El 13 de octubre de
1841, la cafetería anexa al Teatro Rialto de Bruselas hervía de un publico
impaciente ante la anunciada actuación de
Adolphe Sax, fabricante de instrumentos musicales e insigne intérprete
de clarinete. Sin embargo, en el centro de la pista descansaba, sobre una silla
de color rosa, un extraño artilugio jamás visto. Se apagaron las luces y
Adolphe apareció por fin, dio unos pasos hacia el micrófono y desgranó
las primeras notas de aquel “clarinete de latón”. El silencio fue atravesado
por un fuerte sonido metálico lleno de
matices y tonalidades que cambiaban del rojo al violeta pasando por el verde
y el azul cielo. Adolphe había
trabajado hasta el éxtasis, largos días y noches sin sueño, buscando la
perfección de su ingenio. El resultado llenó a sus oyentes de una intensa
emoción y asombro. Los aplausos retumbaron largo rato por todo el edificio y se
sucedieron los abrazos y apretones de manos estremecidos de los más allegados.
El ilustre músico acababa de regalar un pedazo de gloria a saxofonistas
venideros como Charlie Parker o John Coltrane entre muchos otros.
Hoy he aprendido algo nuevo con tu relato. Y por ello me ha encantado.
ResponderEliminarMuy bonito Lu. A ver si te seguimos los demás y volvemos a llenar el blog de relatos.
ResponderEliminarMe encantó!!!
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