jueves, 5 de enero de 2012

Amor a primera vista


Ella pertenecía a una reconocida familia de Elda y era bailarina; él, procedía de Mallorca, y su origen no era menos importante, ya que formaba parte de una extensa estirpe de deportistas.
Se conocieron durante unas vacaciones en las que coincidieron en Valencia y desde ese mismo instante, supieron que sus vidas iban a estar indisolublemente unidas. Fue un amor a primera vista. 
Ella siempre había anhelado que llegara ese momento, pero por otra parte, aún no se sentía del todo preparada. No tenía experiencia en el amor, era muy joven, tímida y discreta. 
Él, por el contrario, se lanzó seguro, sin dudarlo ni  un momento. Poseía un aire aventurero y un espíritu innovador, que a ella le encantaba. Nunca había conocido a nadie igual. Parecía fuerte, valiente, capaz de atreverse a llegar a los lugares más insospechados y recónditos del planeta. Había algo de salvaje en él. Lo encontraba muy divertido, original y atrevido. Aunque más romántica y soñadora, lo acompañó, infatigable, en su constante deambular por la ciudad. Juntos exploraron museos y jardines, milenarias obras de arte al aire libre y recónditas callejuelas de la parte antigua. Se tomaban un descanso para comer al sol en alguna de las terrazas que encontraban a su paso y caminaban despacio, como si el tiempo no les apremiara, por los paseos junto a la playa. Ambos eran aves diurnas, jamás salían de noche, no les agradaba.
Sin embargo,  su máximo sueño era bailar para él. Su vida era el baile, había nacido para ello. Esperaba que se presentara la ocasión de poder mostrarlo. Con la danza se transformaba el aire que respiraba en abanicos de jazmines. Le hacía ver el mundo de colores  con formas de caleidoscopio y sentía que formaba una parte armoniosa de él. La danza y la música eran sus pasiones.
Él estaba deslumbrado por sus andares suaves y melodiosos. Le encantaba el punteado de sus pies y cómo estos parecían que volaban. Su grácil figura contribuía a la armonía del conjunto y al hechizo que este le provocaba.
Tras varios días de escarceos y galanteos, él tuvo que regresar a su isla, el trabajo lo reclamaba. Ella, desconsolada, le aseguró que haría todo lo posible para ir a visitarlo, en cuanto tuviera un hueco en su agenda. Presentía las inconveniencias de un amor, a una distancia de mar separado. Sabía que no dependía de ella y que su voluntad era totalmente ajena.
El día de la despedida se atrevió con unos pasos de danza para que nunca la olvidara. Él oía música de violines al tiempo que ella danzaba.
Ambos siempre lo recordarían hasta el final de sus vidas, una vez consumidas y ya gastadas.
Su dueña  jamás viajó a Mallorca.
Su propietario  nunca regresó a Valencia.
Él se llamaba Peu camí,  de la familia Camper.
Ella se llamaba Parsley, famosa bailarina de la familia Paco Gil.

4 comentarios:

  1. Bella historia de un desencuentro entre cuatro buenos pares de zapatos. Me has hecho recurrir al santo Google. Muy buena.

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  2. Es el santo que invoco cuando necesito información.

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  3. Me ha encantado. Si se hubieran unido en matrimonio, habrían formado un "holding" en el mundo del calzado español. ¡Cachis, qué pena!

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