Hay dos tipos de loco-que-habla-solo.
Está la mujer o el hombre harapiento que van empujando un
carro y charla, se ríe y hasta grita a su interlocutor virtual. Ese es el
primer tipo de loco-que-habla-solo. El segundo tipo está formado por hombres o
mujeres vestidos de traje que charlan, se ríen y hasta gritan a sus
interlocutores virtuales.
Es gracioso ver cualquiera de estos locos en espacios
públicos. En la estación de Trenton, New
Jersey, me sucedió algo muy gracioso.
Encontré una pareja de locos ideal. Ella era del primer
tipo. Una señora de unos cincuenta años, de raza negra, empujando un carro
verde lleno de manchas y trapos de variedad de colores. Era bastante robusta y
algo baja de altura, no parecía tener mayores preocupaciones.
Él era del otro tipo. Un hombre de unos cuarenta años, metro
ochenta, traje gris brillante y un cable colgando de su oído derecho. Justo
donde el pasillo de la pequeña estación es más estrecho se cruzaron por
casualidad y algo magnífico —y extraño a la vez— sucedió.
Puede que sus interlocutores virtuales tuvieran la culpa,
puede que fuera el destino, me da igual, algo detuvo la marcha autómata de sus
cuerpos, algo hizo que sus caminos se cruzaran y aunque ellos creyeran que
estaban mirando al infinito (o a nada) se encontraron mirándose el uno al otro
y continuaron su diálogo:
—¿Cómo estas?
—Mala vida llevo, John
—Me da pena oírlo.
—¿Y que tal tú por París?
—Ese barrio es una mierda John, esta lleno de putas y viejos
verdes.
—¿El Moulin Rouge?,
tenemos que ir juntos.
—No creo que pueda John, me duele mucho la espalda, ya no
puedo ni con mi culo...
—¡Pero si son sólo ocho horas de vuelo!
—Vete a la mierda John, tú sólo quieres joderme...
—Yo también te quiero cariño.
Sonrieron los dos al mismo tiempo mirándose a los ojos.
Estoy seguro de que les alegró verse sonreír. Aunque fuera
un cruce virtual, aunque no hubieran hablado entre ellos, por un segundo, esos
dos locos se encontraron con la mirada y se alegraron de estar juntos en este
mundo loco.
Después siguieron sus caminos, sus charlas virtuales, sus
mundos paralelos…
Todos necesitamos sonreír a alguien de vez en cuando, ¿no creen
que sí? Estoy cansándome de mirar este maldito teclado, esta estúpida pantalla
del demonio. Voy a por una cerveza, a por una barra, a por un camarero, a por
una persona con quién hablar. Voy a la calle, voy a buscar una persona con
quién hablar de verdad, aunque no le importe nada lo que vaya a decirle, aunque
horas después olvide por completo que yo existí alguna vez.
Pernando Gaztelu
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