Cuando Pedro llegó a la residencia y la vio sentada en la silla de
ruedas tan guapa, tan arreglada y tan elegante, pensó que a lo mejor no era tan
malo que sus hijos lo dejaran allí. Además, era solo por una temporada corta
–le dijeron- después del verano volverían a por él.
A través de otro residente, se enteró de que la dama se llamaba Mari Luz y que
había sido actriz, pero que ni hablaba ni se enteraba de nada. Una pena —decían— con lo hermosa que había sido.
La primera vez que decidió acercarse a ella, le llevó una flor. Aunque estaba prohibido cortarlas, decidió que merecía la pena arriesgarse por una mujer como
ella. Cierto es que no la tomó entre sus manos ni aspiró su aroma, tan siquiera le dirigió una mirada de
agradecimiento; pero él se la prendió en el pelo, justo encima del oído izquierdo. Desde ese día, Mari Luz lució siempre una flor y nadie cuestionó la legalidad de su procedencia.
Las flores empezaron a escasear con la llegada del otoño, pero él siempre encontraba alguna, por humilde que fuera, para obsequiar diariamente a su amada. Parecían orquídeas si era ella quien las llevaba.
Tras la ofrenda floral, Pedro empujaba la silla de ruedas mientras le narraba, día tras día, un capítulo de su vida. Unas veces eran historias tristes, otras anécdotas muy divertidas. Llegaba incluso a pensar si algunas eran reales o las acababa de imaginar.
Tras la ofrenda floral, Pedro empujaba la silla de ruedas mientras le narraba, día tras día, un capítulo de su vida. Unas veces eran historias tristes, otras anécdotas muy divertidas. Llegaba incluso a pensar si algunas eran reales o las acababa de imaginar.
Un día, al fin, recibió la visita de sus hijos. Tras comprobar estos que el aspecto de su padre y su salud eran inmejorables, decidieron prolongar su estancia. Recibió la noticia con tal
indiferencia que él mismo se sorprendió. Seguidamente dijo adiós y corrió hacia donde estaba Mari Luz
para contarle la noticia. Se sentía contento, muy contento, además, ese día había encontrado una rosa otoñal de
aromático perfume que sujetó en su pelo mientras, con atropello, liberaba una
cascada de palabras acerca de lo felices que iban a ser y de lo mucho que la quería. Se llevó a los labios las manos de ella que siempre reposaban en su regazo y las besó con ternura.
Acarició luego su rostro, recorrió los surcos de la piel y se miraron. Entonces recogió una lágrima
que resbalaba lentamente.
Muy tierno!!
ResponderEliminarUna buena terapia contra la decadencia: regalar flores y contar historias.
ResponderEliminarGracias, Vicente
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