Honorio Buendía cerró los ojos cuando la doctora Porras, bloc en mano, empezó con la sesión de terapia.
-Así que tu perro, el Flaco, sigue hablándote.
-Sí. Pero solo de literatura, el resto del tiempo se comporta de una forma normal, nos entendemos muy bien pero no utiliza la palabra. Solo lo hace cuando escribo, sobre todo cuando no está de acuerdo.
-Ya. ¿Cuándo fue la última vez?
-Ayer. Yo estaba escribiendo una historia de piratas, la de Leocadia Guzmán y Torcuato Hernán, alias Barbapintada, y él se acercó con mirada reprobatoria y me dijo que esa historia no tenía nada que ver con la foto de la semana, ya sabes que participo en un taller de microrrelatos. Le hice ver que estaba equivocado y me dio la razón de mala gana. Creo que tiene celos.
-¿Celos? ¿Qué te hace pensar eso?
-No sé. Cuando escribo me meto tanto en la historia que es posible que él se sienta excluido. Deberías darme hora para él, creo que le vendrían muy bien unas cuantas sesiones, aunque tendrás que hablarle de literatura si quieres que colabore contigo.
-Sí, creo que será una buena idea. ¿Me has traído el relato que escribiste?
-Aquí lo tienes.
-De acuerdo, entonces te espero la semana que viene, dile a la enfermera que te dé hora también para el Flaco.
En cuanto Honorio salió por la puerta, la doctora Porras se apresuró a abrir el sobre y empezó a leer la historia de Leocadia y Torcuato, quería estar bien preparada para argumentar cuando llegara el momento de su cita con el Flaco.
martes, 3 de mayo de 2011
Sueños robados
Siempre le gustaron los recuerdos de postal. Como la que ahora tiene entre sus manos. No conocía ese lugar, ni ese mar enfurecido contra las rocas de cartón piedra, ni esas nubes tan bien trazadas. Pero está claro que ya se imaginaba dando un paseo a su orilla. Podía sentir el viento sobre su rostro. Olía a brea y a sal.
Los atesora y los sueña. Sueña con una casa junto a él, de la que no sea necesario salir para sentir su presencia.
-“¡Señora, que se le olvida la carpeta!” La fotografía se escabulle en el interior de uno de sus bolsillos, guardada celosamente.
lunes, 2 de mayo de 2011
DETRÁS DEL MAR (Yolanda Nava Miguélez)
LA BELLA LOLA. Marige Torres
Lola contempla el horizonte del mar, lleva así mucho tiempo tanto que ni siquiera se ha dado cuenta que una multitud de transeúntes la miran espectados. El cielo ha comenzado a ponerse de un azul oscuro intenso, lo que da a entender que se avecina una tormenta veraniega, esas que en cuestión de unos minutos convierten las calles del pueblo en pequeñas lagunas intransitables. Las olas golpean fuertemente sobre las rocas de la cala del Moro en donde Lola sigue sentada en un banco de piedra esperando el regreso de su amado.
Me dirijo hacia ella y me siento a su lado. La contemplo, a pesar de los años transcurridos sigue siendo hermosa.
Mi corazón se conmueve al pensar en su historia, cuentan en el pueblo que Lola salió de su casa, ataviada con tan solo un camisón de algodón blanco y su negra melena recogida en un precipitado moño, para dirigirse al puerto. Sus ojos negros se llenaron de lagrimas saladas cuando un marinero le dijo lo que todos sospechaban ya desde hacía unos días, el arrastrero “ La Gaviota ” junto con sus diez tripulantes no volvería jamás y aquel 12 de Mayo de 1919 dieron por finalizada la búsqueda, dando por echo que “ La Gaviota ” descansaba en las entrañas del mediterráneo al igual que su capitán y sus nueve marineros, entre ellos estaba Antonio el marido de Lola.
Carlos me hace una fotografía junto a ella, y mientras yo le susurro en sus oídos de piedra.
.- Descansa, él no volverá.
Una ola se precipita entre las rocas y el banco en el que estamos sentadas, cuando se marcha para volver a regresar puedo ver en los ojos petrificados de Lola dos lagrimas saladas.
El viento parece regalar el sonido de una habanera.
Cuando en la playa la bella Lola,
su larga cola, luciendo va,
los marineros se vuelven locos,
y hasta el piloto pierde el compás.
su larga cola, luciendo va,
los marineros se vuelven locos,
y hasta el piloto pierde el compás.
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El mar es una gran barrera líquida que anhela atravesar. Po...r eso cada día lo busca y se sienta en la playa a hablar con las olas. Les confiesa que un día más ha sentido miedo, y rabia, y esa sensación de impotencia que se apodera de ella y la empuja a rebelarse contra un mundo de hombres en los que ella es poco menos que una sombra, y ella quiere ser más, puede ser más.
Mirando ese camino de agua, ve una barrera infranqueable hacia otra realidad. Se deja llevar por el sonido de las olas a un mundo donde su pelo flota al viento, donde puede luchar y crecer más allá de su pequeña aldea y su miseria.
Una mano le sacude el hombro con fuerza y la obliga a volver. Y no puede despedirse del mar, aunque oye como la llama, embravecido.
Vuelve a su rutina de trabajo y silencio, de miradas cabizbajas, de miedo a salir a la calle sin cubrirse. Vuelve dejando el mar a su espalda y sus esperanzas abandonadas en la orilla.
El destino de Nubila cambiará, en su vientre una nueva vida está creciendo. Lo hará por él. Va a regalarle la libertad. La que ella presiente y no conoce.
Acurrucada en una esquina del cayuco, se sujeta fuerte el vientre, y reza. Su amigo el mar se calla complacido: ya la tiene, ya es suya, ha sucumbido a su llamada. Aparta el miedo que hiela sus entrañas, aparta el frío de la negra noche, y sueña que ha llegado ya.