¡Cuánto
tardan! pensaba Felisa sentada a una de las preciosas mesas que habían
instalado, con todo lujo de detalles a las afueras del pueblo, para celebrar
sus cien años. Era la persona más longeva de la localidad y se habían esmerado
en preparar un gran banquete. Los manteles de lino blanquísimo, descansaban
junto a las sillas forradas de la misma tela; las copas de Bohemia esperaban
sedientas los colores y aromas de los vinos de reserva, mientras los platos
prometían una delicia de jamón ibérico, quesos de la tierra, perdices
encebolladas y demás manjares dispuestos para la ocasión. ¡Cuánto tardan!
volvió a exclamar para sus adentros la feliz anciana, mientras su nieta Ángela,
sentada en su lecho, cerraba sus párpados ya sin vida con una suave caricia.
Triste pero muy bonito. Sigue así, como ya nos tenías acostumbrados...
ResponderEliminarGracias, Amparo. Besos.
EliminarExcelente. Además, tendré que probar las perdices encebolladas, suena rico rico y con fundamento... Ja ja ja. De verdad: un micro genial, Lu.
ResponderEliminarGracias, Rafa. Las perdices encebolladas están exquisitas pero esa es otra historia. Un abrazo.
EliminarMe da hambre tu relato!!
ResponderEliminarJaja, ¿me lo tomo como un cumplido?
EliminarPor supuesto, pero también literalmente!!
ResponderEliminarEntiendo que ese banquete que me ha hecho sufrir, simboliza la partida de la anciana hacia el más allá ¿no? Eso he entendido, aunque un viernes y a estas horas... puede ser cualquier otra cosa, en cualquier caso, me ha gustado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para mí no es un símbolo, es el último sueño de una vitalista. Gracias, Yolanda. Un abrazo.
EliminarUna buena despedida, solitaria como todas, pero engalanada. Muy evocador.
ResponderEliminarGracias, Asun. Un abrazo.
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