lunes, 2 de febrero de 2015

Exposiciones

Miro el cuadro y me pregunto si se puede albergar tanta belleza, si puedo sobreponerme a la rutina, a que los días pasen como si no fuera a morirme, cediendo las horas y con una sonrisa que a veces duele. Me gusta detenerme en este lienzo, sus ojos brillan como si no le preocupase el paso del tiempo. Y no entiendo por qué, en una habitación tan vacía, tan desnuda, tan sola. Me siento inmortal contemplándola, con esa calma soberbia que supera lo trivial, incluso la duda.
–Salomé, sube un grupo de cuarenta, creo que se te ha acabado el tiempo –me dice José, el seguridad de la Planta 3, tan amable como siempre, advirtiéndome que ha terminado mi pequeño retiro.
–Gracias José, hasta la semana que viene entonces.

Vengo pronto al museo justamente por esto, es muy difícil caminar tranquila por las salas cuando los grupos de visitantes comienzan a inundarlo todo y ya no puedes ni pensar, ni disfrutar, ni nada. Mi sala predilecta –donde está ella– es además muy pequeña, algunos placeres son limitados. Pero vuelvo constantemente, casi todas las semanas, por eso José conoce mi nombre e intuye por qué necesito la soledad.
Bajo por las escaleras, no quiero una ruptura total y rápida con el estado en el que me encuentro, salir a la calle ya es en muchas de las ocasiones un golpe demasiado fuerte. Del estado reflexivo del óleo necesito salir poco a poco. Además, ya no fumo, lo que requiere un esfuerzo adicional de concentración. Qué difícil es entrar y salir de la Planta 3.
De camino al vestíbulo, empiezo a oír el alboroto, ni siquiera las moradas del arte escapan a ello. Ahora una café y a continuar con el día. Hay bastantes seguridades en la puerta, y lo que debiera ser una fila ordenada de ansiosos personajes, se asemeja más al corro que se crea alrededor de una pelea entre chavales. A pesar de que las puertas de acceso son de cristal, no consigo ver con claridad lo que ocurre fuera. Salgo.
Hay un hombre rodeado por tres seguridades, que le cortan el paso para que no entre al museo. Le gritan y le insultan, él está decidido a pasar pues ha comprado su entrada, contesta. Entre el gentío hay quien está atónito, quien ríe, quien comenta, quien espera, mientras a ese hombre le humillan y le vejan en público. Contemplo la situación porque no comprendo el crimen. Entretanto, la policía llega, pues ha sido avisada por el personal del museo, y se lo llevan arrestado. 

Tan sólo es un hombre disfrazado de payaso.


Sarah Martínez
http://alasombradelparnaso.blogspot.com.es/

6 comentarios:

  1. Muchas gracias Amparo, por la acogida y por el comentario.

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  2. Es un precioso final,aunque injusto, da mucho que pensar. Me encanta el golpe de efecto.

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    1. Muchas gracias, Asun. Creo que es un comportamiento fuertemente instaurado en nuestras sociedades, aunque pueda pasar desapercibido. Me gusta reflexionar y escribir acerca de este tipo de cuestiones.


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