jueves, 5 de marzo de 2015

Mi historia con la radio



Mi historia diaria con la radio empieza en el desayuno, con la crónica del día anterior. No sé si estoy en Wimbledon o en Roland Garros. Si soy Rafa Nadal o David Ferrer.
 Camino al trabajo me convierto en Lorin Maazel interpretando con la Filarmónica de Viena la Cuarta Sinfonía de Brahms. Al llegar a mi trabajo en la Delegación de Hacienda oigo a Robin Hood, el que roba a los pobres para repartir a los ricos. Perdón, ese es  Montoro, contando sus mentiras en RNE.
 De vuelta a casa, me subo a un escenario. Una canción soy Serrat y la siguiente, Sabina. Pero siempre cuento con un público fervorosamente fiel. Por la noche, mientras hago la cena, el aparato me resume  las trapisondas del día. Tarjetas incoloras pero con olor a podrido, reclasificaciones fraudulentas, Eventos deportivos ruinosos, Cajas de Ahorro quebradas, en fin.
Y a la hora de acostarse, con las noticias deportivas, me acuerdo de ti, añoro tu compañía, tus voluptuosos vestidos, aquel  discreto encanto de la Señorita Francis. Cuando, sutilmente, me decías:
 -Apaga ese chisme, coño,  y déjame dormir, hostias.

 Desnudo en la cama, solitario, escuchando las historias de gente como yo, vuelvo a ser Pepe, una oreja pegada a un radiotransistor,  un pobre tonto.

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