miércoles, 29 de agosto de 2012

39. (concurso) EL ULTIMO VERANO



Como cada año al finalizar el curso, Rodrigo llegaba a casa y, con actitud orgullosa, agitaba frente a sus padres  su hoja de notas repleta de notables y algún que otro sobresaliente. Pasada la revisión paterna, se permitía recrearse durante un largo rato con los elogios de su madre. “¡Qué niño más listo! Igualito que su madre… Y es que si a mí me hubieran dejado estudiar, otro gallo cantaría”. Ésta era, sin duda, la frase que daba el pistoletazo de salida al verano de Rodrigo. Ante él se amontonaban un sinfín de días para ser gastados de la manera que él quisiera, sin apenas obligaciones y con multitud de planes todavía por hacer. Siguiendo con el ritual de todos los años, Rodrigo bajaba al trastero para desempolvar su bicicleta, esa fiel amiga de todos los veranos sobre la que vivía infinidad de aventuras y la culpable, también, de todas esas marcas y cicatrices que surcaban sus piernas. A lomos de ella recorrería los infinitos caminos que rodeaban su casa para descubrir parajes nuevos deseando ser conquistados.

Sin embargo, Rodrigo no podía imaginarse ni por un momento que aquel verano no sería como los demás. Éste sería el verano de la desesperanza, el verano en el que una niña, venida desde la ciudad, acabaría con la inocencia de Rodrigo. Porque fue descubrirla una noche en la verbena de las fiestas y quedarse prendado de ella. Él, que consideraba a todas las niñas de su clase seres de un planeta muy lejano al suyo, no pudo luchar contra el influjo de  aquellos cabellos rubios atados en dos coletas, ni contra esa cara pecosa,  fruto, seguro, de largas tardes jugando en la calle al sol. Ni mucho menos fue capaz de resistirse a esa sonrisa que mostraba unos dientes ciertamente desordenados, dándole un aire de niña de traviesa.

Fueron pocas las canciones que necesitaron aquella noche para hacerse amigos y así pasar el resto del  verano juntos jugando a policías y ladrones, destruyendo hormigueros o coleccionando piedras de todos los tamaños imaginables.

Pero como casi todas las cosas en esta vida, el verano también llegó a su fin y aquella niña de cabellos rubios y graciosa sonrisa desapareció de su vida para siempre, dejando entonces un tremendo vacío en él. Fue ese verano, el de la desesperanza, el que marcó a Rodrigo para siempre, ese que lo hizo menos niño y más hombre. Fue el último verano con aroma a niñez.

 

 

                                                                                                                     Rakelinda

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Rakelinda, un relato muy nostálgico de uno de esos veranos que nos marcan para toda la vida. Suerte.

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  2. Bello y nostálgico relato. ¡Suerte!

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