
Era
una mañana soleada y abrumadoramente calurosa en pleno mes de noviembre,
parecía que el frío había olvidado acudir a la cita otoñal de todos los años.
Las playas estaban llenas de bañistas jubilados o de parados que pasaban al sol
todos los días de la semana. Juan Pedro estaba trabajando en su ferretería
sofocado porque se negaba a poner el aire acondicionado, gastaba mucha luz.
Entró un joven con aire despistado en el local y se dirigió a él.
- Buenos días, necesito tres metros de cuerda.
- ¿Cómo la quieres? –le contestó solícito.
- Que sea fuerte, que me sostenga.
- ¿Qué la quieres para ahorcarte? –le dijo en tono
socarrón.
- Sí –le contestó el cliente.
El
ferretero no le dio importancia a lo que pensaba que era una broma y le
despachó la cuerda introduciéndola en
una de sus bolsas. Al cabo de un rato recibió la llamada de un amigo que le
informó de que la policía había impedido el suicidio de un joven en el último
momento. Se estaba intentando colgar en el Parque del Oeste, de un árbol, y la
cuerda parece que provenía de tu tienda –le dijo- la han identificado por el
envoltorio. Juan Pedro se quedó impresionado y anduvo todo el día cabizbajo.
Parece que era una verdad, silenciada por los medios de comunicación, que la
crisis atroz que sufría el país estaba produciendo un montón de suicidios. Se dijo
que tendría más cuidado en adelante al vender sus cuerdas.