jueves, 27 de octubre de 2011

EL ASOMBRO

-Ana, el asombro es el primer paso hacia el conocimiento.
Eso me dijiste en nuestra primera cita. Yo era una jovencita ignorante que trabajaba en la cafetería de mis padres. Tú ibas todas las tardes, menos los jueves y fines de semana, a tomar tu café. A las 19:30 te sentabas en la mesa del rincón, junto a la cristalera, con un libro, un cuaderno y una pluma. Esa estilográfica me llamaba la atención, no conocía a nadie que utilizara pluma, solo bolígrafos bic o de los de propaganda. Los vecinos, la clientela habitual, decían que eras profesor en la universidad. Nada menos que en la universidad. A mí me parecía algo de otro mundo. ¡Un profesor de universidad! Y nada menos que en nuestra cafetería. Sin embargo, me acostumbré a verte, reflexivo, con tu libro abierto, escribiendo en tu cuaderno, mientras bebías tu café en vaso y comían un pincho de tortilla. Y un día me miraste y me invitaste al cine. Miré a mi padre con los ojos totalmente abiertos. ¡A mí! ¡A mí me pedías que te acompañase al cine! Puse no sé cuantas excusas pero las rebatiste todas con un “bueno, si no quieres… no he dicho nada”
Fui. No entendí nada de la película. A mí me gustaban las comedias y las películas románticas y ésta no tenía nada de eso, pero tú parecías totalmente concentrado en la pantalla. Yo te miraba de vez en cuando, de reojo, y te veía serio mirando al frente. Ni tan siquiera intentaste tocarme. Al salir, me pediste perdón porque te habías dado cuenta de mi ignorancia. Me sonrojé. Y te echaste la culpa de la situación. Entonces fue cuando me llevaste a ver la escultura. La evolución del hombre, la llamaste. Y me explicaste: “Todos somos ignorantes pedazos de metal que desconocemos nuestro fin, nuestro destino, pero, poco a poco, según vamos adquiriendo conocimiento de nuestro entorno y de lo que nos enseñan los mayores, nos empezamos a diferenciar de la masa primigenia para individualizarnos y ser únicos, diferentes”. Recorrías la escultura de una figura a otra como si estuvieses dando una clase en un aula. Me avergonzaba no entender. Tiernamente cogiste mi mano y alzaste mi barbilla para mirarme a los ojos. “Yo te enseñaré, si tú quieres”
Al día siguiente me llevaste un libro. “El principito”. Te reíste cuando te dije que era un cuento para niños. “Léelo Ana”. Lo leí. Me cayó mal ese niño repelente y pretencioso que se asombraba ante las actitudes humanas, y solo se preocupaba de una flor y un corderito. Me replicaste que yo era la pretenciosa al juzgar tan fácilmente la curiosidad y el análisis del género humano. Así comenzó mi aprendizaje, mi desarrollo intelectual y nuestra relación amorosa. Me sentaba a tu mesa un ratito, bajo la atenta mirada de mi padre, que me llamaba en cuanto entraban clientes, para no dar mala impresión. Comentábamos los libros que me prestabas para leer. Aclarabas mis dudas cuando no entendía algo. Sonreías cuando me sentía frustrada, te reías a carcajadas cuando me equivocaba. Siempre con paciencia y ternura (esa ternura tan tuya) me enseñabas. Me llevabas al cine, al teatro, al jardín botánico, al museo…Cuando me sorprendía por alguna cosa repetías: “Ana, el asombro es el primer paso hacia el conocimiento”

De vez en cuando, nuestros pasos nos dirigían hacia “la evolución del hombre” y me dabas otra lección sobre la evolución: el hombre, la sociedad, la humanidad… “todo evoluciona y a la vez permanece estático”. Allí fue donde te dije que quería estudiar. Ser enfermera. La economía familiar y mi trabajo en la cafetería no me lo permitían. Como siempre, me ofreciste tu mano, levantaste mi barbilla y mirándome a los ojos me propusiste: “Ana, amada mía, cásate conmigo y te ayudaré” Así, tan sencillo. Sencilla fue también la ceremonia en el juzgado de paz, a pesar de la mala cara de mi padre, porque tú no creías en falsos dioses que santificasen nuestro amor. Y fui a la universidad. Te mostraba orgullosa mis resultados académicos, que tú siempre celebrabas mostrándote orgulloso. “Estás individualizándote, Ana, amada mía” y yo, como una niña, levitaba encantada durante días. Me esforzaba para que siguieras sintiéndote orgulloso de mí. Íbamos hasta la escultura y me sacabas fotografías, cada vez un paso más adelante. El día que conseguí el título me puse delante del todo, con mi diploma para la última foto.
-Ana, amada mía, lo has logrado. Ya eres un tú individual. No necesitas mi ayuda. Ahora caminamos juntos.
Fue cuando decidimos tener un hijo. Una creación nuestra (nuestro principito) al que, partiendo de la masa primigenia, ayudaríamos los dos a ser una entidad individual. Es por eso que sufro, Miguel, amor mío, cuando veo tu expresión inalterable, que no se asombra de nada. Solo muestra un poco de alegría cuando nos acercamos paseando hasta la escultura y con una sonrisa abrazas y acaricias a la figura que surge de la masa.

12 comentarios:

  1. Este relato es de Rosa M Cotiñas. No sé qué me pasa que ya no puedo entrar en "edición de entradas. SOS.

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  2. Me ha impresionado, es muy bueno. Lu, te he puesto el título, a mí sí me ha dejado editar entradas. Encantada de leer a Rosa M. Cotiñas, felicítala de mi parte

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  3. Wis, porfa, pon su nombre en la etiqueta también. Gracias.

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  4. Felicidades, Rosa, de parte de Wis y mía, por supuesto.

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  5. Gran relato, conozco personas que han estudiado carreras y no son individuales.

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  6. Rosa M. Es la primera vez que leo algo tuyo y me ha gustado. Tal vez un poco largo pero te lo dice la mayor "rollera" de Valencia Escribe. Sigue así

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  7. Me ha gustado mucho el relato. Enhorabuena Rosa M., tienes una gran capacidad de descripción y un magnífico ritmo narrativo. Qué bueno contar con tanta gente que escribe tan bien.

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  8. Me ha gustado y mucho. Enhorbuena y sigue con nosotros. Un abrazo.

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  9. Bien venida de nuevo. No tardes tanto en escribir el próximo. Ánimo, que no mordemos.

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  10. Un relato precioso, enhorabuena. Lo que no entiendo es que no te gustara EL PRINCIPITO, te pido que lo releas, de cada frase se podría escribir un libro.

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