jueves, 3 de diciembre de 2015

El sobre





Hasta los 32 años viví con mi madre en un amplio piso de la Gran Vía. Ella era hija única, descendiente de familias de terratenientes de La Mancha. Periódicamente recibía sus buenos dineros que los arrendatarios de las fincas le enviaban. De vez en cuando visitábamos estas tierras de viñedos y cereal, que nos han permitido llevar una vida muy cómoda en lo económico.
No he conocido a mi padre. Cuando hace muchos años me interesaba por esta cuestión, mi madre me contestaba siempre con evasivas. Solamente un día, tras la enésima copita de anís después de una comida familiar (ella y yo, solos, invariablemente) me contó una borrosa historia de un acorazado norteamericano que estuvo unos días atracado en el puerto de Valencia.
Toda la vida la he conocido sacando a hurtadillas un sobre del segundo cajón de la cómoda de su dormitorio. Con los ojos cerrados, lo olía y se lo llevaba a boca, besándolo.
En los días finales de la enfermedad que la tuvo en cama varios meses, me señaló la cómoda y me hizo prometer que, solo una vez hubiera muerto, podía abrir el sobre.
Al día siguiente de su entierro, lo saqué del cajón. En el remite, unas iniciales, J.K. y en el lugar del destinatario, su nombre sin ninguna dirección. Con mucho cuidado, con un abrecartas procedí a su apertura. Sobraron las precauciones, porque al abrirlo, el sobre estaba vacío.