lunes, 20 de junio de 2016

LA ESTRATEGIA DEL VAMPIRO





Hijo mío, los vampiros nos alimentamos de sangre humana. En la Edad Media, el asunto se resumía a un “aquí te pillo, aquí te mato”. La violencia inherente al método era divertida, pero espantaba la caza. Con el resultado de atracones espaciados por hambrunas. Así que, en alguna noche de truenos y relámpagos, en el torreón del castillo de Transilvania, arrugados como pasas por la prolongada abstinencia, nuestros antepasados alumbraron la genial idea: inventaron la ganadería bípeda. La inevitable inseguridad de la caza sustituida por la cría de humanos en condiciones óptimas, dirigidas a la obtención de los sabrosos ejemplares que rinden hasta cinco o seis litros de sangre. Magnífico, ¿no? Pues no, las matemáticas demuestran que es perfectamente factible extraer cien veces esa cantidad si, en vez de dejarlo seco, se pega una chupadita —digamos un litro— y luego se le deja campar a sus anchas para que se recupere. Sí, ya sé que eso es un mordiscus interruptus, algo contra-natura pero, créeme, con calculadora en la mano, vale la pena. En el fondo, es el viejo asunto de la relación huésped-parásito; los depredadores más evolucionados siempre se caracterizan por evitar la muerte de su presa.

Una vez asumido el hecho de que en el siglo XXI los vampiros nos hemos convertido en ganaderos, resulta obvio que debemos esforzarnos en cuidar a nuestro ganado. Y aquí aparece una curiosa noción que nos es ajena y, sin embargo, resulta crucial para el éxito: debes aprender a preocuparte por su bienestar.

A lo largo de los siglos, lo hemos probado todo y, hoy por hoy, cualquier vampiro sabe que la estabulación no funciona, que es preferible darles suelta sin restricciones aparentes. Nosotros nos aposentamos en los puntos clave por donde deberán pasar por la fuerza: desfiladeros, abrevaderos, refugios, todo aquello que nunca aprenderán a rehuir. Sí hijo, los cepos que hoy en día camuflamos como bancos, eléctricas, telefónicas y demás.

—Como el que se compra un coche y sale derrapando ansioso por perderse en el ancho mundo a su libre albedrío, sin acordarse de que nosotros lo esperamos en todas las gasolineras.

—Muy bien, hijo mío, ya lo pillas.

Tico Lorente (Carlet)

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