sábado, 5 de febrero de 2011
Eulalia Rubio
La vi en la estación de Cartagena, estaba abrazada a un joven muy atractivo y lloraban los dos. Había mucha gente, estábamos muy cerca y aunque yo no prestaba atención escuché sus últimas palabras: cuidate Andrés, no llores por favor, estudia mucho.
Se abrieron las puertas del tren y comenzamos a subir, ella iba delante de mí, de pronto se volvió -perdón- me dijo, y bajó de nuevo para volver a abrazarlo. Esta vez se sonrieron y se besaron en los labios. Él le dijo -estás preciosa, adios mi amor, te he querido mucho-.
Durante el trayecto la observé un par de veces. Al principio le vi alguna lágrima y recordé una despedida similar que me sucedió en mi época de estudiante, -éramos igual de jóvenes- pensé, y me concentré en leer mi libro. Al cabo de una hora más o menos la volví a mirar y estaba sacando el móvil de su bolso. Su rostro se iluminó y después de unos segundos marcó una sola tecla, una rellamada, pensé. Pasó más tiempo de lo normal hasta que le contestaron, -¿Carlos?- dijo, -¿Carlos?- de nuevo, -que ya voy por Alicante, llegaré a las nueve a Valencia-. Después de un instante la expresión de su cara fue de asombro y dolor. - Que no vendrás a recogerme? ¿por qué?¿ has vuelto con ella? lo comprendo, no te preocupes ¿mi madre? ah, si, está muy bien, me ha acompañado a la estación y después se iba a cenar con sus amigas, bueno, ya nos veremos, que te vaya bien, chao-.
Guardó el teléfono, miró al mar y ya no volvió a llorar.
Lucrecia Hoyos
EL BESO DE EVELIA
El tren partió de la estación a la hora prevista: las doce en punto. Evelia Fernández se había acomodado en su asiento junto a la ventanilla y observaba el hermoso paisaje costero que fluía incesante a su derecha. Azules de ... mar y cielo abordaban sus ojos húmedos a través del cristal. Su olfato y su piel presentían el prodigio de la brisa que le era vedada. Un montón de mariposas se derramaba inconstante en su cabeza. Amor, desengaño, miedo, dolor…, se alternaban sin dejarle un momento de reposo.
De pronto contempló, sorprendida, su propia imagen reflejada, y vio belleza, la suya. Pensó que no valía la pena llorar por un fracaso. Soñó un beso prolongado que la unió a todo el orbe, se convirtió en un Narciso en el acto de amarse y pensarse a sí mismo y entendió la insignificancia de la anécdota…
Lara Hernandez Abellan
“Cambio de planes”
Para estar casi en otoño esta mañana hace mas frío que de costumbre. Me abotono el último botón de mi cazadora vaquera y miro el reloj de la estación. Debo estar nerviosa o pillando una gripe porque todo el mundo va de man ...ga corta. Pero nerviosa de qué, sólo me voy a cuatrocientos kilómetros y puedo venir siempre que quiera. Vuelvo a mirar ese viejo reloj y a mi derecha por si de una vez veo aparecer el tren a lo lejos. Mejor sentarme y pensar en otra cosa.
Hacía apenas unas horas que había terminado del todo, que aquel verano del 94 se había acabado y era inevitable recrearme en lo que habían dado de sí estos dos meses y por supuesto pensar también en él.“Tendría que haber sacado el tema, contarle que iba a estudiar allí. Pero es que no encontré el momento y además no quería que se me notase. Y ahora no tengo ni su teléfono, seré idiota… Bah seguro que el año que viene ya no le gusto, lo mismo hasta viene con novia. Debí ser mas valiente y darle ese último beso, que le quedase claro lo que sentía. Porque para mi que pensaba igual que yo o si no por qué habría entonces de acariciarme de ese modo la mano o por qué me iba a mirar así o por qué tendría que despedirse con un abrazo tan eterno.
En un mes se me pasa, seguro que se me pasa. El invierno siempre borra los amores de verano, eso lo he leído en algún libro o debería estar escrito en alguno si aún no lo está y además voy a estar en Madrid, qué anda que no habrán hombres en la capital para hacerme olvidarlo. No lo pienso más. He dicho que no lo pienso y lo cumplo.
¡Pero qué frío!. Será mejor que me ponga algo mas grueso, pero a ver en cual de estas maletas he metido yo la otra cazadora…
¡Mira por fin!, con cinco minutos de retraso que me han parecido dos horas, pero ya está aquí. Luego la busco, total en el vagón seguro que hace un calor.
No puede ser, esto debe ser una broma, el de la ventanilla es él. No, sí, no, sí, ¡qué sí, qué sí que lo es, qué me está saludando!.
Me sonríe y le sonrío, (lo mío es una mueca rara mas que una sonrisa ). Esto es lo mas extraño que me ha pasado en mi vida. Cojo las maletas y subo esos dos escalones. Asiento 347, asiento 347, asiento 347... Tiro a la derecha y voy cruzando el pasillo sin dejar de repetirlo. Debe ser lo que dicen del destino, porque dime tú si esto no es el destino qué va a ser… Que no se note, que no me lo note… Respira Mari, respira… No puede ser, no puede ser… Que sí, que esto es cosa del destino. El 347 es justo su contiguo. ¡Me va a dar algo!.”
“¡Vaya casualidad! (me dice mientras se acerca a echarme una mano con mis bártulos), nunca he tenido una compañera tan guapa para este viaje. No tenía ni idea de que tú también ibas a Madrid este año, me podías haber dicho algo anoche y habríamos planeado el resto del invierno, ¿no crees?. En qué estabas pensando chiquilla, yo despidiéndome de ti como si no fuese a verte hasta el año que viene y tú sin decirme nada de esto. Pero es qué no sabias que me han dado la definitiva allí, si lo he repetido mil veces delante de ti… ¡Mujeres sólo cogéis lo que os interesa!”
Coloco las maletas, respiro y atino a decirle: “Anda déjame pasar y deja de quejarte, ¿ya estoy aquí no?”. Vuelvo a respirar entrecortada pero esta vez casi no se me nota. Me siento y le digo sonriendo: “¿No te parece que hace demasiado calor para ser septiembre?.”
Fernando M Lozano
MEDIA DISTANCIA.
De la belleza también te cansas. El mar cambia, cambian las olas, las mareas, su color, su fuerza, el olor a salitre se transforma en olor a mar encajonada, el color turquesa sustituye al gris tormenta y este al verde bien v ...enida, pero cada día a las diez y treinta y dos, he visto el mar en todas sus formas y colores y ya no me sorprende.
Cojo este tren de media distancia todos los días de lunes a viernes: Vinaros, Peñíscola, Alcalá, Torreblanca, Oropesa, Benicassim y Castellón, mi vida se transforma durante hora y media en una sucesión de fotogramas. En Vinarós entra ese hombre de la corbata arrugada, la camisa sucia, la tripa oronda y mirada de reptil. Se sienta, me mira a una altura intermedia entre mi cuello y mi cintura, sonríe y comienza a leer el periódico que regalan en la estación. En Peñiscola, entra la madre más angustiada del mundo, siempre llega tarde a alguna parte, no deja de suspirar, su tristeza se contagia. Alcalá, sube María, así reza la etiqueta que lleva en su blusa a rayas del burguer king, se me hace difícil imaginarla pegada al micrófono diciendo “whopper con queso, cocacola pequeña”, cuando la veo deborar cada mañana libros de Proust, Dostoievsky y Navokob, con sus gafitas de montura al aire y su porta minas para subrayar las frases que la conmueven. Torreblanca, es mi rubio preferido, no es español, lo se, no puede serlo, se mueve como una gacela, debajo de su americana se adivinan muchas horas de gimnasio, el interior de sus jeans ceñidos prometen muchas noches de amor. Pienso lo que le diría cada día, lo he traducido a seis idiomas europeos, incluido el finés, pero jamás seré capaz de decirle una palabra, mañana le volveré a ver y volveré a vivir mi silencioso día de la marmota. En Oropesa no entra nadie interesante, cosa que compensa Benicassim, con el grupo de nuevos hippies que llenan de color el monocromático vagón del tren, con sus desenfadadas ropas de algodón, sus famélicas mascotas, sus instrumentos y su ruidosa compañía, no siempre suben al tren, pero cuando lo hacen, afronto el día con más ilusión de la que siento.
Castellón, es mi parada, me bajo del tren siempre con la misma sensación, con esa idea circular de haberme confundido de tren, con el deseo insatisfecho de coger mañana un tren de larga distancia.
Alberto Marrone
ALEJANDOSE
Ya es la mañana, un gran globo rojo emerge en el horizonte. El viento susurra en la ventanilla del tren en que viaja Estela. Ella se apoya en el vidrio tratando de entender su lenguaje, el de los tiempos, mientras contempla el paisaje marítimo.
Su cabeza no descansa, sus pensamientos la llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano, cuando su piel se acostumbraba a la mano de un hombre, cuando el mundo era de los dos. Pero ahora se aleja, huye con una herida que parece abrirse a cada instante, escapa con ese dolor de las cosas que se pierden. En su falda lleva el libro que no puede leer, en su corazón lleva el frío de un final inesperado. En su mente como una foto esta impreso el día en que no podía comprender lo que escuchaba, cuando sola se quedaba estática, petrificada, en esa playa, mirando ese mar, cuando él le dijo. -Todo termina aquí……
…..Y unos cristales caen en su falda…..
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Qué grande Alberto, no lo había leído, está genial.
ResponderEliminar