martes, 14 de octubre de 2014

Secreto



Él trabajaba en un bar llamado “El Conde”; desde que lo vi quedé fascinada. Miraba sus dedos rozar las llaves de aquel saxo gastado, su boca apoyada en la boquilla y esa suave música entregada al aire lograba cerrar mis ojos y verme automáticamente desnuda junto a él, entregada, acariciada y devorada mientras flotaba entre notas musicales…
Los viernes a las dos de la madrugada era la primera en acercar mi silla al frente del pequeño escenario donde cinco minutos antes actuaba un ventrílocuo que presentaba un show donde dialogando con su muñeco se dedicaba a contar chistes pasados de tono y a esputar palabras ofensivas a los parroquianos que por entonces estaban tan embriagados que solo atinaban a reír con la boca muy abierta sin saber a ciencia cierta el porqué de sus carcajadas…
Mis movimientos ya eran una ceremonia conocida por todos. Acercar la silla, acomodar mi pelo, cruzar las piernas y disfrutar de mi trago, ansiosa por la salida de aquel viejo músico de jazz de la que estaba secretamente enamorada.
El ritual siempre era el mismo. Sin presentación alguna el desvencijado telón negro se abría, y entre el humo del cigarrillo una luz se encendía en el centro del escenario para iluminar al viejo que con toda parsimonia abría su maleta, extraía el viejo saxo, se sentaba y sin decir una palabra lograba callar el bullicio de los borrachos y las putas, transformando ese tugurio en un lugar único y mágico…
Mientras los silencios y las notas se mezclaban en el aire haciendo el amor conmigo sin que nadie lo supiera, acercaba el vaso a mis labios, lo miraba para inmediatamente llevarme su imagen a mis sueños, donde llegaba al orgasmo casi inmediato. Él lo sabía…
En mi momento cumbre me embestía con una nota aguda que lograba que mi alma rozara los dedos de Dios, para dejar mi cuerpo húmedo como prueba de haber llegado al Olimpo, a la cumbre de las cumbres…
Cuarenta minutos después de haberme hecho el amor como nadie en esta tierra, él se ponía de pie, regresaba el saxo a su estuche, lo cerraba y dándome la espalda se retiraba llevándose el instrumento consigo y parte de mi alma para yo jurarle eterna fidelidad de viernes después de las dos de la madrugada…

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