Llevo años viéndola
hacer lo mismo por la mañana en la playa del Arenal, Siempre el mismo ritual, la
misma imagen, la misma apariencia. Un blusón ancho con estampado de flores y su
pelo recogido en un moño en la parte superior de la cabeza. El cabello, canoso,
con mechas cayéndole sobre la espalda y
en la mano una botella amarilla, de las de lejía, con agua, se supone, no del mar.
El agua, traída desde
su casa - también se supone - es la que echa al bañador después de bañarse y quitarse
éste desde dentro del blusón que se coloca dejando antes que resbale el agua
salada por su cuerpo. Lo enjuaga, - el bañador - lo escurre y con el envase
vacío en una mano y el traje de baño en la otra, se dirige a la salida de la
playa. Hacia la calle que conduce a varios bloques de apartamentos.
Pero hace un par de
días, la vi llegar, temprano como siempre, sin su botella amarilla. Era, supuse
yo, que no se quitaría el bañador mojado o que ya no le atraía meterse en el
mar y solo llegaba para caminar como hacen muchas mujeres ya entradas en años,
por la orilla sobre la arena húmeda.
Pero no, observé qué,
como siempre, caminaba hacia el horizonte azul, con cara de felicidad y dejando
que la superficie del agua fuera subiendo lentamente por su cuerpo, hasta
llegar casi al cuello. Ya en este límite obligado por su pequeña altura, se
dejó mecer por las olas que lentamente ondeaban en la superficie.
Cada vez más intrigada, la seguí en sus movimientos.
Al salir del agua y dejar que la brisa la secara un poco, recogió su bata
floreada echada sobre la arena, se la puso en un gesto rápido, cotidiano, y dejó deslizar el bañador hasta el suelo. Lo
cogió con la arena adherida. Resuelta, fue hacia los lavapiés instalados en el
límite de la arena con el paseo, accionó la manivela, puso la prenda bajo en
grifo, la enjuagó, la escurrió y salió hacia su casa con el moñete en su cabeza
y las flores sobre su cuerpo fresquito
Un texto muy intrigante.
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