La noche de San Juan un ejército de cuerpos semidesnudos invade la playa, esa misma playa que permanece las trescientas sesenta y cuatro noches restantes vacía para mí. Es la única noche del año en la que tengo que renunciar a mi placentero paseo nocturno porque las masas de gente descontroladas invasoras beben, gritan, saltan por encima del fuego, se mojan los pies, prometen las mismas cosas que el primero de enero –si en seis meses no las han cumplido, difícil será que las cumplan en los seis siguientes- y violan el sagrado rumor de las olas con potentes vomitorios de ruidos con que poder contonearse al son de un vaso con alcohol en la mano.
La noche de San Juan me dedico, toda la noche, a leer con tapones en los oídos el mejor libro que se pueda leer, para esa noche, hasta las tres y media, hora y media antes que amanezca, en pleno conticinio. A esa hora observo por la ventana el devastador nocturama que las hordas salvajes han dejado a su paso, me pongo mi gorra, mi guerrera, tomo mi bastón... y salgo.
La noche de San Juan recojo la basura que las hordas bárbaras dejan olvidada, bien por egoísmo, bien por falta de educación. Recojo los despojos que dejan atrás durmiendo borrachos, o inconscientes por el coma etílico, con esa dudosa buena intención de recogerlos a la mañana siguiente. Con el bastón voy tanteando sus cuerpos inertes. La mayoría, al verme, se asustan e intentan levantarse como pueden y se van haciendo eses, algunos me dan las gracias, me dicen que soy un buen guardia y hasta quieren darme un besito con ese aliento de alcohol mezclado con vómito. Hasta que me tropiezo con algún cuerpo con tal cantidad de alcohol en su interior que le impide tan siquiera gemir cuando le toco con el bastón. Lo recojo y me llevo uno de esos cuerpos a mi casa, lo degüello en solemne silencio -ni se enteran los pobres- procurando que la sangre no se pierda, les chamusco bien el pelo, lo destripo, lo troceo y algunas partes hasta las deshueso y las pico; con las tripas limpias hago embutidos para todo el año; sazono algunas carnes y otras las congelo; de los huesos salen caldos para cocido muy sabrosos; la sangre con cebolla, tomate y orégano la reservo para los partidos oficiales de la selección o las finales de tenis. El alcohol la deja mucho más tierna y le da un punto de sabor que la aleja del pollo y la acerca al cerdo. Tengo carne para todo el año... hasta la siguiente noche de San Juan.
Qué fuerte!! Ya la tienes adobadita.
ResponderEliminar¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh, socorro!!!
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