viernes, 30 de noviembre de 2012

Una buena educación


¡Hay que ver, hay que ver lo que me cuesta esto de estar sexy! Un riñón, voy a tener que vender. Empezó como un jueguecito de nada, que si un liguero, que si un picardías. Luego vino la depilación completa, peluquería, manicura, pedicura, limpieza de cutis. Una ruina. Al menos antes tenía trabajo y podía costeármelo pero desde que me han despedido tengo que robar la lencería en las tiendas y los arreglos me los hago en plan casero. El otro día casi me pillan, menudo sofoco pasé pero tuve suerte. A veces me pregunto si todo esto vale la pena. Pero sí, seguro que sí. Hace falta mucho entrenamiento. El día que encuentre al hombre de mi vida lo voy a dejar alucinado.


Fantasías y verdades



Nuestra protagonista es de edad madura, de esa edad indefinible en que ya nadie repara en su persona. Está sentada en la terraza de una cafetería concurrida por paseantes, que como ella se desparraman al sol invernal, indolentes como lagartijas. Toma un vermut rojo mientras presta atención al entorno marinero tras sus gafas de sol. Empezó siendo un juego, cuando su compañero miraba a todas las mujeres guapas o no, que pasasen cerca y ahora, que está sola durante un rato, lo continúa. Se fija en las manos de un vecino de mesa y piensa que son grandes y cuidadas y que recorren su espalda muy suavemente y se le eriza el vello cuando llegan a las pequeñas cavidades donde esta termina. Mira hacia otra parte y da un sorbo a su aperitivo. Después, observa el torso de un apolíneo joven y se recrea sintiéndose abrazada por él. Se estremece de placer al sentir esos músculos que la invaden, ella es pequeña, muy pequeña y él la estruja como si en ello le fuera la vida. Se deshace de la imagen sintiéndose un poco pederasta, mientras otro escalofrío recorre su cuerpo. Sus ojos se habían posado ya en unos labios cercanos, cuando llega su compañero y ella solo le puede decir, sin apenas mirarlo: “tómate la cerveza y vámonos rápido a casa”.

24. (Concurso Otoñal) FRÍA Y GRIS

La mañana era fría y gris, como otras tantas. Parapetado en la trinchera, el soldado oyó un lejano estruendo y vio claramente cómo el proyectil propulsado desde las líneas enemigas se dirigía a sus posiciones. Gritó “¡Obús!” y sus compañeros se lanzaron al suelo. Mientras los más jóvenes temblaban, protegiendo con las manos sus rostros o hincando éstos en el fango, muchos veteranos apuraban rutinariamente sus cigarros. Sin embargo el vigía permaneció en pié, observando cómo se acercaba la semilla de muerte escupida a unos centenares de metros por el mortero que manejaba otro soldado tal vez semejante a él. Tal vez con mujer e hijos, aficionado a la música, al baile o a la pesca, tal vez creyente, nacido en una remota aldea, tal vez asiduo bebedor de vino, jugador de naipes, analfabeto, tal vez poseedor de un pequeño huerto y una mula. Un hombre muy probablemente detractor de las guerras, de los generales, de los oficiales y de sus órdenes asesinas; pero, con toda seguridad, un hombre ajeno al motivo y alcance de esa batalla y al insignificante valor que su miserable Dios, su miserable Patria y su miserable Rey otorgaban a sus desgraciadas vidas. Un artillero hábil, que no marró el disparo. La mañana era fría y gris y se tiñó de sangre.

DALTON T.

ERÓTICA-MENTE

Sabía que vendrías. En todas las fiestas de cumpleaños hay  regalo sorpresa. Mis ojos seguían tu cuerpo, tan perfecto, tan insinuante. Un escote generoso invitaba a asomarse al interior de tus curvas. La abertura de tu falda, ocultaba un sin fin de fantasías. Escuchaba tus pasos decididos, al compás del tacón de tus rojos zapatos. Una pasión que comenzaba en tus pies y recorría cada milímetro de la seda con la cuál se cubrían tus lineas. Tus miradas jugaban a encontrarse con las mías. Con sorbitos de gin-tonic intentabamos calmar la sed que no se sentía en la garganta. Los invitados comenzaban a marcharse. Eros atormentaba mi mente.




jueves, 29 de noviembre de 2012

La voz


La anciana sostenía con manos temblorosas, una foto antigua en la que se veía a una mujer joven y hermosa tumbada de espaldas sobre una alfombra. Lucía un vestido de noche muy elegante que se ajustaba perfectamente al contorno de su cuerpo. Su rostro, alegre y seductor, irradiaba felicidad. Unos cuantos vinilos y un tocadiscos, completaban la imagen.
Apartó la mirada de aquel trozo de papel tantas veces manoseado; sin embargo, no consiguió deshacerse de los recuerdos que acudían a su mente con la misma claridad con la que un relámpago ilumina el negro de la noche.

Aquella instantánea -rememoró- se usó como cartel para anunciar su debut en el teatro de la ciudad. El disco había excedido todas las expectativas de ventas imaginables y el concierto era el siguiente paso para catapultarla hacia el éxito. "Una voz sensual que parece acariciar los oídos" -decían los entendidos musicales de entonces.

Llegó el gran día. Los carteles y los anuncios por radio habían contribuido a acaparar la atención del público más variopinto: quinceañeras gritonas, amas de casa con aspiraciones artísticas, jubilados ociosos y respetuosos padres de familia se arrellanaban inquietos en sus asientos. El aviso de “No hay entradas” colgaba de la taquilla.

Mientras escuchaba la algarabía proveniente de la sala, hacía ejercicios, entre bambalinas, para poner a punto su voz. Esa voz cálida y envolvente que hacía soñar. Los nervios la atenazaban. 

Por fin, las luces se apagaron; tan solo un foco iluminaba el centro del escenario. El público calló al unísono como si lo hubiera ensayado. Aquel silencio repentino la paralizó. Sintió cientos de ojos sobre ella. Su respiración era agitada. Avanzó despacio hasta el haz de luz y se detuvo frente al micrófono. Lo rodeó con la mano derecha. El sudor recorría su espalda. Sonaron los primeros acordes de la orquesta y, con una inclinación de cabeza, el director le dio la entrada. Abrió la boca pero no salió ningún sonido. Enmudeció. Aterrada, quiso retroceder, pero sus piernas parecían haber echado raíces allí mismo. La vista se le nubló y se desmayó. 

A la anciana se le escapó una suerte de gemido. Lo siguiente que recordaba era la boca de su agente a un centímetro de su cara; las palabras hoscas e hirientes que le gritaba y unas ganas inmensas de desaparecer, de hacerse invisible. 

La prensa de la época atestigua que nunca volvió a cantar.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

23. (Concurso Otoñal) EL SONIDO DE LA LLUVIA

Los días de lluvia en Otoño mi abuela Lola nos solía contar siempre la misma historia. Se la pedíamos como si se tratase de un ritual, y ella, aunque se quejase, al final se levantaba de su mecedora y asomándose a los ventanales para ver caer el agua sobre la calle, empezaba de nuevo por el principio:

“Cuando yo era tan pequeña como vosotros casi no habían carreteras, ni coches… Mis padres tenían un carro que tiraba un viejo caballo y con él nos sobraba para ir de aquí para allá. ¿Veis todos estos edificios? Pues entonces no existía ninguno de ellos. Y esta casa estaba rodeada de mucha huerta donde los niños jugábamos a piratas, al escondite o a policías y ladrones entre naranjos, limoneros y mucho azahar con ese olor divino que ya se va echando en falta. ¿Sabéis el que os digo?    

-Todos asentíamos con la cabeza y ella seguía contando sin dejar de mirar hacía afuera- 

Mañana en cuanto amanezca os llevaré a dar un paseo para que lo respiréis y cojáis muchos vinagrillos.
Pues bien, cuando yo era muy pequeña dos de mis vecinos discutieron una tarde en la que llovía tantísimo como hoy. Uno de ellos se había pasado en las lindes del terreno del otro y cuando éste se dio cuenta y fue a pedirle explicaciones, el vecino ladrón lo amenazó con gritos y empezó a golpearlo sin entrar en razón hasta que al final en uno de esos golpes la fuerza de una de las herramientas de trabajo que llevaba en la mano pudo con la cabeza del otro. Mi abuelo Pedro siempre me dijo que Juanillo era demasiado bueno y que por eso le pasó aquello. Y así fue como a Juanillo un mal vecino le robó y después lo dejó medio muerto sobre la tierra inundada sin darle auxilio.

-¿Lo pillaron? ¿A que sí, Lola? (Le preguntábamos siempre interrumpiendo el relato)-

Sí, cariño. A los malos siempre se les coge. No lo olvidéis nunca. Pasa lo mismo que con los mentirosos y sus patas muy cortas.
Bueno, pues pasaron muchos años y una tarde en la que volvía a llover de la misma forma que hoy, estaba mi padre tomando unos vinos en la taberna con otros vecinos cuando escucharon como uno de ellos asomado a la ventana se decía a sí mismo en voz alta: “El agua cae tan fuerte que hace pompas sobre los charcos igual que aquella tarde en la que Juanillo murió. Lo último que dijo el pobre fue eso, que ellas serían las únicas testigos de su muerte.” Se hizo un silencio terrible, de esos que cortan el aire, y cuando el hombre se dio la vuelta comprobó como toda la taberna lo miraba ya de otro modo. Como se mira a un asesino.
¡Todos a cenar que ya está bien de tanta lluvia y malas historias!”

Y entonces nos envolvía el aroma de la mejor tortilla de patatas del mundo…

  Marife.




martes, 27 de noviembre de 2012

22. (Concurso Otoñal) UN TRANQUILO PASEO OTOÑAL

Aquella mañana otoñal, Celia salió a pasear como todos los días. Su médico le había dicho que el mejor ejercicio que podía hacer era dar largos y serenos paseos. El día era tranquilo y soleado, el cielo azul turquesa. Los pajarillos acompañaban su marcha con dulces y melodiosos trinos, bajo sus pies una esponjosa alfombra de hojas amarillas amortiguaba sus pasos. Aspiró al agradable aroma que desprendían y notó, de repente, algo viscoso en una de las suelas de sus deportivas. No le dio tiempo a reaccionar, en cuestión de segundos, su cuerpo cayó encima de la colorida y húmeda espesura. Abrió los ojos que se habían cerrado a causa del sobresalto, miró a su alrededor, no había un alma. Se concentró, entonces, en todos y cada uno de los huesos de su cuerpo -los que conocía, claro está- . Intentó mover primero un brazo, luego el otro, movió un pie, luego el otro, pero… ¿ese olor nauseabundo? ¡No lo podía creer! Ya conocía el motivo del repentino traspié; sintió una súbita sensación de odio hacia esos maleducados paseantes de mascotas. Tenía que ponerse en pié, pero… ¿podía hacerlo ella sola? ¿Dónde debía apoyar sus manos para no ensuciarlas? No sabía si reír o llorar, se veía a sí misma en aquella ridícula posición, boca abajo, en el suelo, respirando ese hedor…
Escuchó una voz masculina desde lo alto, desde lo alto de su posición, se entiende:
- Ponga las manos una a una en el suelo, después intente apoyar las rodillas.
- Pero… está todo muy sucio y… ese olor…
- ¿Prefiere continuar en esa posición?
-No claro,… ¡Uffff, no puedo apoyar la rodilla derecha!
-Espere, voy a ayudarla…
-¡No me toque! Se va a manchar …
- Eso es lo de menos, apóyese en mi brazo, poco a poco…
Celia y su salvador terminaron en el servicio de urgencias de un hospital. No tardaron nada en atenderla, hasta los enfermos suplicaban que fuera ella la primera en entrar, tal  era el olor que desprendía.
 Llevó la pierna derecha inmovilizada por un tiempo durante el cual, Fernando, su redentor, le ofreció la mejor de las curas: su amor y dedicación.
El otoño es la estación del año preferida por la pareja. Todos los meses de noviembre, dan un paseo cogidos de la mano, por la misma calle donde se conocieron, rememorando aquella hermosa mañana…

Clarita CampoLodio

lunes, 26 de noviembre de 2012

Recuerdos infantiles



Recuerdo con cariño:
El patio de la casa donde jugábamos todos los primos, con su morera y la balsa. Cómo me gustaba refrescame con la regadera cuando nadie me veía. El corro manolo, trepar a los árboles, el tú la llevas, y el pies quietos. El pañuelo, el tranco, las prendas, la cuerda y la goma. Que estrenábamos ropa, todos muy mudados y serios con nuestras palmas, el domingo de ramos. Los pantalones cortos de mis hermanos en invierno y en verano. Los futbolistas que eran botones. Contar historias de miedo. La risa estruendosa de mi padre. Las sesión doble de cine dominical. Las cábalas de mi madre para repartir la comida sin que nos peleáramos todos por lo mismo. El vinagre en el último aclarado de pelo. Las trenzas largas a diario. La paella de los domingos en el centro de la mesa y… ¡al ataque!, sin ceremonias. El escondite, soy la reina de los mares y quisiera ser tan alta como la luna…
Sueños de infancia, capacidad de asombro, volvemos a ellos como los  momentos más felices  de nuestra vida.

21. (Concurso Otoñal) NOS VAMOS DE BODA

Juzguen ustedes, si fue una boda de conveniencia o por amor. Les advierto, que mi último tren del amor pasó hace muchos años y yo como siempre, me encontraba durmiendo en los laureles.
Escuchaba el traqueteo de gotas de agua chocando contra los cristales de la ventana como música nupcial; para mí, la lluvia el día de una boda, es signo de buena suerte. Estábamos en otoño y el chaparrón no sería de extrañar, si en los días anteriores el sol no brillara de tal manera que parecía que el verano no se había terminado. El vestido era, de por lo menos quinta mano, pero era resultón y esperaba que nadie llegara apreciar tal detalle. Un desconocido me venía a buscar, decía que era el padrino, ¡estaba para comer con pan! Lo cierto es que de los pormenores se encargaba el novio, del que tuve que memorizar toda su vida. En la entrada del juzgado cogida del brazo de un extraño, - el padrino -, quedé con la boca abierta al ver el despliegue de flores que adornaban tan bello lugar, me sorprendió, porque digo yo, si era una boda de pega o de pago, como ustedes prefieran llamarlo, ¿para qué tantos adornos? Salimos del lugar como marido y mujer, y haríamos el paripé, al menos durante un tiempo más o menos adecuado para que dejaran de vigilarnos los de extranjería. Seguramente estaréis pensando que nos enamoramos. ¡Pues no! El muchacho era gay. Venían con asiduidad el novio de mi marido, que debo aclarar que era mi hermano y el tío bueno del padrino, que resultó ser hermano de mi marido. Entiendo que pueda resultar un poco lioso, y que lleguen a pensar... ¿por qué no se casó mi hermano con su novio?; les aclaro que justamente seis meses de la boda se aprobó la ley de matrimonios homosexuales. Para dejarles un poco de intimidad a mi marido con mi hermano, el hermano de mi marido y yo nos quedábamos en la salita o paseábamos por el parque y... ¡Sí! Sin darnos cuenta llegó el amor. Un tren que no dejé escapar. El resto se lo pueden imaginar. Ahora díganme ustedes, fue una boda de conveniencia o por amor.

AMOR

20. (Concurso Otoñal) LOCURA

No es culpa mía. Te han ido cambiando y tú eres tan tonta y tan buena que no te has dado cuenta de lo que estaba pasando hasta que ha sido demasiado tarde… Aquí los únicos culpables han sido esos odiosos sueños tuyos y también todos los que te han dado alas para creer que podías cumplirlos. ¿Y yo qué, nadie pensó en mí o en dónde me quedaba yo si tú empezabas a cumplirlos? No, eso nunca le importó a nadie… ¡Malditos egoístas!
Hoy haríamos diez años de casados mi amor y por eso he venido a verte. Creo que todavía te quiero más que entonces. Uno se vuelve loco cuando ama así. Necesito que lo entiendas y que sepas que si cambié fue por eso, por quererte tanto. Quiero que no olvides que nadie te ha querido nunca como yo y que nadie lo hará. ¿Recuerdas ese día? Tú siempre me decías que el otoño era la estación más romántica para casarse y tenías razón. Todo fue tan perfecto… Hoy me volvería a casar contigo con los ojos cerrados. Eso sí, esta vez tú y yo solos, sin nadie más.
Quería decirte todo esto mirándote a los ojos… Pedirte que me perdonases y que lo olvidases todo y a todos los que no nos entienden… Que fueses de nuevo mi mujer. Mía otra vez. Como siempre lo fuiste y como siempre lo serás. Pero no me has dejado empezar a hablar, ni siquiera has cogido las flores… Tan sólo quería tocarte y que supieses lo mucho que te he echado de menos este tiempo allí, encerrado entre todos esos tarados.
Ha sido culpa tuya. Me has obligado con tu mirada. No soporto esa mirada. No aguanto que me tengas miedo. Me vuelves loco si me miras así…

Carmen Lola

El novio de la chica

- ¿Tú crees que nos ha visto?
- No lo sé… ¡Disimula Leonor, disimula!
-¿Qué te parecen estos cuadros tan modernos Anselmo?
- Mujer, que no estamos aquí por los cuadros… Disimula, disimula
- A ti ya te gustaría tener alguno de estos colgado en casa… ¡Costarán un riñón! ¡Seguro!
- ¿Le ves reflejado en el cristal del escaparate? No he traído las gafas puestas  para despistar…
- Pues sí, camina por la acera de enfrente con paso rápido y va solo.
-¿A qué fin te has puesto ese perifollo en la cabeza Leonor? Llamas mucho la atención…
- Anselmo, me has dicho que me disfrazara un poco, el muchacho no debía sospechar que le seguíamos. Pues eso he hecho, ponerme el pañuelo del cuello en la cabeza… ¡Tú llevas un sombrero ridículo!
- Fíjate Leonor, los retratos son muy realistas, las modelos muy guapas y descocadas… Pero hay que reconocer que los marcos son buenos, la madera es fina y  está muy bien trabajada…
- ¡Anselmo! No me hagas enfadar…  ¿Ahora eres ebanista? Las modelos que posan para estos pintores son todas extranjeras y unas frescas. La ropa interior que llevan, bueno, que no llevan, seguro que no la compran  aquí, la traerán de París o de más lejos…
- ¡Leonor! Se nos escapa el novio sindicalista de la chica… Corre, vamos tras él con sigilo, tenemos que estar seguros  de que es un agitador de masas…
- Creo que estamos actuando mal Anselmo, seguro que es un buen chico. La alcahueta de la vecina nos ha calentado demasiado la cabeza… Nuestra hija está muy ilusionada y nosotros somos unos insensatos…
- ¡Anda, anda! Por cierto Leonor, intenta recordar el nombre de la tienda, volveremos en otro momento…



domingo, 25 de noviembre de 2012

El hombre y la mujer...



-¡Me encanta este cuadro! Nos quedaría espectacular en el salón –dijo Cristina mirando un bodegón precioso que había en el centro del escaparate.
-Sí, sí, a mi también me encanta pero no sé si en el salón…, los niños… -le contestó Manuel observando un desnudo femenino en una pose harto insinuante que estaba colgado en la pared izquierda.
-¡Los niños, los niños…, tienen que acostumbrarse al arte!
-No si arte, lo que se dice arte tiene todo el arte del mundo pero…
-¡Sabes que me gusta educarles para la vida, que entiendan de todo, no quiero que sean unos ignorantes!
-Visto así…, no si seguro que a Manolín y a Pablito les encanta.
-¡Mañana sin falta vienes y lo compras!