viernes, 2 de noviembre de 2012

10. (Concurso Otoñal) HIELO

Ha llegado el otoño y con él los árboles de nuestra calle han vuelto a quedarse desnudos. La tristeza, esa que sobrevuela como ave de rapiña en busca de nueva presa, se va posando sobre mi e intento no pensar en ella frente a un televisor que no me dice nada y envuelta en una vida que se me tambalea por instantes… Y en ella, en mi vida, también está él. Ese mismo él que no hace tanto me llamaba “amor“ intercalándolo magistralmente entre frase y frase. Pero de eso ya hace tanto…
Sé que aún es esa misma persona porque esos son sus ojos, esas sus manos y ese su viejo pijama que yo misma le compré hace mil navidades. Y sin embargo aquí, desde este frío metro que separa mi sofá del suyo lo siento como a un completo extraño al que no sé cómo dirigirme sin sentir un terrible miedo a su respuesta.
Decido entonces jugar a contar los minutos que pasan hasta que gira su cabeza para mirarme… Pero al final me cansó de contar. Como siempre. Y le doy las buenas noches mientras camino hacía mi dormitorio preguntándome cuánto tiempo llevará sin hacerlo, sin mirarme de verdad, o cuánto más tendré que contar hasta que me decida por fin a dejar de guardar este silencio absurdo.


Andrea Marcos

jueves, 1 de noviembre de 2012

9. (Concurso Otoñal) OTOÑO GRIS

Todos los días de su infancia debía atravesar ese inmenso parque arbolado para llegar al puesto donde trabajaba repartiendo diarios como canillita, a fin de ayudar al sustento de su madre sumergida en la extrema la pobreza. En esa mañana lluviosa y fría de otoño el parque estaba vacío y esa soledad rodeaba la tristeza gris de su vida.
Como lo hacía habitualmente, se detuvo a mirar bajo una persistente llovizna, la imagen de aquella sucia estatua de madera tallada en un enorme tronco seco de un árbol caído. La figura pretendía simbolizar a un niño débil y desnutrido como él, protegido por miles de manos solidarias, que alguien deliberada y maliciosamente había deteriorado.
Pero al reiniciar nuevamente su marcha, de repente cesó la lluvia al apartarse momentáneamente las nubes y comenzó a asomar el sol por entre las pocas hojas raídas y desgastadas, que todavía pendían de los árboles en ese otoño. Entonces detuvo sus pasos fascinado, observando como comenzaban a aparecer en el cielo los colores del arco iris y se iluminaban las hojas, creando una multitud de deslumbrantes tonos multicolores.
Y como si saliese de un encierro, el tono gris que todo lo rodeaba se llenó de color. Los senderos serpenteados del parque que se habían mostrado oscuros e intrincados hacía sólo un rato, aparecían ahora iluminados y majestuosos, mientras comenzaron a escucharse como por un encanto, el alegre trinar de los pájaros.
Las numerosas hojas secas caídas en el suelo se despertaban de su letargo y se cubrían de colores y aquella sucia y deteriorada estatua con la imagen de sus manos dañadas, se impregnó de belleza, al ser iluminadas en un brillante e inmaculado tono verde esperanza. Como si se hubiera escapado de ese otoño gris donde había estado recluido hacía sólo unos instantes, comenzó a nacer en su mente una sensación de felicidad, desde aquel abatimiento que lo acompañaba en su camino.
Era un milagro. Era como si todo hubiera cambiado. Era como si realmente aquel otoño gris de su vida, se había transformado mágicamente en primavera. ¡Por fin habían aparecido los matices multicolores en aquel gris otoñal de tristeza y miseria que lo rodeaba!
Pero, tan pronto como vino, se fue y aquella sensación se desvaneció en forma abrupta, volviendo a resurgir en su vida aquel entorno gris de ese día de otoño. Todo sucedió cuando parado en ese sendero del parque, sobre la tierra apisonada con polvo de ladrillo cubiertas de miles de hojas muertas, comenzó a percibir sobre su escuálido cuerpo, unas frías gotas de lluvia que repentinamente habían comenzado nuevamente a caer.

Aliver

DESDE EL CONTESTADOR


 
                                               
                                                     

El padre de Sonia, enfermó y falleció en tan sólo un mes. Su familia no se lo esperaba, pero los médicos les dijeron que había sido mejor así.

Al sepelio acudió mucha gente, pues fue un hombre muy querido y, eso, si cabe, contribuyó a que fuera aún más triste. Sonia estaba aturdida ante tanta gente que la besaba y abrazaba, que lloraba con ella y que le decían lo bueno que había sido en vida y que jamás iban a olvidarlo.

Después de  tres largas horas en el cementerio, Sonia regresó a su casa cansada y abatida. Había tenido que abandonar su trabajo para estar al lado de su madre, en el hospital, al cuidado de su padre; un mes sin apenas pisar su casa, sólo acudía para descansar, tomar una ducha caliente y volver otra vez a la triste rutina. Se dejó caer, sin fuerzas, en el sofá. Miró a su alrededor y, los objetos antaño familiares, le parecían extraños, como si ése no fuera su hogar.

Para volver a la realidad, descolgó el teléfono. Suponía que el contestador estaría repleto de mensajes; al otro lado se oía la robótica voz que le iba anunciando el número del mensaje, la fecha y la hora. Fue escuchándolos, uno por uno, sin prestarles demasiada atención hasta que la voz de unos de ellos, hizo que saltara del asiento a la vez que un amargo puñal se clavaba en su corazón: “Sonia, hija, llámanos cuando vuelvas del viaje que tu madre y yo estamos padeciendo por ti”.*

 

 

*Basada en un hecho real.

 

 

 

 

EL TROFEO



No era sólo un objeto. Venía del pasado a recordarme que no fui la elegida. Lo llevaba colgando de su cuello como quien exhibe un trofeo. Tuvo la desvergüenza de presentarse en mi casa con él bien visible, pegado a su escote. Ella había ganado, y volvía a restregarme su felicidad. Allí estaba sentada en mi sofá mostrándome lo espléndido que seguía Rubén,  las fotos de sus hijas, su lujosa casa…, veinte años de felicidad que debieron ser míos.
La sepulté en una esquina del jardín, debajo del almendro, no sé cómo el colgante quedó prendido de la rama de un rosal, iba a tirarlo pero cambié de idea y ahora cuelga de mi cuello.
Por fin ocupa su lugar.