lunes, 23 de febrero de 2015

APARIENCIAS


El día que la Guardia Civil la sacó esposada de su casa, los vecinos se congregaron atónitos ante las puertas del edificio. Al principio eran unos pocos, aquéllos cuyo sueño ligero se había interrumpido por el estruendo de sirenas y el ajetreado ir y venir de policías y personal sanitario. Cuando el día empezó a clarear se les fueron uniendo los que salían del inmueble para acudir al trabajo y se encontraban ante sí con el inesperado espectáculo. Nadie parecía entender demasiado, pero no por ello se privaban de dar su opinión. Había incluso quien se atrevía a mostrar su indignación en voz alta:
          - ¡A dónde vamos a llegar!
          - La culpa es de ustedes —exclamaban los más osados al paso de los agentes—. Llevaba años maltratándola. ¿Qué iba a hacer si no la pobre chica?
        - ¡Qué lástima de muchacha! –lamentaba en cambio Doña Ascensión, alejada involuntariamente del gentío por el cordón policial-. Con todo lo que tenía encima, deberíamos agradecer que no le diera por encender la bombona de butano y hacernos volar a todos –insistía a sus amigas, todas ellas ya jubiladas y quizá demasiado proclives a la prensa sensacionalista.

     Pero, a pesar de las protestas, ninguno de los allí presentes había llamado a la policía. Puede que ya habituados al griterío proveniente del 2ºB decidieran no darle mayor importancia. O quizás era más fácil dar media vuelta en la cama para intentar conciliar de nuevo el sueño que enzarzarse en disputas ajenas. El caso es que nadie pudo presagiar que aquella noche, a las seis de la madrugada, se encontrarían todos en la puerta del edificio para ver salir maniatada a una de las propietarias, mientras en el interior la policía judicial levantaba el cadáver de su marido.

     De hecho, la historia se hubiese perdido sin más en el olvido de no ser porque semanas después apareció en la prensa local y el bloque entero descubrió la peligrosa tendencia de la detenida a distorsionar la realidad, debido a una grave paranoia. Entonces la indignación se tornó remordimiento al darse cuenta de que jamás habían escuchado un golpe, ni tan siquiera una palabra más alta que otra por parte del supuesto maltratador. Nunca habían visto moratones o signos de vejación en el cuerpo de la muchacha. Ni siquiera el par de veces que hubieron de alertar a la autoridad por la contundencia de los improperios que se colaban por el patio de luces pudieron demostrar nada. Algunos incluso empezaron a recordar aquella vez que les pareció escuchar al esposo en un vano intento por tranquilizar a la mujer, animándola con denuedo a tomar la medicación.

     Para Doña Ascensión, en cambio, todo eso poco hacía mudar su perorata:

    - ¡Qué lástima de muchacha! —suspiraba mientras ojeaba el periódico en la cocina—. Con todo lo que tenía encima, deberíamos agradecer que no le diera por encender la bombona de butano y hacernos volar a todos.






4 comentarios:

  1. Un giro inesperado en un tema siempre actual. Ya no sé si se llama violencia de género, o machista, pero se debería considerar el término (que creo se usa) intrafamiliar, abordando la problemática global.

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  2. Me ha gustado mucho que le hayas dado un carácter costumbrista de siglo XIX a la violencia de género de tu relato. Tu blog es también muy bueno!! Bienvenida!!

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  3. Las cosas a veces no son lo que parecen, excelente ilustración de como se puede distorsionar la realidad.

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  4. Muchas gracias por tomaros la molestia de leer el texto y comentarlo. Gracias también por la acogida. Me he propuesto leer al menos un post de cada uno para empezar a conoceros, aunque sea a través de vuestra escritura, pero tenéis mucha actividad tanto aquí como en FB y es tarea ardua. ;) Espero ponerme ponto al día e ir descubriendo los entresijos de vuestro trabajo!!!

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