miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tres metros de cuerda



Era una mañana soleada y abrumadoramente calurosa en pleno mes de noviembre, parecía que el frío había olvidado acudir a la cita otoñal de todos los años. Las playas estaban llenas de bañistas jubilados o de parados que pasaban al sol todos los días de la semana. Juan Pedro estaba trabajando en su ferretería sofocado porque se negaba a poner el aire acondicionado, gastaba mucha luz. Entró un joven con aire despistado en el local y se dirigió a él.
-         Buenos días, necesito tres metros de cuerda.
-       ¿Cómo la quieres? –le contestó solícito.
-         Que sea fuerte, que me sostenga.
-        ¿Qué la quieres para ahorcarte? –le dijo en tono  socarrón.
-         Sí –le contestó el cliente.
El ferretero no le dio importancia a lo que pensaba que era una broma y le despachó la cuerda introduciéndola  en una de sus bolsas. Al cabo de un rato recibió la llamada de un amigo que le informó de que la policía había impedido el suicidio de un joven en el último momento. Se estaba intentando colgar en el Parque del Oeste, de un árbol, y la cuerda parece que provenía de tu tienda –le dijo- la han identificado por el envoltorio. Juan Pedro se quedó impresionado y anduvo todo el día cabizbajo. Parece que era una verdad, silenciada por los medios de comunicación, que la crisis atroz que sufría el país estaba produciendo un montón de suicidios. Se dijo que tendría más cuidado en adelante al vender sus cuerdas.

domingo, 24 de noviembre de 2013

VERTIGO

Se asomó a aquel frágil e inconsistente balcón. Una rápida mirada al vacío le hizo recordar, una vez más, su gran fobia: El vértigo.

Resbaló un poco, apenas lo justo para quedar a merced del destino. Sabía que no era necesario dejarse caer, un leve empujón sería suficiente y este, seguro, llegaría.

No fue capaz de recordar cómo había llegado a aquella situación. Los motivos eran muchos, y ninguno en concreto; se ponían de acuerdo cada noche para llevarla hasta allí. Todas las noches.

La avalancha estaba a punto de llegar y precipitarla al abismo.

¿Por qué tenía que ser ella la primera? No era justo, estaba completamente indefensa.

Sucedió sin más, llegaron a borbotones y ni tiempo tuvo de mirar atrás… Se deslizó por la mejilla hasta la almohada, empapándola una noche más.

NUNCA MÁS

No oyeron los primeros golpes en la puerta, ni la llamada nerviosa de la vecina. No vieron como aquellos hombres reventaban la entrada, pisoteando los restos del jarrón donde horas antes morían, secas, las dos rosas que le regalaran el día de la madre. Nunca acertaron a comprender el por qué de tanto ruido.

Aquella noche la orgía desenfrenada de odio y golpes se convirtió en un baile de cuchillos. No hubo motivo, nunca era necesario.

Los policías entraron hasta la cocina, donde Lucia, acurrucada en una esquina, ajena a todo, inmovil, inerte, les esperaba desde hacía muchas horas; desde hacía ya demasiados días. No contestó cuando el más alto se agachó y la tocó. Ya no le quedaban palabras que pronunciar, se le escaparon todas por el tajo que tenía en el cuello.

Desde su escondite, debajo de la mesa, no pudieron ver las piernas, vestidas de uniforme azul, que las querían rescatar... Tan tarde ya. Marta y Maria, de tres y cuatro años, ya no pudieron colorear el cuento que dormía a su lado, como ellas...Inacabado

Mil y una




Mil lágrimas derramadas

en un rincón de la cocina,

disimuladas, escondidas,

entre escobas y mandiles.

Mil suspiros ahogados

bajo el agua de la ducha,

entre el batín y la toalla,

tras la puerta del baño.

Mil esperanzas perdidas

en el quicio de la ventana,

viendo pasar la vida

tras el cristal, encerrada.

Mil noches en blanco

huyendo entre las sombras…

Mientras, aquellos ronquidos

hunden su cuerpo en la cama.

Una mano cruza el aire

viciado de la estancia.

Un insulto rompe el silencio;

una patada la remata.

Mil gritos se ahogan, mudos,

en lo más profundo de su alma.

En el suelo mil lagrimas se funden

con la sangre allí derramada...

¡Por nada!