesta ridícula. Siempre asiste el mismo tipo de gente, aunque hoy, hoy no consigo perfilar ni una sola de sus caras, ni recordar un solo nombre completo.
Pablo dice que son sus amigos, sus colegas de profesión… Seres muy importantes y relamidos… Cada vez con más frecuencia, esos cenáculos, me excitan trances de ira que me abocan a encorsetarme el sentido común.
¿Qué voy a hacer? He gastado media tarde en un peinado imposible de acarrear sin terminar con dolor de cabeza. La ropa y los abalorios son dádiva de Pablo, como siempre me ha surtido de lo preciso para destacar en el evento. El resto, lo pongo yo: idiomas, cultura, conversación y simpatía…
¡No puedo excusarme! Soy su coach personal y esta noche además, soy una mujer con un dolor de muelas mayor del que puedo soportar.

Deseos ocultos



Escribía junto a la ventana, durante horas y horas. La luz natural disipaba su sempiterna tristeza y le indicaba cuándo era el final de su jornada. Reinventaba viejas historias de amor que encandilaban a sus lectores. Siempre novelas románticas que vivía con sus protagonistas. Ficción que ella, herida y sola, nunca se hubiera atrevido a realizar. 

jueves, 18 de octubre de 2012

EL SECRETO

La grotesca expresión de malignidad que deformaba su rostro era inequívoca...

Irene dejaba el lápiz sobre la mesa para leer el último párrafo. Su mayor pasión era escribir historias; plasmarlas en papel con su propia letra y un ápice de talento, le hacía sentirse bien consigo misma.

Tenía varios manuscritos guardados que escribió a escondidas de su padre. Recuerda cuando la sorprendió y tras prohibirle a que siguiera realizando tales prácticas, quemó todo los escritos que encontró. Llevaba poco tiempo casada y no sabía si Manuel pensaba de la misma manera. Seguía componiendo sus historias a escondidas, pero Manuel sabía de su secreto y quería ser cómplice de ellas.

Manuel llegaba  a casa y le ofreció a Irene una sonrisa que servia de remedio para aquellos corazones que estaban oprimidos, le entregaba un regalo y ella se sorprendió por el detalle y sorprendida se quedó al ver un hermoso juego de pluma y bolígrafo con una nota que decía: Cualquier momento del día es bueno para transcribir tus historias y que esta pluma o bolígrafo te ayude a cumplir tus deseos.



8. (Concurso Otoñal) UN TROZO DE DULCE

Cuando era pequeña, mi madre hacía dulce de membrillo todos los otoños. Recogíamos del huerto esos frutos aromáticos con una textura en la piel que me recordaba al terciopelo. Ella, se reía placidamente mientras el cubo se iba llenando de un amarillo ocre divino.
- Ven, anda que te aupe y coges el que asoma de esa rama más alta, parece estar maduro.
Yo, dejaba que me prendiera por la cintura, que me alzara hasta aquél membrillo lejano con la esperanza de acabar pronto, irnos a casa y cocinar.
- Mira, allí en la esquina, hay otro que también nos conviene. ¡Uy! no hay dinero suficiente en el mundo para pagar tanta hermosura.
Con el cajón lleno, la tarde echada y un placer inmenso, regresábamos por un camino de tierra, directas a la cocina. Aquellos frutos mágicos y forasteros, en un instante, lo colmaban todo con su fragancia particular. Los triaba, este aquí, ese otro, al armario de la ropa blanca, siempre envuelto en un paño suave, destinado a envejecer junto al ajuar de su juventud.
- Ahora, pondremos a cocer los membrillos.
Mi madre de puntillas, alcanzaba del aparador una olla grande, pulcra y redonda, de las de guisar cosas buenas, luego, la llenaba con los exquisitos aspirantes a dulce y los cubría con agua, iban directos al fuego, justo media hora abrigados por la cobertera.
- Tenemos que esperar un poco a que se enfríen para pelarlos y sepárales el corazón.
Yo, miraba a mi madre de reojo, ella, trajinaba con los desperdicios y repulía una y otra vez el mármol blanco hasta dejarlo más blanco; pasado y medido el tiempo, me encargaba de pesar la pulpa cocida y aunarla a la misma cantidad de azúcar.
- Lo has hecho muy bien, ahora lo picamos todo en la capoladora y otra vez al fuego, en la misma cazuela, otro rato de media hora. Eso sí, sólo puedes remover la pasta con este palo de madera y sin respiro.
El vaho sublimado, se untaba en el paladar al verter la humeante jalea en las cajas de metal, rebozadas siempre en papel de estraza para luego, esperar el poso.
Tiempo después, mi madre olvidó el huerto, los membrillos, el camino, la olla, las proporciones y nunca más nombró sus pertenencias de novia. Yo, de vez en cuando, tengo que recordar que ya no me gusta el dulce de membrillo y que el otoño no es más que la antesala del invierno.


Dulce