miércoles, 31 de diciembre de 2014

El primer día del año


Tendido en la cama recordó el momento en que había comenzado a sentirse mal. Hacía cinco o seis días, no más. Después de llegar del trabajo estaba más cansado que de normal. Las cargas burocráticas minaban su moral, pero eso era más que la moral, estaba débil. No tenía ganas de salir a tomar algo ni de ir al gimnasio al día siguiente. Era como si su fuerza estuviera en otro lado y no pudiera reencontrarla. Alguien se la había robado.

Las fechas no eran propicias para estados anímicos depresivos. Ya se sabe el efecto que pueden tener la navidad y el fin de año sobre personas que desean más irse al otro barrio que festejar en este. Anselmo conocía su tendencia a la depresión y por ello quiso olvidar el desgano que le invadía y prepararse para ir a ver a sus primos con quienes era habitual dejar pasar los últimos días del año. Ninguno de ellos era asiduo a reuniones familiares mas la necesidad de compañía los unía como si se vieran todas las semanas. Era un pacto tácito bien firmado desde que los padres (los tíos) habían muerto.

Tendido sobre su vientre Anselmo sufría de intensos retortijones que le hacían girar para uno u otro lado alternativamente hasta que ya no había más que esperar y terminaba por fin en el inodoro liberando terribles efluvios. Durante la mañana la secuencia se repitió varias veces. Entre la primera y la segunda expulsión Anselmo Duarte volvió a entrar en la el salón de su primo Mauricio donde festejaron la noche buena.

Era una noche sin luna, fría y desoladora. Los dolorosos retortijones hacían recordar una cena insulsa y poco preparada, las risotadas alcohólicas y el trasnochar sin sentido que le llevaron por primera vez a la cama. Mauricio fue el único que se preocupó por él, pero le duró solo unas horas hasta que se largó a dormir solo o con una golfa, Anselmo no estaba en condiciones de saberlo.

El día de navidad confirmó que había sido la segunda de las posibilidades al ver a la señorita tirada junto a su primo, de cuerpo presente, en la asquerosa habitación. Anselmo se había levantado para preguntar si tenía ibuprofeno, pero al ver la escena, decidió resolver la incógnita hurgando en los baños. Sólo había paracetamol y del 2010. El dolor de estómago llegaba hasta la cabeza y no dudó en meterse tres pastillas y detrás de ellas dos vasos de agua. Ese día no pudo comer, pero al siguiente hizo de tripas corazón y donde hubo una jaqueca había un vaso de vino manchego. Era el momento de regocijarse en las desavenencias de los demás y cada uno hacía su aporte contando las peores meteduras de pata de los últimos meses. Así pasaron dos o tres soles y siempre entremedias la misma luna en cuarto creciente.

El penúltimo día del año Anselmo estaba realmente mal y decidió largarse de casa de Mauricio. Le soltó una excusa claramente falsa que el primo aceptó sonriendo y con una palmada en la espalda. Los demás se enteraron al volver de la tienda de licores.



Le palpitaban las manos y las sienes cuando conducía. Había decidido volver en su coche para no dejarlo tirado en el peligroso barrio de Mauricio, una estupidez más. En una rotonda no vió un camión que se incorporaba y casi termina empotrado contra los bajos traseros del gigante con ruedas. Los gritos del conductor de la moto que le seguía sonaban como murmullos comparados con los latidos en el interior de los oídos de Anselmo. Estaba más blanco que de costumbre y eso era mucho decir. Creyó por un momento estar muerto mas la ingente cantidad de adrenalina en sangre le hizo descartar esa posibilidad.

A duras penas clavó la llave en la cerradura y arrastrándose se refugió por fin en el sofá. Ni hablar de llegar a la cama, eso sería otro día. Aparecieron fantasmas del pasado, vidas pasadas y perdidas oque habían tenido la casualidad de suceder durante el mismo año que estaba por acabar y todo acompasado por un incesante latir de sienes y el ronronear de intestinos.

Despertó a la consciencia frente al espejo preguntándose cómo demonios había llegado a estar tan mal, y aquel viaje tortuoso de una semana de intestinos revueltos y sienes palpitantes no era respuesta suficiente. No podía recordar nada más, no podía recordar ni accidentes de coche, ni peleas callejeras, ni estar internado en un hospital... Era todo tan estúpido y a la vez tan doloroso y real. Volvió a la cama y nada más acostarse las tripas le levantaron volando, otra vez al inodoro. Explosión tras explosión y maldición del demonio a las doce de la noche del treinta y uno de diciembre para terminar el año festejando estar vivo medio muerto en medio de un nauseabundo sanitario que parecía decorado por un artista asesino.

La persiana de la habitación estaba rota. El rayo de luz entrometido se dirigía directo a los ojos del cuerpo semi-desnudo que había sobre la cama de Anselmo Duarte. Pero no fue la luz sino el silbido provocador de Mauricio llamando por la ventana lo que hizo recordar al alma de Anselmo que debía volver a ese cuerpo tendido en el catre. Fue como un golpe seco. Un ¡paf!, en toda la cara. El muerto revivió y los sonidos guturales fueron tales que trascendieron las paredes y sirvieron sin quererlo para tranquilizar a Mauricio, que comenzaba a golpear la persiana con preocupación.

La luz, las voces, el demonio mismo, todos habían estado en esa habitación horas atrás sentenciando al pobre desgraciado a una muerte merecida y dolorosa. Anselmo había sufrido el desdén de la humanidad por ser un idiota, un borracho desagradecido que sólo quería morir solo y al que no le importaba nada. Y en el momento justo en que la muerte mostraba le su cara, había descubierto que ella no era más que una mentirosa, una forma inútil de escapar al espejo que tarde o temprano nos muestra cara a cara con la mierda que somos. Tal vez la muerte perpetuaría esa imagen eternamente. Vaya castigo.

Una semana de dolor era más que suficiente para darse cuenta de que la vida valía la pena y que tenía que arreglar la maldita persiana si quería seguir levantándose tarde el resto de sus días. La cara de idiota de detrás del espejo podía necesitar ayuda. Quizás abrir la puerta al otro idiota golpeando a patadas antes de que llamara a la policía no era un mal comienzo, era primero de enero y para Anselmo Duarte era también el primer día después de muchos años.


Pernando Gaztelu

2 comentarios:

  1. Me gustó. Un relato agridulce, Per, que nos enseña que se puede salir adelante aunque en determinadas circunstancias haga falta un estímulo exterior para comprenderlo. FELIZ AÑO, monstruo!

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    1. Gracias Rafa. Feliz año a vos y a toda la familia de Valencia Escribe! A escribir todo lo que podamos y queramos este 2015, año prometedor!!

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