jueves, 18 de octubre de 2012

8. (Concurso Otoñal) UN TROZO DE DULCE

Cuando era pequeña, mi madre hacía dulce de membrillo todos los otoños. Recogíamos del huerto esos frutos aromáticos con una textura en la piel que me recordaba al terciopelo. Ella, se reía placidamente mientras el cubo se iba llenando de un amarillo ocre divino.
- Ven, anda que te aupe y coges el que asoma de esa rama más alta, parece estar maduro.
Yo, dejaba que me prendiera por la cintura, que me alzara hasta aquél membrillo lejano con la esperanza de acabar pronto, irnos a casa y cocinar.
- Mira, allí en la esquina, hay otro que también nos conviene. ¡Uy! no hay dinero suficiente en el mundo para pagar tanta hermosura.
Con el cajón lleno, la tarde echada y un placer inmenso, regresábamos por un camino de tierra, directas a la cocina. Aquellos frutos mágicos y forasteros, en un instante, lo colmaban todo con su fragancia particular. Los triaba, este aquí, ese otro, al armario de la ropa blanca, siempre envuelto en un paño suave, destinado a envejecer junto al ajuar de su juventud.
- Ahora, pondremos a cocer los membrillos.
Mi madre de puntillas, alcanzaba del aparador una olla grande, pulcra y redonda, de las de guisar cosas buenas, luego, la llenaba con los exquisitos aspirantes a dulce y los cubría con agua, iban directos al fuego, justo media hora abrigados por la cobertera.
- Tenemos que esperar un poco a que se enfríen para pelarlos y sepárales el corazón.
Yo, miraba a mi madre de reojo, ella, trajinaba con los desperdicios y repulía una y otra vez el mármol blanco hasta dejarlo más blanco; pasado y medido el tiempo, me encargaba de pesar la pulpa cocida y aunarla a la misma cantidad de azúcar.
- Lo has hecho muy bien, ahora lo picamos todo en la capoladora y otra vez al fuego, en la misma cazuela, otro rato de media hora. Eso sí, sólo puedes remover la pasta con este palo de madera y sin respiro.
El vaho sublimado, se untaba en el paladar al verter la humeante jalea en las cajas de metal, rebozadas siempre en papel de estraza para luego, esperar el poso.
Tiempo después, mi madre olvidó el huerto, los membrillos, el camino, la olla, las proporciones y nunca más nombró sus pertenencias de novia. Yo, de vez en cuando, tengo que recordar que ya no me gusta el dulce de membrillo y que el otoño no es más que la antesala del invierno.


Dulce

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