domingo, 8 de febrero de 2015
viernes, 6 de febrero de 2015
DAMIÁN
Todos en el pueblo le
llaman Damián la noche, pues empieza a
vivir cuando oscurece. Cuentan que vino de un país centroeuropeo, pero pocos
pueden decir que le conocen. Su vocabulario no es demasiado extenso, parece culto, aunque en las madrugadas, al caminar
por las calles solitarias, bebe continuamente
de la botella con aguardiente que él mismo se fabrica, y no para de llorar y
gritar desesperadamente en un idioma que nadie entiende. Con todo, nunca ha
tenido altercados ni problemas. Su aspecto desaliñado no desentona con la
negrura de la noche. Durante el día nunca sale de su cobertizo donde vive o
malvive. Los niños, le han visto a través de la ventana, un motón de jaulas con
pájaros a los que cuida con total dedicación, pero no saben nada más. Tampoco
entienden su presencia en este pueblo perdido en la montaña, ni su forma de
vivir. Sólo él sabe de su tristeza y cobardía al no tener suficiente valor para
suicidarse, que es lo que deseó hacer después de lo ocurrido con su mujer y sus
hijos, en su Bosnia natal. No puede, es incapaz, ama demasiado la vida y se
reconoce cobarde.
María Luisa Pérez
PRESENTIMIENTO
Miro el reloj continuamente, estoy muy excitada. Tranquila, tranquila me digo, las cosas
cambian y era ya demasiada racha de mala suerte. Tengo una cita después de
mucho tiempo sin novio y es que los últimos... Pero algo me dice que ahora va a
ser diferente. Por teléfono me ha parecido un hombre educado, simpático y según
el anuncio debe ser atractivo, si no, no lo diría.
Se me acelera el corazón. Aquella es la
cafetería donde hemos quedado, El Paraíso se llama. Decoración caribeña,
amplias playas, numerosas palmeras y un azul mar en las paredes amarillentas
por el tiempo. Y allí está sobre ese maravilloso fondo. Un poco menos alto de
lo que imaginé. Bastante más mayor de lo que pensaba.
Adiviné nada más verlo su soledad y que le estaba pesando también
demasiado, por ese aire tristón de perrillo abandonado que transmitía, e
inmediatamente supe que era él.
María Luisa Pérez
lunes, 2 de febrero de 2015
Exposiciones
Miro el cuadro y me pregunto si se puede albergar tanta belleza, si puedo sobreponerme a la rutina, a que los días pasen como si no fuera a morirme, cediendo las horas y con una sonrisa que a veces duele. Me gusta detenerme en este lienzo, sus ojos brillan como si no le preocupase el paso del tiempo. Y no entiendo por qué, en una habitación tan vacía, tan desnuda, tan sola. Me siento inmortal contemplándola, con esa calma soberbia que supera lo trivial, incluso la duda.
–Salomé, sube un grupo de cuarenta, creo que se te ha acabado el tiempo –me dice José, el seguridad de la Planta 3, tan amable como siempre, advirtiéndome que ha terminado mi pequeño retiro.
–Gracias José, hasta la semana que viene entonces.
Vengo pronto al museo justamente por esto, es muy difícil caminar tranquila por las salas cuando los grupos de visitantes comienzan a inundarlo todo y ya no puedes ni pensar, ni disfrutar, ni nada. Mi sala predilecta –donde está ella– es además muy pequeña, algunos placeres son limitados. Pero vuelvo constantemente, casi todas las semanas, por eso José conoce mi nombre e intuye por qué necesito la soledad.
Bajo por las escaleras, no quiero una ruptura total y rápida con el estado en el que me encuentro, salir a la calle ya es en muchas de las ocasiones un golpe demasiado fuerte. Del estado reflexivo del óleo necesito salir poco a poco. Además, ya no fumo, lo que requiere un esfuerzo adicional de concentración. Qué difícil es entrar y salir de la Planta 3.
De camino al vestíbulo, empiezo a oír el alboroto, ni siquiera las moradas del arte escapan a ello. Ahora una café y a continuar con el día. Hay bastantes seguridades en la puerta, y lo que debiera ser una fila ordenada de ansiosos personajes, se asemeja más al corro que se crea alrededor de una pelea entre chavales. A pesar de que las puertas de acceso son de cristal, no consigo ver con claridad lo que ocurre fuera. Salgo.
Hay un hombre rodeado por tres seguridades, que le cortan el paso para que no entre al museo. Le gritan y le insultan, él está decidido a pasar pues ha comprado su entrada, contesta. Entre el gentío hay quien está atónito, quien ríe, quien comenta, quien espera, mientras a ese hombre le humillan y le vejan en público. Contemplo la situación porque no comprendo el crimen. Entretanto, la policía llega, pues ha sido avisada por el personal del museo, y se lo llevan arrestado.
Tan sólo es un hombre disfrazado de payaso.
Sarah Martínez
http://alasombradelparnaso.blogspot.com.es/
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Primero fue una carretera para hombres y otra para mujeres. Más tarde construyeron una para blancos y otra para negros. Después, una para ricos y otra para pobres. Al final llegó la noche y las luces iluminaron la locura de la Humanidad.