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“Lego al mundo el maravilloso
descubrimiento del mestizaje de las especies. Aún recuerdo cuando en mi
juventud intentaba el cruce de moscas y arañas, de arañas y lagartos, de
lagartas y gatos, de gatas y perros, de perras y leones. En tales casos el
primer animal sucumbía, devorado o destrozado por el segundo. Pero, aunque amigos
y familiares se mofaban, yo proseguía mis investigaciones entre impertérrito y entusiasmado.
Comprendí que existen criaturas
incompatibles con otras y, espoleado por la idea de experimentar con nuestro
propio género, en 1952 yo mismo me apareé con Gladys, la legendaria osa patinadora del Circo Ringling. Al cabo de
varios meses nació Ringo, nuestro precioso hijo, el primer grizzly híbrido de
la historia, al que eduqué personalmente en la disciplina humana. Con mucha dedicación
e infinita paciencia he conseguido que articule algunas palabras; también que
lea y escriba con fluidez, esto último sirviéndose de un artilugio especial que
ordené fabricar a la medida de sus enormes pezuñas. Fuma habanos, disfruta en
el cinematógrafo con las películas de Humphrey Bogart y adora el jazz, el be-bop en concreto. Come algodón de
azúcar y le pirra montar en los autos de choque de Coney Island. Si bien es
clavadito a su madre, representa el triunfo de la ciencia sobre el
escepticismo, los prejuicios y el conservadurismo más recalcitrantes.
Vaya desde aquí mi sincero perdón a
aquellos biólogos que tacharon de farsa mis éxitos, que me vilipendiaron y
calumniaron por razones que ellos
conocerán. Solo espero y deseo que mi trabajo sea rememorado, que pase a los
anales de la genética con el honor que merece.
En este libro revelo con todo lujo
de detalles los secretos acerca de mis investigaciones. Confío en que su
lectura animará a jóvenes científicos a tomar el testigo que la enfermedad que
me mantiene postrado me obliga a ceder irremisiblemente.” (1)
(1) Extracto
del prólogo a “El desafío evolutivo.
Manual para la simbiosis de los especímenes terrestres” (Apocalypsis
Editions, 1960), escrito por Gustav Yurinsky Jr. dos años antes de su
defunción.
Ringo, a la edad de cinco años, divirtiéndose en la feria local
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“Gustav Yurinsky Jr. tan solo contaba
42 años cuando falleció en la primavera de 1962, tras una larga y terrible dolencia.
Tengo ahora 20 años, lo cual es mucho para un grizzly como yo. Creo que ha llegado el momento. Antes de traspasar
la negra barrera, me siento obligado a declarar la verdad sobre los estudios de
quien estaba convencido de ser mi padre. Porque hay que reconocer que su vida
fue un auténtico fiasco. Cuando Yurinsky ayuntó con Gladys, desconocía que ella ya estaba preñada de Fenton, el oso que hacía malabares con
antorchas encendidas mientras rodaba con una bicicleta por un alambre a diez
metros del suelo. Fue mi propia madre la que me lo confesó, en nuestro propio
lenguaje úrsico, durante una de mis escasas visitas a la sucia jaula que ocupaba
en aquel maldito circo. También me aseguró que Gustav no dejaba de acosarla y
abusar sexualmente de ella, con la finalidad de proporcionarme un hermano.
A pesar de su locura, de su
compulsión obsesiva por unos experimentos disparatados, contrarios a cualquier
lógica y ética natural, agradezco a mi falso padre que me mantuviese alejado de
aquel inmundo negocio, donde los animales son vejados y maltratados de forma sistemática.
También he de reconocer el tremendo esfuerzo que mostró para adiestrarme en la
lectura y la escritura, gracias a lo cual he podido deleitarme con las grandes
obras de los clásicos americanos: Poe, Melville, Twain y tantos otros. Ello
también me ha permitido ganarme la vida decentemente como crítico literario en Time ya que, como el solfeo y la
interpretación musical, los números nunca se me dieron bien, jamás logré pasar
de la tabla del dos.
Sin embargo, a través de estas breves
líneas deseo expresar mi ardiente deseo de que los discípulos de Gustav Yurinsky,
si es que alguna vez llegó a tener alguno en cualquier recóndito rincón del
planeta, renuncien a continuar unas investigaciones abocadas al más estrepitoso
fracaso. Soy un triste embuste cubierto de un espeso pelo parduzco. Ustedes
dirán que podría o debería haber declarado todo esto hace mucho tiempo. Tienen
razón, es cierto. Pero comprendan que, aunque no soy humano y nunca lo seré, en
mi interior albergaba serios temores acerca de las consecuencias ulteriores, de
la imprevisible reacción de esos miles de personas que cada semana han seguido fielmente
mis artículos en esta revista. Revista, por otro lado, que confío me contratase
atendiendo a mi destreza profesional y no a mi supuesta singularidad biológica.
Imploro ahora sinceras disculpas
desde esta eminente atalaya, por haber demorado la proclamación de la cruda realidad.
Solo me resta suplicar clemencia. Si, como se suele decir, errar es de humanos,
imagínense lo que puede hacer un plantígrado. Hasta siempre, mis queridísimos
lectores.” (2)
(2) Último
de los artículos publicados por Ringo Yurinsky en la columna titulada “Las osadías de Ringo”. Revista Time, 23 de Junio de 1972. Su autor
murió a principios del año siguiente en el Circo Ringling, que reclamó su
propiedad amparado en el contenido de esta publicación. En aquel cautiverio, Ringo
fue obligado a exhibir sus habilidades
literarias: los espectadores elegían tres palabras al azar y con ellas, en
cuestión de dos minutos, el inteligente grizzly
escribía en una pizarra un estimable microrrelato.
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