martes, 10 de septiembre de 2013

MEMORIAS: La residencia




                                 
                                 
MEMORIAS:  La residencia


Sucedió hace tantos años que me supone bastante esfuerzo recordar el día exacto, pero creo que era sábado por la mañana - de no ser así estaríamos en clase o en misa de ser domingo - hacia finales de verano ya que tampoco teníamos partido de fútbol.

El Miranda, el Yuti y un servidor. Menudo trío.

Tengo que decir que yo era el más alto de los tres; claro que lo que tenía de más en centímetros también sobraba en torpeza e ingenuidad. Miranda era el más bajito, pero también el más rápido, el más listo, pícaro y bullanguero. A el Yuti había que darle de comer aparte. Pelín gordito y con una levísima cojera, apenas perceptible. A pesar de ello era bueno jugando a fútbol, gran amigo, buen cantante y con una malicia… como nos gustaba hacer planes con él.

Aquella mañana decidimos ir a la casa grande de la playa. Casi todo el verano sin acercarnos por allí era demasiado tiempo, y cuando tienes trece años, una sola cosa en la cabeza y las manos casi peladas (por culpa de esa sola cosa), dos meses se hacen eternos.
Para nosotros era un lugar prácticamente de culto, fetichismo, voyeurismo y como se dice ahora: “con unos subidones de adrenalina que te cagas “.
Fue una residencia de monjitas (no se si todavía sigue en pie, hace casi cuarenta años que no vuelvo a aquel vergel) donde vivían durante el periodo escolar las niñas que no eran del pueblo o estaban sin hogar. Un harén que nosotros tres frecuentábamos tratando de ligar y pervertir, a escondidas, a tanta flor… siempre sin éxito.

Aquella mañana no se veía a nadie en el edificio ni en los jardines aledaños que tan bien conocíamos. Nos imaginábamos mil películas mientras aguardábamos -ninguna buena -. No había movimiento alguno y ya nos íbamos cundo el Yuti tuvo la genial idea de ir al huerto.
- Yo sin fruta no me voy de aquí – dijo.

Los frutales estaban bastante apartados de nuestra salida - un pequeño hueco en la alambrada disimulado por un espeso seto- pero el riesgo siempre valía la pena. Llenamos nuestras camisetas, vueltas por delante a modo de saco improvisado, y emprendimos el camino de regreso.

¡Piii… piii… piii…!

Aquella monja hizo sonar su silbato con todas sus fuerzas y pegamos un brinco como cabras asustadas bajando el monte.

- ¡Ladrones, asesinos,  que alguien llame a la policía! ¡ladrones! – Gritó la monja.

Corrimos como posesos sembrando el sendero de manzanas y peras, pero en dirección contraria a nuestra salida. Íbamos derechos hacia el muro de piedra, de unos dos metros de altura, que tenía al frente la finca.

No se como pero Miranda subió el muro en un pis pas.
No es difícil – pensé. Pero al enfrentarme a él con los gritos de la monja, y de el Yuti, detrás, se hacía complicada la escalada. Lo logré, y cuando ya estaba sentado encima del muro para saltarlo, veo a mi amigo tratando de llegar. La monja, pese al hábito, corría como un galgo, y Yuti, avaricioso y goloso, con su camiseta inflada a más no poder de su precioso cargamento, estaban casi a la par.

- ¡Espérame! ¡No te vayas!- me gritó.

- Suelta la fruta, carajo – dije yo.
- No -.                                               
- Si -.              
Llegó al muro. Soltó la carga y trepó.
Llegó la monja. Con toda su fuerza agarró su botín: la pierna de mi amigo.

- Tengo uno. Lo tengo – gritó a pleno pulmón.        

Yo tenía agarrado a Yuti por la camiseta. El se agarraba al muro como podía, y la monja se agarraba a su pierna. Los tres gritábamos histéricos. El Miranda estaba ya a kilómetros de la escena.

- Eres mío – gritaba la del habito.                 
- Y una mierda – le respondió.                                 

De fondo ya se oían más voces y silbatos. Mi amigo haciendo un último esfuerzo y un gran alarde como futbolista que era, apoyo un pie en la acalorada cara de la mujer y de un brinco consiguió subir. Caímos al otro lado, doloridos, y sin pronunciar palabra escapamos.

Fue la última vez, al menos por mi parte, que nos acercamos ese lugar. 

9 comentarios:

  1. Memorias entrañables y divertidas a la vez! Qué recuerdos...

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    1. Gracias, Amparo,esa es mi intención: el poder divertir y tratar de que nos riamos todos un poco.

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  2. A esas edades y en aquel tiempo, sin tantas distracciones como hoy, solo se te ocurrían barbaridades. Pero aunque al final te llevases algún disgusto, mientras te lo pasabas pipa, eso sí. Un abrazo, Foixos.

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    1. Rafa, Estas son las barbaridades mas inocuas que se pueden contar. Me alegro que te haya gustado.

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    1. Gracias, Lucrecia, nada como una risa para despejar las tensiones diarias que nos acosan.

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    1. Malén, me alegra mucho que te hayas divertido con el cuento, de eso se trataba.

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  5. Divertidísimas tropelías¡ Muy ameno y como dice Lucrecia, muy bien contado. Abrazos.

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