Nota
del autor: Amparo Hoyos, Rafa Sastre, gracias por hacer
de este aprendiz de escritor la persona más feliz del mundo. Asun Ferri, no
estuviste físicamente pero siempre estás en nuestra mente.
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Puntual, como cada día, el expreso de Barcelona inicia la
marcha al tiempo que suena el silbato del jefe de estación. Un anciano
despistado, que lee la prensa en una esquina del apeadero, se sobresalta con el
pitido dejando caer el periódico al suelo. Me acerco apresurado y se lo recojo.
Son las cinco de la tarde y sigue lloviendo. El olor del cemento empapado se
mezcla y funde con el diésel de los motores de la locomotora.
Continuo con la ronda; no me gustan las sorpresas por lo
que espero que sea una tarde tranquila. Desde la entrada principal miro y
admiro la belleza de la plaza de toros. Vacía. Tan próxima que casi parece una
extraña prolongación de la estación, silenciosa y atenta a todo el que entra y
sale de su andén.
De pronto mi atención se centra en una pareja. No son jóvenes,
pero tampoco parecen demasiado mayores. Siguen con atención, como yo, el trajín
de transeúntes… él está nervioso y no es capaz de disimularlo. Mi instinto
policial se activa. Al cabo de un rato alguien se les acerca. El gesto con la
mano y el asentimiento de cabeza son muy sutiles pero suficientes para
identificarse. Se miran y se funden en un largo abrazo. Esto me desconcierta
por completo, el primer movimiento es el típico de una cita a ciegas de
desconocidos, pero ese abrazo es inequívoco de una fuerte y estrecha relación.
Permanecen plantados bajo la lluvia, charlando, hasta que se les une una cuarta
persona, una mujer de mediana edad, apariencia normal y vestida sin lujos
aparentes. El abrazo se repite. Seguro que pertenecen a alguna secta.
Alguien en el interior reclama mi atención. Me giro y veo
a una hermosa jovencita que solicita mi ayuda:
- ¡Mozo! ¿Sería tan amable de subirnos las maletas al
vagón? – La joven está acompañada por una anciana con una mirada tan dulce que
es imposible negarse (Más por la sonrisa de la joven que por la mirada de la
abuelita).
Cuando regreso a la salida el grupo ha desaparecido.
Mejor así. El desfile incesante de gente va en aumento a medida que avanza la
tarde. Es el momento perfecto para permitirme cinco minutos de descanso y tomar
un café bien caliente, más tarde será del todo imposible. Entro en la cafetería
de la estación y le hago un guiño a Tomás, el camarero; ya sabe cómo me gusta
el café. Un rápido vistazo me basta para averiguar qué tipo de personas me
rodean (A veces me pregunto qué fue lo que me impidió hacerme policía)…
- ¡La leche! – Exclamo sin poder evitar que mis ojos se
disparen fuera de sus órbitas.
- Pero Benito, si siempre lo tomas solo – Protesta Tomás
mientras me sirve el café.
- Perdona, no es contigo. Está bien así – Respondo sin
desviar ni un milímetro la mirada de la mesa del fondo. Allí están otra vez, los
cuatro de la entrada, en una animada charla.
Le digo al camarero que me sirva la consumición en la
otra punta del mostrador y hacia allí dirijo, disimuladamente, mis pasos. Tengo
que escuchar esa conversación. Nunca se sabe. El local está casi lleno y tanto murmullo
de fondo me hace afinar bien el oído para poder captar el contenido de la conversación.
Libros, cuentos, poesías… Pero ¿De qué carajo están hablando?
Historias de barcos piratas, relatos de apariciones;
humor negro, policías y gánsteres americanos. Duendes, hadas, países que no
existen, princesas…
¡Menuda pérdida de tiempo!
¡Malditos intelectuales bohemios!
No me extrañaría encontrármelos a la salida del turno haciéndose
fotos en el Mercado Central o en la Lonja, incluso pasando debajo de las Torres
de Serrano o tomando un agua de Valencia en el Café del Negrito.
- ¡Mozo!
- ¡Ya voy! – Me reclaman. Dejo la taza en el mostrador y salgo al andén.
- ¡Ya voy! – Me reclaman. Dejo la taza en el mostrador y salgo al andén.
Gracias de todo corazón, Reca, por rememorar en este estupendo relato nuestro entrañable encuentro, que confío será el primero de una larga serie. Sabes tocar fibras sensibles, y aquí lo has demostrado. Marisa y yo te enviamos un abrazo gigante, porque un gigante como tú no se merece menos. Dale besos a Pepa de nuestra parte. Y a ver si nos vemos pronto, gran amigo.
ResponderEliminarLas gracias a vosotros, a ti y a Amparo, me siento como un chiquillo de quince años que acaba de conocer el amor... Asun, habrá más ocasiones, lo prometo (Y no soy politico. Yo lo cumplo.). Un abrazo enorme
EliminarMe ha encantado, Reca. Yo sentí no asistir a esa reunión por motivos de trabajo. Un abrazo.
ResponderEliminarLu, te digo lo mismo que a Asun, se que habrá más oportunidades. El mozo de la estación Nord se va a hinchar de vernos por allí. Un abrazo.
EliminarUn relato precioso, se me saltan las lágrimas... Seguro que sí, que habrá más oportunidades, a los amigos verdaderos siempre se les lleva en el corazón y te reencuentras con ellos cuando menos te lo esperas. Un abrazo.
ResponderEliminarAsun, pues claro que las habrá. En cuanto vuelva a Anna te aviso (y a los demás también). Un abrazo.
EliminarMe ha encantado, Reca. Un recuerdo precioso para una tarde inolvidable. Un abrazo a los dos.
ResponderEliminarPasará mucho, mucho tiempo antes que pueda olvidar un momento como aquel. Un abrazo y hasta el próximo café.
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