miércoles, 10 de junio de 2015

LAS RATAS



Anoche soñé que estaba escribiendo un extraño relato. Me desperté muy agitada a las tres de la madrugada y ya no pude volver a conciliar el sueño. Me levanté, tomé nota de los detalles  más importante para no olvidarlos y me tumbé en la cama hasta que sonó  el despertador. La historia se desarrollaba en la ciudad de Valencia. En ella yo regentaba un restaurante que se llamaba La Cenia y estaba situado en la calle Peso de la harina, muy cerca del Almudín. Transcurrían los años ochenta. Al restaurante, pequeño y acogedor, acudía diariamente lo más granado de la ciudad: políticos,  intelectuales, músicos, actores y gente de a pie.
Pero, para mi desgracia, no fueron solo personas la que dieron en frecuentar el local. Hubo una familia (numerosa) de ratas que lo encontró encantador y se instaló allí al calor y el olor de los exquisitos guisos que salían de la cocina.
La cocina solo estaba separada del comedor por una pequeña barra. Aparecía yo en el sueño atenta a los fogones con el comedor lleno de gente, cuando vi una rata enorme paseándose por la cornisa de la chimenea. Tuve que contener un grito desgarrado que seguro habría proferido en cualquier otra circunstancia, pero era impensable en la situación en la que me hallaba y los nervios, afortunadamente, me respondieron bien; de acero diría yo que fueron en aquel momento.

Enseguida llamamos a una empresa encargada del exterminio de los roedores y acudieron prestos a poner veneno en lugares estratégicos. Su papel llegaba solo hasta ahí. Las ratas cayeron como moscas pero morían en los lugares más insospechados. Por la mañana cuando abríamos las puertas había un hedor a muerte insoportable y teníamos que dejar todas las ventanas abiertas y empezar a buscar a las desgraciadas. Todas las trabajadoras éramos mujeres con la excepción de un joven gay que demostró tener suficientes redaños para encargarse de sacar los cadáveres y depositarlos en el contenedor de basura más cercano. Así conseguimos acabar con aquella terrible invasión. Bueno, no sé si del todo. Creo que alguna de las ratas consiguió engañarnos a todos, se disfrazó de cliente y ocupó varias veces una Consellería, cambiándose de chaqueta según los resultados de las elecciones. Lo último que supe de ella, no hace de esto mucho tiempo, es que se había quedado con la partida de dinero público destinada a paliar la catástrofe de Haití. Así se acababa la historia en mi sueño. Solo espero que si  en el mundo real existe una alimaña de esta ralea, encuentre pronto su veneno.

3 comentarios:

  1. Una historia que ya conocía pero que sigue siendo agradable releer. Sobre todo después de las últimas noticias. Un abrazo, Lu.

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  2. Ay, las ratas... Ya os diré yo de ratas el sábado en Torrevieja, ay... Muy buen relato Lu. Muy bueno y muy acertado en el planteamiento. Enhorabuena!

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  3. Es lo que tienen los sueños, que nunca mienten

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