jueves, 29 de noviembre de 2012

La voz


La anciana sostenía con manos temblorosas, una foto antigua en la que se veía a una mujer joven y hermosa tumbada de espaldas sobre una alfombra. Lucía un vestido de noche muy elegante que se ajustaba perfectamente al contorno de su cuerpo. Su rostro, alegre y seductor, irradiaba felicidad. Unos cuantos vinilos y un tocadiscos, completaban la imagen.
Apartó la mirada de aquel trozo de papel tantas veces manoseado; sin embargo, no consiguió deshacerse de los recuerdos que acudían a su mente con la misma claridad con la que un relámpago ilumina el negro de la noche.

Aquella instantánea -rememoró- se usó como cartel para anunciar su debut en el teatro de la ciudad. El disco había excedido todas las expectativas de ventas imaginables y el concierto era el siguiente paso para catapultarla hacia el éxito. "Una voz sensual que parece acariciar los oídos" -decían los entendidos musicales de entonces.

Llegó el gran día. Los carteles y los anuncios por radio habían contribuido a acaparar la atención del público más variopinto: quinceañeras gritonas, amas de casa con aspiraciones artísticas, jubilados ociosos y respetuosos padres de familia se arrellanaban inquietos en sus asientos. El aviso de “No hay entradas” colgaba de la taquilla.

Mientras escuchaba la algarabía proveniente de la sala, hacía ejercicios, entre bambalinas, para poner a punto su voz. Esa voz cálida y envolvente que hacía soñar. Los nervios la atenazaban. 

Por fin, las luces se apagaron; tan solo un foco iluminaba el centro del escenario. El público calló al unísono como si lo hubiera ensayado. Aquel silencio repentino la paralizó. Sintió cientos de ojos sobre ella. Su respiración era agitada. Avanzó despacio hasta el haz de luz y se detuvo frente al micrófono. Lo rodeó con la mano derecha. El sudor recorría su espalda. Sonaron los primeros acordes de la orquesta y, con una inclinación de cabeza, el director le dio la entrada. Abrió la boca pero no salió ningún sonido. Enmudeció. Aterrada, quiso retroceder, pero sus piernas parecían haber echado raíces allí mismo. La vista se le nubló y se desmayó. 

A la anciana se le escapó una suerte de gemido. Lo siguiente que recordaba era la boca de su agente a un centímetro de su cara; las palabras hoscas e hirientes que le gritaba y unas ganas inmensas de desaparecer, de hacerse invisible. 

La prensa de la época atestigua que nunca volvió a cantar.

5 comentarios:

  1. Jo, Geli, qué tragico final para una historia muy bien contada. Un beso.

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  2. Me encanta cómo lo has contado, Geli. Muy bien narrado, sí señora....y la historia también me ha gustado.

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  3. El miedo es el peor de los enemigos... Nos paraliza, antes, mientras y después... No siempre es fácil enfrentarse a ellos.

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  4. Gracias a todas por vuestros comentarios. Un abrazo

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