miércoles, 27 de abril de 2011

EL JARDÍN DEL BESO. Eufrasio Saluditero

Yo me he criado en el barrio de la plaza del jardín del beso. Cuando éramos niños, las ancianas nos contaban los orígenes del nombre de la plaza; unas, que fue donde unos jóvenes amantes sellaron, con un beso, un amor censurado por sus familias; otras, que fue punto de partida de las glebas de aquella guerra tan antigua – que se había perdido ya hasta la fecha en sus memorias – donde se despedían, con un beso, de sus madres, hermanas, esposas e hijas. Don Polieucto, anciano cultivado y leído, aseguraba que la plaza tomaba el nombre por conmemorar un gesto que traía la sagrada escritura de traición entre dos hombres.
     Durante la pubertad el jardín servía para perdernos por sus revueltas, fuera del alcance de las miradas censoras de nuestras abuelas y abuelos, para besarnos según ellas, para fumar según ellos, para descansar de sus miradas según nosotros.
     Con la madurez el beso pasó de ser una palabra a un verbo y el jardín un recuerdo cuando nos convertimos en padres y, casi sin darnos cuenta, en abuelos justo el día en que compruebas que, paseando por el jardín, la chavalería disimulaba cuando pasabas por delante de ellos.
     El tiempo libre que da la vejez la empleé para descubrir que el jardín del beso en realidad se llamaba “del bessó”, que aquí significa mellizo; y que era el apodo del antiguo propietario del jardín antes de que Mendizábal lo expropiara junto al palacio – hoy desaparecido por los bombardeos de la última guerra - pero que al nacer uno de ellos murió y el otro no conoció mujer desapareciendo con él, la familia, el palacio, la tierra, para quedar sólo el nombre del Beso.

8 comentarios: