miércoles, 20 de abril de 2011

Marisi Garcia Rivas CARA A CARA

No era la primera noche que pasaba despierta. Desde hacía unos meses, la oscuridad de la noche, la transformaba. En esas horas, desaparecía la pereza. Durante el día, acudía a sus rutinas, sin estar presente. El tedio de su vida, la envolvía. No buscaba nada, aquí estaba lo extraño, ya no se oía esa risa contagiosa, con la que despertaba e iluminaba todas las horas. Sin embargo, esta última noche, sintió algo nuevo e inesperado, a las 6 de la mañana, viendo que ya era imposible conciliar el sueño, se vistió. La mañana prometía lluvia, se colocó el chubasquero en el último instante y salió al frescor del día apenas comenzado.
Se preguntaba, mientras sus pies se dirigían hacia la playa. No sabía como había entrado en ese pozo, la desidia no solo la anulaba, no se esforzaba lo más mínimo para ahuyentarla. Ella, la flor de la alegría, la que siempre tenía palabras mágicas, para espantar toda sombra de dolor entre sus amigos. La que contaba chistes y se reía continuamente de ella misma. Ya vés, se decía, ahora, he tocado fondo y han pasado tres meses, menos mal, que hoy no pude dormir, ha sido el estímulo que necesitaba para despertar.
Ya estaba en la playa, se descalzó y disfrutó de la humedad de la arena, el mar tiene poderes, y yo allí hablando con mi almohada, qué horas perdidas, hablaba en voz alta, sus pasos se convirtieron en danza. Bailaba y gritaba. Era un reencuentro con su alma, la había dado por perdida y allí estaba, se fusionaron mientras el sol despertaba.
Se sentó un rato, el sol la acariciaba, la lluvia hizo una pausa para no molestarla. Miraba la orilla ensimismada, esa quietud de azulina agua, le contagió una alegría renovada. Ahora, vendré todos los días, esta hora será mi aliada, con la sonrisa en su cara, hacia planes, daba gracias, sin saber a qué, sin saber a quién, a todo y a nada. Sacó el libro que llevaba, su más fiel compañero, no se sentía viva si no leía, bromeaba diciendo a todos, que ella nació con tres manos, las dos de dedos eran solo para sujetarle el más preciado de los regalos, el libro, su tercera mano. Y desde ese día, si paseas al alba por la playa, verás sentada a esa mujer y a su libro. La llaman… La eterna Enamorada.

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