lunes, 16 de marzo de 2015

"Escucha el mar y acuérdate de mí"





                                             Hoy hemos enterrado a mi abuela. Se llamaba Iria y tenía 90 años. Era de una aldea de Lugo, desde la ventana del caserón donde nació se veían un acantilado y el mar. Siempre la conocí viuda, su marido, mi abuelo, murió cuando ella tenía 50 años y yo todavía no había nacido. Usaba vestidos negros como uniforme habitual y llevaba en los ojos la tristeza de la lluvia de Galicia.
                                              Al regresar a casa del cementerio, mi madre me ha dado una cajita envuelta en un papel con estrellitas doradas y atada con una cinta de terciopelo azul cielo. Mi nombre estaba escrito con una letra grande infantil, la letra de mi abuela.
                                             
                                              Lo he encontrado en el armario de la abuela. Es para ti mi madre me ha entregado la cajita como si fuera el más preciado de los regalos.
                                              Me he ido a mi habitación con mi herencia y la he abierto. Dentro había una caracola y una carta.
                                           
                                              "Querida Iria (yo me llamo como mi abuela):
                                              Esta caracola es para ti, a mí me ha acompañado durante muchos años. Ya sabes que nací en una pequeña aldea, cuatro casas desperdigadas, muy cerca del mar, el terrible mar que se tragó a mi padre y a su barca. Mi madre se quedó sola con siete críos y nos fue mandando a Madrid a trabajar con el hermano de tu padre, el tío José, que regentaba varias panaderías y necesitaba manos para atender sus negocios. Los dos hermanos mayores abieron el camino y se fueron primero. Después me tocó a mí. Mi madre me puso en la camioneta con destino a Madrid un verano, yo tenía quince años. Fue entonces, a punto de abandonar aquel paisaje verde que he llevado siempre en el corazón, cuando sacó de su bolso esta caracola y me la entregó. "Cuando tengas saudade -me dijo- y la tristeza inunde tu corazón, túmbate en la cama, ponte la caracola en el oído, escucha el mar y acuérdate de mí".
                                              Esa caracola, Iria, ha sido mi conexión con el pasado, con mi madre, con mi aldea perdida en el fin del mundo. Sólo tenía que tumbarme en la cama y cerrar los ojos. Me olvidaba de esta ciudad asfixiante en la que me metieron a empujones. Oía el mar y veía el viejo caserón familiar, el prado verde rodeado de manzanos donde pastaban mis vacas amigas, la habitación se llenaba de olor a hierba recién cortada. Y siempre veía los ojos de mi madre, tan tristes, y me acurrucaba en sus brazos como cuando era niña y el futuro no existía, y me ponía los zuecos de madera para pasear por los caminos llenos de barro de mi aldea. Esta caracola mágica es ahora tuya, cariño. Escucha en ella el mar y acuérdate de mí".

                                                Estaba a punto de ponerme a llorar cuando mi hermano ha entrado alborotando como siempre.
                                                ¿Qué haces ahí tumbada, Iria? Deja de vaguear. ¿Y qué perfume te has puesto? Abre la ventana, esta habitación huele a hierba y a mar.
                                               
                                                Me he levantado, he mirado la foto de mi abuela que tengo encima de la mesilla y le he guiñado un ojo, me ha parecido que me sonreía.

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