No recuerdo bien la hora, creo que el teléfono sonó a eso de las 17:00 h, era un sábado y yo, despreocupada, disfrutaba de una película; me dieron la noticia con cuidado, lentamente, con voz temblorosa y palabras delicadas; la realidad estalló en mil pedazos, se resquebrajó despiadada y contundente sobre la placidez de mi tarde y de mi vida.
A partir de ahí todo fue extraño, irreal casi. Llegó mucha gente repitiendo lo mismo, llegaron besos formales y sentidos, abrazos leves y fuertes, miradas cálidas y compasivas.
Y no es verdad, no es verdad lo que dijeron: el tiempo no ha curado nada; aunque mi boca vuelve a dibujar la mueca de la risa y cumplo con mis obligaciones diligentemente, tu ausencia omnipresente entre mi piel y mi alma, me recuerda cada día que no es que sea difícil, no, es imposible volver a saborear la vida como antes, sin ti.
Muy bonito, me gusta tu manera de narrar las historias. Me gustaría más sin el adj. omnipresente, demasiado fuerte. Tal vez esté demasiado próximo a diligentemente. Me parece más sencillo y crudo "tu ausencia entre mi piel y mi alma". Pero es mi opinión y para gustos, colores.
ResponderEliminarReal, duro y preciso. Las correcciones de Magdalena son acertadas, le darán más ritmo a un relato tan breve.
ResponderEliminarGracias, tienes razón Magdalena, fíjate que cuando utilicé ese adj. me sonó raro, me alegro que lo digas.
ResponderEliminar¡Fernando! otra vez por aquí, que bien.
Yolanda, yo temo cuando escucho el teléfono a ciertas horas. El tiempo no cura, hace llevadera la carga que al principio nos parecía imposible de llevar. Enhorabuena.
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