sábado, 21 de septiembre de 2013

El octavo pasajero o la noche de la langosta



Acababa de tragar el último bocado de mi frugal cena. Esa misma tarde había tenido una fuerte discusión con mi ex y me encontraba triste y desfondada. Justo en ese momento noté la presencia de un ser extraño en mi cocina. Había entrado por la puerta de la terraza y mis delicados tímpanos habían oído un débil sonido así como…”plof”.

El respaldo de la silla que tenía enfrente me tapaba la vista del suelo y tuve que incorporarme. La pata metálica de mi asiento chirrió contra la baldosa y ese “ser” emprendió un potente despegue hacia el interior de la estancia sin un rumbo fijo, más bien errático.

El animal -que lo era-, le pareció a mis ojos y a mi estado de ánimo del tamaño de un helicóptero de combate “Tigre”. El pánico se había apoderado de mí. Sentía cómo se erizaban todos los vellos de mi cuerpo. El de la cabeza también. Las órbitas de mis ojos se encontraban paralizadas, incapaces de girar y localizar al intruso.

Sin hacer el menor ruido, salí de la cocina y cerré la puerta. Prefería que, lo que aquello fuera, se quedara dentro, era mejor tener acotada el área de la próxima ofensiva.
Una vez fuera, intenté relajarme para poder pensar con claridad. Primero tenía que identificar al enemigo -una sabia decisión si hubiese existido contacto visual , que no era el caso-. Sin embargo, esto era primordial. ¿Era un pájaro? No. ¿Un insecto? Sí, lo más seguro. Recordaba haber distinguido el brillo de la queratina propio de estos bichos. Pero… ¿Ese tamaño? ¿De qué insecto se trataba? Una cucaracha americana, seguro. Odiaba a esas rojizas criaturas. Me había pasado todo el verano intentando erradicarlas utilizando todo tipo de artilugios: eléctricos, aerosoles, trampas, líquidos para fregar el suelo con efecto insecticida, mosquiteras, la zapatilla… Pero el vuelo me confundía. Las he visto correr y dicen que también pueden volar pero… tal y como volaba aquel monstruo…

Estaba claro que necesitaba una imagen. Todos los insecticidas llevan al dorso del envase un largo listado de bichos a los que son capaces de eliminar. Si contra el que se pretende luchar no está en el listado, no hay que esforzarse. Se corre el peligro de asfixiarse uno mismo antes de acabar con él. Así pues, me decidí a entrar en la cocina. Más que nada, para coger el aerosol que se encontraba en un armario. Escogería el de matar cucarachas. No había que andar con tonterías. Pero… ¿entraría así, a pelo, con el vestidito de tirantes? Ni hablar. Tenía que protegerme del cuerpo a cuerpo. Cogí lo primero que encontré en el baño: un albornoz con capucha de Ágata Ruiz de la Prada color rosa con unos tulipanes de colores primorosamente bordados. Así, sí.

Entré sigilosamente de puntillas, con la cabeza gacha y cubierta con la capucha. Saqué del armario el insecticida y me quedé muy quieta. Mis retinas emprendieron un barrido por las paredes, el techo, las cortinas…¡¡¡NOOOOOOO!!!!!! Allí estaba. Era un saltamontes!!!!!!

Que mi amiga Eulalia me perdone... ¡odio a esos bichos! Ella me diría: “Coge una escoba y, sin hacerle daño, ayúdale a salir”. ¡Ja! Ése era capaz de cogerme con las patas, raptarme y luego dejarme caer por cualquier paraje inhóspito. Tenía que acabar con él.

Como si me estuviera adivinando el pensamiento, vi claramente, cómo se impulsaba con sus patas traseras. El tamaño de aquellos muslos me recordó  los de un campeón de halterofilia. Emprendió de nuevo el vuelo, abriendo sus largas y membranosas alas ¡Qué asco! Pasó por encima de mi cabeza y se detuvo en la pared, justo detrás de mí. Sentía su presencia. La superficie lisa y blanca de la pared no parecía gustarle demasiado. Se resbalaba, tal vez por su propio y enorme peso, estaba poniéndose nervioso y dudaba entre sujetarse de nuevo y volar. Yo le miraba de reojo sin perder la poca sangre fría que me quedaba. En esos momentos, pertrechada con mi albornoz y mi bote de insecticida, me sentí como Sigurney Weaver en el episodio de Alien, el octavo pasajero. Entonces disparé, todo lo fuerte que me permitía el bote de Cucal. Acompañé el disparo con un sonoro grito de guerra –lo había visto en todas las películas de Rambo-. Sabía que el saltamontes no estaba en la lista del dorso, pero era lo único que tenía. El animal, sin inmutarse por la ráfaga del spray, corrió –más bien, voló-, a refugiarse donde pudo y supo: detrás justo de las botellas de aceite. Botellas, sí: de oliva virgen para freir, de oliva virgen extra para las ensaladas, de girasol que ahora dicen que también es muy sano y para la repostería va fenomenal, de oliva con hierbas aromáticas para asar la carne, aromatizado con trufa… Bueno, no me voy a extender más porque al lado tengo las especias y estamos en un blog de micros.

Se hizo el silencio y la calma volvió a la escena de la pelea. Esperé unos minutos todavía armada y protegida a pesar del calor. Nada. Empecé a emitir pequeños sonidos como: un silbido, una patadita en el suelo... Nada. Me armé de valor y me puse agua en un vaso, bebí, me tomé un Valium 5 y me fui derecha a la cama no sin dejar la ventana abierta por si “Él” abandonaba su escondite y decidía salir.

A la mañana siguiente, entré despacio a prepararme el desayuno. Ni rastro. Aún nerviosa evité coger la aceitera y no me hice tostadas. Llegó Lily que se extrañó de mi cambio en la dieta. Salí con ella a la terraza, no quería hacerlo sola. Entonces me cogí de su brazo. ¡¡Estaba en la barandilla!! Con voz entrecortada y la mano temblorosa señalé al insecto. Ella me miró y con sus habituales carcajadas lo cogió con la mano y lo lanzó al vacío…


¿Cuántas episodios se hicieron de Alien…?

13 comentarios:

  1. Amparo, está claro que narras una experiencia personal, pues trasladas magníficamente el terror y los sentimientos que te asaltaron por la intrusión del pobre bicho. Es muy divertido y me alegro que todo se saldara sin víctimas ni daños colaterales. Un abrazo.

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  2. Escribir un relato de humor es dificilísimo, y tú lo has conseguido. La narración está repleta de toques de ironía muy divertidos. Es muy ágil y entretenido. En fin, ¡MUY BUENO!. Solo he observado una frase que pueda ser mejorable: "El animal -que lo era-, a mis ojos y a mi estado de ánimo les pareció del tamaño de un helicóptero de combate “Tigre”." Creo que quedaría más natural así "El animal -que lo era- le pareció, a mis ojos y a mi estado de ánimo,del tamaño de...". No sé que te parece. Un abrazo

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    1. Me parece perfecto David. La verdad es que esa frase me rechinaba todo el tiempo, pero estoy muy atascada últimamente. ¡Gracias!

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  3. Me gustaría que este relato se entendiera como una especie de ejercicio. Últimamente me cuesta mucho escribir...

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  4. Muy bueno Amparo, ¡te acompaño en el sentimiento! si vieras los híbridos entre escarabajo pelotonero y polilla gigante que acuden por la noche a la luz de la puerta, aquí, en medio del campo... nos fletábamos, pero ya, una nave espacial rumbo a Cucal-landia. Abrazos¡¡

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  5. Amparo, narras estupendamente el pavor que tiene tu protagonista por los bichos de cualquier clase. Un ejercicio de sobresaliente.

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  6. Cómo me gustaría escribir en tono de humor como tú, es que lo llevas dentro, querida. Una narración muy real, hasta en lo que diría tu amiga Eulalia. Excellent.

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    1. Gracias, amiga. Pesadilla de noche! A punto estuve de llamarte para pedir consejo... Un besote!

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  7. Totalmente de acuerdo con el tono del comentario de Eulalia. El humor muy bien conseguido. Menos mal que te estás ejercitando, no sé qué haremos cuando ya estés en forma. Un abrazo.

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