Los gemidos de placer de la
habitación de al lado se hacían cada vez más intensos.
Por un momento pensé que era algo
pasajero, pero esa mujer llevaba más de media hora disfrutando de lo lindo. No
podía concentrarme en nada y además el maldito resfriado no me dejaba respirar,
entonces decidí ir a la piscina.
Había tenido la suerte de
alojarme en un hotel que no era muy malo, un poco viejo, pero tenía piscina y
eso no estaba nada mal. En aquel entonces Érika pagaba las cuentas como buena
editora y amante. Yo escribía artículos muy malos para una revista aún peor,
pero a la gente le gustaban y eso tampoco estaba nada mal.
Cuando entré en la piscina
descubrí que era toda para mí. Estaba prohibido tirarse de cabeza —«No diving» ponía el cartel y la figura
de un hombre saltando al agua con un aspa—. Decidí hacer caso por una vez en mi
vida y bajé por las escaleras.
El agua estaba templada, un gusto
después de sufrir 30ºF
durante todo el maldito día. Sólo me dediqué a flotar y mirar el techo, era una
vista deplorable, pero al menos estaba flotando en agua templada mientras
muchos otros estaban con el pico y la pala en cualquier otro lugar del mundo.
No recuerdo cuánto tiempo estuve así, pero sí recuerdo lo bien que estaba hasta
que apareció ese hijo de perra.
Venía comiendo barritas de queso.
Entró así a la piscina y detrás de él venía una belleza deslumbrante. Era
rubia, pero teñida, tenía un buen culo, pero nada de tetas, típico de las nenas
bien. Eso tenía fácil arreglo. Carlos Santos era el enemigo numero uno de mi
jefa y no me refiero al asunto de la estúpida revista.
Todo el mundo tiene tramas
oscuras y Érica también tenía las suyas. En teoría yo no sabía nada de eso,
pero había escuchado alguna vez en la oficina algo de tráfico de influencias, políticos
pagados aquí y allá y esas cosas. Carlos era su peor enemigo, porque se estaban
peleando por el control del partido Republicando, los demócratas con Hillary no
tendrían nada que hacer en 2016.
Él se tiró de cabeza salpicando
todo al entrar, por suerte lo hizo por la parte más profunda, donde había cinco
pies. Su chica le siguió. Tan pronto oí su voz supe que era ella. Era la perra
que gritaba y gritaba por encima de mi oído en la cama mientras intentaba
escribir. Dándose duro por casi una hora y ahí estaban otra vez resobándose en
la piscina. Entonces empezó lo bueno.
Carlos se dio cuenta de que los
estaba mirando. No pude evitar mirarlos cuando supe que eran ellos. Me miró con
cara de asesino. El día anterior me había visto recogiendo el USA Today de mi puerta antes de ir a
desayunar.
—¿Qué miras?
No contesté, pero seguí mirando.
No sé porqué hago esas cosas, está en mi forma de ser estúpidamente estúpida,
lo sé, pero le seguí mirando con cara de idiota. Apestaba a alcohol y sus ojos
decían que era más que alcohol lo que llevaba puesto.
—¡He dicho que qué miras, idiota!
Lo de idiota ya lo sabía y no me
molestaba que lo dijera, pero sí la risa de la rubia.
—Lo siento, yo sólo…
—Tú sólo te callas, idiota. Y no
mires más a mi chica, ¿entiendes?
—Yo sólo quería decirte que está
prohibido tirarse de cabeza.
—Tú eres un maldito idiota y te
callas.
—¿Y dónde dice eso? —, dijo la
rubia asombrada.
—Allí, ese cartel—, señalé al
muro que daba al centro de la piscina.
Carlos empezó a acercarse a mí y
conforme veía que él se acercaba mil y una cosas pasaron por mi cabeza. Ese
hijo de puta había matado a mucha gente por menos y allí estaba yo hablando con
su chica.
Salí de la piscina y vi e al
fondo estaba la sauna. Tal vez si me escondía allí por un rato podría olvidarse
de todo y además necesitaba relajarme un poco. Mientras estaba en la puerta
leyendo las instrucciones sentía cómo él me clavaba la mirada en la espalda. La
sentía llegar desde abajo, sentía cuchicheos de ella, sentía ganas de salir de
allí. Switch on the Black boton. Thirty minutes max., 110ºF max. If you feel…
Bla, bla, bla. Treinta minutos eran más que suficientes para mí y si me sentía
débil o embarazado seguramente no iba a entrar en esa mierda de casucha de
madera a matarme a vapores.
Cuando entré aquello parecía sólo
una casita de madera, no hacía calor, así que empecé a echar agua con el cazo
que habían dejado allí. Imaginé que era para eso. No era nada de otro mundo,
pero al menos ya no sentía a aquel idiota tratando de hacerse el macho delante
de su rubia teñida sin tetas. Tal vez no debí haber sido tan sarcástico, o tal
vez sí. Es igual, a mi me da igual que ese tío sea el jefe de la mafia
Hondureña o lo que sea. Lo único que me jodería es que se tirara a Érica. Eso
sí me jodería porque allí jodo yo.
A partir del minuto doce o trece
empecé a mirar el reloj de bronce que tenían allí. Eso parecía empezar a
funcionar porque empecé a sudar. El reloj era completo, marcaba las horas y
también otra cosa que pronto descubrí que era la temperatura, porque no paraba
de subir. Cuando llegó a 120ºF
ocurrió lo peor.
Hasta ese momento todo era
maravilloso. Estaba sudando sin hacer nada. Estaba sudando por el mero placer
de sudar y estar sin hacer nada, perdiendo mi tiempo a costa del dinero de
Érica y gracias a la bendición de mis lectores con excesivo buen gusto. Allí estaba
yo apoyado contra una pared, en la parte más alta de esa escalera donde se
sienta la gente con una pierna apoyada en la otra pared y la otra extendida a
lo largo, un brazo sobre mi rodilla y el otro con el cazo echando agua cada
tres o cuatro minutos. Cada vez que echaba un cazo, una bocanada de vapor venía
sobre mi cabeza y era como estar fumando un petardo, pero sin estar fumando, ya
me entendéis. Era maravilloso, todo era maravilloso hasta que apareció ese hijo
de puta en la puerta y escribió en el vapor de la ventana:
Vas a morir muy lento.
Intenté abrir la puerta, intenté
gritar. Nada. El hijo de perra había bloqueado también la puerta de entrada a
la piscina con uno de sus escoltas. El maldito tenía un escolta en la puerta y
yo era su juguete. Seguramente si hubiera gritado muy fuerte o golpeado alguna
pared hasta sangrar del todo, alguien había venido en mi ayuda, pero también
pensé que antes de que eso ocurriera él se encargará de acabar conmigo de
alguna u otra manera. Con esa gente mejor no meterse, me decía mi madre y no
nunca le hacía caso. Así estaban las cosas.
Carlos estaba disfrutando de lo
grande con aquello, estaba tirándose a la rubia en la piscina y de vez en
cuando venía a ver por la ventana a ver si ya me había desmayado. Me gritaba
¿Cómo estás güero? ¿Qué? ¿No me puedo tirar? Mira como me tiro… Y saltaba desde
lo más profundo una y otra vez. Saltaba y no se cansaba. Saltaba y por debajo
del agua iba a parar a donde nacen las piernas de la rubia y ella gemía como
horas atrás y él salía y me decía ¿Lo ves? ¿Lo ves bien ahora, mirón de mierda?
Estaba a punto de morir, mi
cabeza estaba por estallar cuando oí un golpe seco.
Asomé a la ventana y vi sangre en
el extremo más cercano a mí de la piscina. Vi una nube de sangre que crecía y
se expandía mientras escuchaba gritar a la rubia, mientras el gigante de la
puerta se tiraba al agua con el traje puesto. La nube de sangre era cada vez más
grande y llegaba casi a la mitad de la piscina cuando lo sacaron del agua. Yo
podía soportar diez minutos más allí, podía eso y mucho más, pero no hizo
falta. Cuando llegaron los del hotel a auxiliar a Carlos me sacaron de allí. No pudieron
hacer nada por él. Su cráneo se había partido completamente en dos y el agua
repleta de cloro había destruido el poco cerebro que tenía.
Pernando, repito: excelente. Y el relato acaba como debe de acabar, el malo a la mierda y el bueno a salvo. Un abrazo.
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